En trece meses Rosalía ha pasado de ser una promesa relativamente oculta a la más absoluta omnipresencia. Ha pasado, poco más o menos, de ser Rosalía Vila Tobella (San Esteban de Sasroviras, Barcelona, 1993) a ser Rosalía de España. Solo le falta presentar cada noche el telediario de la tele pública, aunque todo se andará.
Embajadora global de nuestro país - ya caerá la inmunidad diplomática- con presencia en las más respetadas publicaciones internacionales y en los festivales más molones de todo el planeta, triunfadora en los últimos Latin Grammy y aspirante a Mejor Artista Novel en los Grammy 'de verdad' del próximo enero. Debe ser agotador ser Rosalía en 2019.
Rosalía ha pasado de ser una aspirante a cantante coplera y flamenca a ser estrella global de la música pop del siglo XXI.
Trece meses después del lanzamiento de su segundo disco, 'El mal querer' (Sony Music), Rosalía ha pasado de ser una aspirante a cantante coplera y flamenca a ser estrella global de la música pop del siglo XXI. Y como tal se ha presentado en la noche de este miércoles ante 15.000 fans en un abarrotado WiZink Center, tras hacer doblete en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
Sus detractores, hastiados con razón de verla en todas partes a todas horas, se preguntaban cuanto había de real y cuanto de 'hype' -expectativas generadas artificialmente alrededor de una persona- en lo suyo. Y lanzaban la advertencia: A ver cuántas entradas vende cuando se deje de festivales y actúe sola y la gente tenga que pagar solo por verla a ella. Pues bien, ya está.
Eso ya no vale, pues las entradas para sus conciertos de Barcelona y Madrid, con los que cierra la etapa de 'El mal querer', prácticamente se evaporaron en un pestañeo -para aparecer muchas acto seguido en páginas de reventa por mucho más dinero-. Diríase que la expectación no era artificial, sino más bien literal. Y a tenor de los aullidos de los suyos cuando apareció sobre el escenario del Palacio de los Deportes, dicha expectación está justificada y se queda corta.
Porque en la mejor tradición del pop, el griterío histérico se apoderó del gran pabellón madrileño durante la hora y media de actuación y apenas cesó para tomar un poco de aire y volver con más intensidad decibélica. Así fue desde 'Pienso en tu mirá', embriagadora primera pieza de una velada con una veintena de temas, muchos de ellos entre los más escuchados del año, interpretados en el WiZink ante un público mayoritariamente muy joven -y ese es un gran activo a futuro-, extasiado ante una aparición mariana.
Con una puesta en escena en realidad sencilla, Rosalía se lo juega todo a su propio carisma escénico, convenientemente multiplicado por los palmeros, las coristas y ese expresivo y eficaz cuerpo de baile que apuntala cada estrofa y cada base lanzada desde un extremo por El Guincho. Y la fórmula revienta en el maquinero 'A palé', el más reciente sencillo de la catalana en un año repleto de sencillos que han alargado la vida de 'El mal querer' y han ido abriendo la propuesta a ritmos urbanos y aún más electrónicos.
Ovación Cerrada
Solo han pasado dos canciones y la ovación es de entrega total con Rosalía plantada en el centro del escenario, sonriente y gozosa: "Estoy tan agradecida de poder haber venido aquí para todos vosotros. ¿Cuántos sois? 15.000. ¡Vámonos Madrid!" Y saca entonces su portentoso chorro de voz para que 'De madrugá' se clave hasta en la más alejada de las butacas. Reclama luego al gentío que eleve sus teléfonos para crear ese bonito ambiente que ya de por sí tiene su hipnótica colaboración con James Blake: 'Barefoot in the park'.
'Que no salga la luna' y 'Maldición' son dignas de un tablao futurista hiperespacial y constatan, si acaso hacía falta, que la barcelonesa llena ella sola el escenario con su sola presencia. Y que su faceta más folclórica es la que más cautiva, eso también, pues le permite un mayor lucimiento vocal.
Agradece entonces a El Guincho por aventurarse a trabajar con ella, antes del que seguramente sea el mejor y más auténtico de la velada: 'Catalina' cantada a capela mientras desde la oscuridad y el silencio salen gritos de "guapa" y aullidos lanzados con fervor hacia el escenario. Con la mano en el pecho y los ojos humedecidos los recibe Rosalía, que se marca aquí la interpretación más solemne e impactante del recital, sin parafernalia, sin baile. A solas frente al silencio.
'Aunque es de noche', 'Te estoy amando locamente' de Las Grecas y 'Di mi nombre' y la desafiante 'De aquí no sales' profundizan en la Rosalía de 'El mal querer', la más de aquí y la más efusivamente aplaudida de manera generalizada, pues resulta de más impacto y calado. Aunque el rumbeo catalán (y en catalán) de 'Millonaria' provoca igualmente contoneo generalizado. No así 'Dios nos libre del dinero', más de transición que otra cosa hacia la coreadísima 'Bagdag', de nuevo de su segundo álbum.
El tramo urbano resulta más liviano y menos emocional con temas como 'Brillo' de J Balvin o 'Como Alí'. Pero la respuesta vuelve a ser de entrega total cuando llega 'Tú x mí yo por ti' -con aparición sorpresa de Ozuna- y sobre todo 'Con altura': El videoclip musical más visto de 2019 en España y el segundo del mundo se materializa sobre las tablas con la catalana en plan jefaza de la movida. Irrefutablemente victoriosa en su omnipresencia hecha carne.
Pasada por los pelos la hora de actuación, tiempo para un bis con la emocional 'A ningún hombre', que recupera el pulso folclórico, el baile reguetonero dancehall de 'Aute Culture' y el desenlace irreprochable de 'Malamente'. La canción con la que se abrió esta etapa y que retumba ya como clásico atemporal con el grito de guerra de toda una generación, esta noche condensada en 15.000 gargantas, y que es el puñetazo en la mesa de Rosalía: "¡Trá trá!"
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