Se apagan las luces y la gran pantalla que cruza el pabellón de fondo a fondo a lo largo emerge entre los aullidos (y alaridos) de las 15.000 personas que abarrotan el WiZink Center en el regreso de U2 a la capital 13 años después de su última visita. Se suceden imágenes de los desastres causados por las grandes guerras con mención a Madrid en 1939 y aparece Charles Chaplin con su famoso discurso de la película 'El gran dictador' para sentar las bases de un relato humanista en favor de la unidad y que carga frontalmente contra los nacionalismos, los populismos y, en última instancia, el fascismo.
Porque aunque la premisa inicial de este Experience + Innocence Tour -continuación del Innocence + Experience de 2015- sea cómo recupera la inocencia a partir de la experiencia, con el salto a Europa el componente político ha cobrado aún más fuerza. Desaparecen las imágenes de líderes políticos mundiales -Trump, Putin, Kim Jong-Un-, hay juegos de sombras en la pantalla y en su lugar están los músicos, literalmente dentro de ella y sobre las cabezas del público. La tecnología, tan importante siempre en las producciones de U2, al servicio de un espectáculo que pretende abarcar todo el recinto y lo logra bastante razonablemente por ejemplo en el portentoso inicio con The Blackout.
En Lights of home Bono camina teatralmente en solitario hacia la luz por la pasarela central hasta llegar al segundo escenario al otro lado del WiZink, que estalla con el regreso hasta 1980 de la siempre frenética I will follow. La problemática de los refugiados que huyen de sus países en pateras es el centro de la temática de Red flag day, que da paso a toda la épica de Beautiful day y las 15.000 personas con los brazos en alto. Y el cantante irlandés, en perfecto estado vocal a sus 58 veranos, mira a su alrededor satisfecho de su obra y arenga en castellano: "¡Hola guapos! ¡Hola guapas!".
El tramo más personal es el que incluye a The Ocean, Iris -canción dedicada a la madre de Bono, fallecida cuando él era adolescente-, Cedarwood Road -la calle donde pasó su infancia y juventud-, Sunday bloody sunday -la tragedia de la violencia- y Until the end of the world -la pérdida de la inocencia-. Tanto el vocalista como sus compinches The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen cambian sus posiciones, se mueven por la pasarela y desarrollan un espectáculo coregrafiado hasta el milímetro y que, quizás por eso, puede tener cierta falta de frescura. A pesar de ello, es efectivo y la banda lo hace fluir porque, no en vano, llevan ya varias décadas siguiendo la fórmula del cálculo milimétrico en sus presentaciones en vivo.
Tras el interludio U2 se desnuda en el pequeño escenario circular al fondo del pabellón y saca la munición rockera de Elevation y Vertigo, mil veces escuchadas pero siempre contundentes en directo. A tenor de la respuesta mayoritaria del publico, siguen funcionando más que de sobra. Igual que Even better than the real thing bajo una bola de discoteca y ese Acrobat -con nuevo significado contra las fake news- que supone un sueño hecho realidad para los más acérrimos, pues nunca había sido interpretada hasta esta gira -y además con Bono recuperando su diabólico alter ego MacPhisto-. El tramo acústico es aún menos artificioso con You're the best thing about me y Summer of love solo con Bono y The Edge en escena.
Vuelve la grandilocuencia con Pride (In the name of love), uno de los himnos que sí se mantienen en un repertorio valiente y desafiante que deja fuera premeditadamente toda la artillería de The Joshua Tree y que se centra en gran medida en los dos últimos discos del grupo, Songs of Innocence (2014) y Songs of Experience (2017), que son los que sustentan un relato personal aderezado con consignas como "la pobreza es sexista", con Bono llegando a gritar de carrerilla los nombres de Pedro Almodóvar, Penélope Cruz, Javier Bardem y Miguel de Cervantes -así todos del tirón y al mismo nivel, en uno de esos guiños tan de estrella del rock de masas-.
Get out of your own way da paso a New Year's Day con una gran bandera de Europa en el fondo del escenario en forma de alegato europeísta por la unidad -nada de Brexit por aquí-. Y Bono alertando de que no hay ningún nacionalismo bueno en ningún lugar, en ningún momento. La épica inherente a U2 está ya absolutamente desbordada y se remata con City of blinding lights superadas las dos horas de actuación. Pero aún hay tiempo para un bis que arranca con todo el gigantismo de One y el pabellón coreando al unísono, militando con gusto en la causa 'udosera' del rock de estadio.
La reivindicación de la libertad sexual de Love is bigger than anything in it's way cobra especial fuerza en directo sonando casi como clásico y el WiZink convertido en un mar de brazos bajo la carismática batuta de Bono. Y aún hay tiempo para el cierre más intimista imaginable, 13 (If there is a light), con Bono sacando de una cajita -que es una réplica de su casa de niñez- una gran bombilla que representa la inocencia recuperada desde la experiencia. El vocalista la lanza y la bombilla se queda balanceándose sobre el público que no sabe muy bien si esto ha acabado o no. Pero sí. Es el desafío final al evitar el clásico cierre por todo lo alto y optar por la bajada de pulsaciones casi hasta el mínimo. Porque quien encontró la paz no necesita de grandes andanadas.
Concluye así el relato de "la historia de cuatro chicos normales convertidos en extraordinarios por la música y el público, tal y como el propio Bono explica en un momento dado. Termina así un recital atrevido y desconcertante para el público más mayoritario que echa de menos algunas canciones que esperaba escuchar. Pero U2, al contrario de otras bandas clásicas, en esta ocasión no juega a lo fácil y defiende su presente con vehemencia en un espectáculo compacto y ferviente. Pueden estar equivocados o no, pero 42 años después de su formación en la cocina de la casa de los padres de Larry Mullen, eso es lo que diferencia a la banda irlandesa de cualquier otra. Y el resultado es inspirador y contagioso.
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