Se nos ha hecho mayor. En el mejor de los sentidos. El muchacho que hacía canciones para otros y que nos pedía poder entrar en la zona VIP de los conciertos de la radio, es ahora y desde hace mucho, un “llenaestadios”.
Ese es el dato: la longevidad artística, que es lo realmente difícil de conseguir. Imposible, si no hay algo auténtico, algo de piel, en el arte de quien lo intenta.
Y con piel comenzó el espectáculo. Enormes proyecciones en alta definición convertían, antes de la irrupción de la estrella en escena, cada centímetro tatuado de epidermis del madrileño andaluz en una obra artística en blanco y negro. Cada plano, un revulsivo para provocar miles de gritos. Leímos “flamenco” escrito en tipografía de imprenta dieciochesca en su nuca. Esa constante reivindicación de españolidad hace que el entregadísimo público le sienta más cerca, ahora que vuelve al foro y dejó atrás Miami.
El respetable ha madurado también, claro. Pude ver a miles de señoras, otrora militantes en sus clubes de fans, que hicieron hueco en la apretada agenda logística de cualquier madre y se vistieron para la ocasión. Aplaudían chicos enamoradizos ya convertidos en señores. También cerca pude ver algún niño con cara de sueño (hora de comienzo, 22:30) y sus progenitores, exaltados. Había poco primerizo en verle en directo. A mi lado, un fan con su novia. Se las sabía todas. Ella dice ser más de rock y unos días atrás estuvo aquí mismo con los Stones. Él no podía reprimir su entusiasmo y entró con su voz en el torrente de constante estruendo de un público entregado que cantaba todas y cada una de las canciones. Apenas pudimos oír al artista, que solamente cedió el protagonismo de solista a las voces del público durante “corazón partío”. Seguro que por su propio rigor. Nada de esconderse tras las voces de la masa enfervorizada.
Llegó Alejandro a la cita en medio de un escenario sobrio con mayoría femenina (buen punto) vestido con traje blanco, zapatillas deportivas plateadas y camiseta negra. Envió su conocido mensaje de sencillez y calidad, como en todo lo que hace. Musicalmente hablando encontró su camino hace décadas precisamente en la simplicidad de unos buenos acordes melódicos, un productor italiano que supo leerle entre líneas y sus letras de cuaderno, elaboradas. Y a crecer. En esa franqueza encuentra su lenguaje. Y se le entiende muy bien.
No seamos parciales. Había hueco, a pesar de los campamentos de fans que llevaban días en la puerta. Tampoco se puede decir que haya innovado mucho en esta gira, pero es que tampoco se le exige. Las canciones más celebradas fueron las de “Más”, el álbum más vendido de la Historia de España, lo recuerdo. Un dato de aquella época en la que se vendían discos.
Arrancó lágrimas con canciones como “¿lo ves?”. Una mujer se deshacía en llanto mientras sus amigas la consolaban. A saber los recuerdos que le traería ese pasaje artístico"
Aseguró estar nervioso y no ser capaz de encontrar las palabras para dirigirse a la gente de su barrio, ciudad, comunidad, país y mundo. Se arrancó con un “hoy todos somos de Madrid”. Él puede hablar de eso. Así comenzó la gira “Sanz en vivo” que le va a tener recorriendo el mundo unos meses. En el cartel, una cámara fotográfica hasselblad vintage y una mirada intensa. Sabe cuál es su principal activo: ser un trovador que mira a los ojos. Eso conquista.
Hizo trampas, como siempre. Una despedida en falso (“hasta siempre”) convirtió al resto del recital en propina, para que nos sintamos especiales. Bien jugado.
Tras el repaso a sus grandes éxitos, sin demasiadas florituras que tampoco hubieran agradecido quienes gritaban a cada comienzo de canción, llega su momento frente al piano. Supo generar esa sensación de un anfitrión de la fiesta que te lleva a su rincón para cantarte solo a ti. Dedicando el primer bis al maestro Manuel Alejandro, arrancó lágrimas con canciones como “¿lo ves?”. Sin ir más lejos, en el asiento frente al mío, una mujer se deshacía en llanto mientras sus amigas la consolaban. A saber los recuerdos que le traería ese pasaje artístico. Porque todas y cada una de esas canciones llevan asociadas momentos de nuestra vida.
Como ya ocurriera en 2005 con el tour “No es lo mismo” (tema con el que abrió) fueron anoche las pantallas gigantes las que crearon una atmósfera diferente para cada canción. Eso sí fue lo mismo, pero mejorado. Fuego, nieve, y hasta las ondas de color de la superficie de una burbuja, potenciaron la atmósfera de cada tema. Una llamativa guitarra multicolor, seguramente obra de su luthier Antonio Bernal, se acompasó al resto de músicos, que le siguieron a cada acorde desde unas pequeñas gradas. Ese punto de complicidad con la banda, a veces expresada con un “¡Karina!” o unas palmadas en la espalda del gran Michael Ciro, envía un mensaje de buen rollo general muy apropiado y bien encajado. El grupo sonríe mucho. Más allá de vivir la experiencia de tocar para un Wanda lleno, debe ser por la magia de volver. Para ellos y para nosotros.
Y llegó el “fin de fiesta” con confeti incluido. El público no se iba. Hubo que encender luces y poner música neutra para que llegara el mensaje de que era la una de la madrugada y el chico de 53 años llevaba dándolo todo desde las 22:40. A la salida, pude escuchar a un mexicano decir “aquí vibra diferente este muchacho”. Claro. Juega en casa.
Fue un concierto bonito, entrañable, sencillo, y sobre todo, una demostración de fuerza de atracción de uno de nuestros artistas más potentes: un maduro interesante llamado Alejandro.
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