El Teatro Rialto de Madrid esperaba con ansia el reencuentro de una de las bandas que marcaron el compás en los años 90, aunque la fiesta parecía haber comenzado sin aviso previo en la arteria principal de la capital, decidida a adelantar unas horas la eliminación de las mascarillas en los exteriores.
Amistades Peligrosas pedía un Alto el fuego en su 30ª aniversario después de haber pasado por todas las fases que dictan el final de una relación sentimental y amistosa: enfado, reniego, llanto, odio, aceptación, indiferencia y perdón. Llegas al Rialto dos minutos antes de que empiece el armisticio en el escenario, sola, desorientada -bueno, quizá añades cierto dramatismo al asunto- y con una invitación extra después de que una compañera de trabajo decidiera darte plantón. Tu folclórica interna quiere montar el pollo, pero hace demasiado calor. En ese momento piensas que el nombre del grupo se adapta a la perfección a la situación.
“¿Tienes alguna invitación o entrada que te sobre?”, te espeta una señora mayor en la entrada. Tu cara de asombro se hace notar y te preguntas si es vidente y te ha leído la mente. “¿Pero a usted le gusta Amistades Peligrosas?”, le preguntas. Titubea en su respuesta pero finalmente asiente. Al tener una invitación extra, decides dársela. Entramos juntas al recinto, empezamos a notar la fuerza del aire acondicionado y nos sentamos en la platea. En ese momento de relajación absoluta, la señora decide hacer un acto de valentía sólo conocido por las mentes incapaces de vencer a la conciencia: “En verdad no les conozco, sólo quería pasar a ver qué tal eran”. Te quedas de piedra y se apagan las luces.
Alberto Comesaña y Cristina del Valle entran al escenario vestidos con uniformes militares, bailando al compás que marcan las palmas. Entre calvas y pelos canosos, comienzas a avistar que quizá eres la persona más joven del recinto. Ver a boomers grabar a sus ídolos con el teléfono te hace reflexionar acerca del progreso. “¿Os gusta la puesta en escena?”, pregunta al público Comesaña. Ante la clara falta de una respuesta concreta, el cantante del dúo musical decide ser perspicaz y responder con un “podéis decir que no, porque ha sido idea de Cristina”.
El público recibe con nostalgia y alegría los grandes hits del dúo y empiezas a sentirte mayor, como si una losa extra de 15 años se hubiese posado sobre la fecha de nacimiento que marca el DNI. Piensas, “¿seré así cuando Dua Lipa haga un tour conmemorativo?”. Te giras y ves que la señora que ha arramblado la entrada se ha quedado dormida. “Qué desagradecida”, piensas mientras intentas contener la risa. Minutos después, elabora un: “¿Qué buenos son, no? No los conocía”. El mundo da un giro a la inversa y tú pareces la boomer y ella una integrante de la generación Z.
Alberto Comesaña se arranca con Ni en broma, una de sus canciones más notables como solista, y una pulla directa a su pasada relación con Cristina. “Tú que vas de marxista intelectual, me has usado y siempre te ha dado igual”. Te acuerdas de tu pasada relación amorosa y caes en la cuenta de que, no sólo te has convertido en una señora de 40 años sin vacuna desde que entraste al Rialto, también en una resentida.
Si algo ha caracterizado el reencuentro de Amistades Peligrosas ha sido los agradecimientos: Comesaña se tiró 10 minutos haciendo una cuña publicitaria a las marcas que habían aportado su granito de arena durante los 30 años de vida del dúo. La sala soltó una aguda carcajada cuando el artista dio las gracias a un centro de tratamiento capilar. Para quién no lo sepa, está calvo. Cristina, demostrando de nuevo que sigue tan comprometida como siempre con todas las causas sociales, enuncia un alegato feminista contra la violencia machista que sigue matando a las mujeres y a favor de la libertad sexual que arranca este fin de semana con el Orgullo.
El momento más emocionante del concierto se produce cuando sube al escenario un joven somalí de 21 años. Había sido refugiado, esclavo y llegó sin papeles a España después de que Open Arms le rescatara de las garras de la avaricia humana. Como estudiante de bachillerato, afirma que su único sueño era poder sumergirse entre libros. Fue la introducción perfecta para Africanos en Madrid.
En un punto del concierto, hay una conexión bizarra en el escenario entre Judith Mateo, que toca con maestría el violín con un look punk al más puro estilo Camden, y una bailarina del vientre que mueve su plano abdomen mientras el dúo continúa cantando. No entiendes nada, pero parece que la mezcla funciona para los allí presentes.
El espectáculo llega a su fin. Alberto y Cristina hacen un bis con su última canción, Alto el fuego, y con una de sus más exitosas, Estoy por ti. El público rompe a aplaudir y la alegría copa de nuevo la rutina social. Amistades Peligrosas demuestra que, aunque la vestimenta y su atrezzo no casen con la actualidad, vive con solvencia de una música que, 30 años después, resuena con los mismos problemas de una sociedad corrompida y corroída por la avaricia y el desdén. Hay grupos y artistas que no sobreviven al revisionismo coyuntural, pero el dúo consigue superar dicha barrera con trajes romántico-góticos.
“Oye, dile a tu amiga que muchas gracias por no venir, que me ha encantado”. A pesar de las cabezadas que se pegó entre canción y canción, te alegras por haber entretenido su tarde y por haber contribuido a su asombro. “El otro día estuve viendo al David Bisbal, pero esto me ha gustado mucho más”. No puedes evitar imaginarte a la señora dándolo todo mientras el almeriense recita su Bulería, a la vez que te planteas si empleó la misma jugada en ese concierto para entrar de extranjis. Las verdaderas amistades peligrosas estaban fuera del Rialto.
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