Puede que sea verdad que la inteligencia artificial no afecte teóricamente a la vida de algunas personas, pero eso es cada vez menos cierto. De forma silenciosa e inexorable, nos atiende al teléfono cuando llamamos al banco, nos ayuda a parecer más jóvenes en las fotos y preselecciona contenidos “pensados” para nosotros en cualquier plataforma. Nos reconoce y etiqueta en fotografías y cámaras de vigilancia, nos recomienda el mejor camino para volver a casa y sabe cómo sacar mejor partido comercial a nuestras dudas a la hora de comprar un billete de avión o el VTC para ir al aeropuerto.
Donde a la inteligencia artificial no se la espera es en algo tan inherente a la naturaleza humana como es el arte, y en concreto, en la música.
Una de las mayores sorpresas de la presencia de la inteligencia artificial en el arte sonoro viene dada por sus capacidades “creativas”, en concreto cuando escuchamos una canción presuntamente cantada por Elvis, por ejemplo, que está creada usando algoritmos computacionales. Del mismo modo, ya podemos ver “personas que no existen” en la web, o los famosos deep fakes.
Antes de recurrir a los ejemplos, introduciré someramente alguna pincelada sobre el proceso por el cual una creación atribuida hasta ahora exclusivamente a nuestra especie, tiene lugar en complicadas cadenas de unos y ceros. Las llamadas ambiciosamente “redes neuronales” imitan a nuestro cerebro en cuanto a algunos aspectos de su forma de funcionar, pero no llegan todavía a la complejidad de nuestro cerebro y su producto: la mente.
Efectivamente, la inteligencia artificial en la música hay que reconocer que es bastante simple, aunque muy rápida. Va a la velocidad de la luz, con el único pequeño freno lógico: los límites físicos de los componentes electrónicos que procesan los datos. Pero ¿cómo es posible que haya canciones y hasta cantantes artificiales?
El motivo lo podemos encontrar en que se cumplen varias condiciones. En primer lugar alguien, un ser humano, ha introducido antes todo lo necesario: sonidos, canciones, y un algoritmo para buscar patrones que permitan al sistema algo parecido a “crear”.
Después ¿cómo tiene lugar la magia? En palabras llanas, y aún a riesgo de no ser muy riguroso, parece que el proceso “creativo” se basa en dos partes contrarias: el creador y el discriminador. El primero toma todos los sonidos de referencia que le han sido introducidos y genera cadenas de unos y ceros representando un sonido, sin saber muy bien lo que está uniendo. La segunda parte es la que la compara con las referencias dadas y decide si esa cadena, por ejemplo, “suena a Elvis o no”. Si el resultado es positivo, pasa a la base de datos que genera el sonido final.
Lo más apasionante de estos programas es que simplemente funcionando, aprenden
Este no es un proceso tan diferente del que pone en marcha la mente humana, cuando usando sus referencias anteriores, genera sonidos que luego evalúa si son o no lo que se pretende. Y también en cuanto a que previamente hay que introducir canciones con anterioridad, es totalmente aplicable a los más grandes compositores. Lo reconozcan o no, siempre se apoyaron en lo anterior que escucharon. Lo que en las notas de prensa del pop se llama “beber de las fuentes” de otros artistas o, simplemente, “inspirarse en...”
Lo más apasionante de estos programas es que simplemente funcionando, aprenden. Es decir, se refina cada vez más el acierto con el que, por ejemplo, una cadena de unos y ceros convertida en sonido puede parecerse al que emitió en vida la garganta del Rey del Rock. Una vez más, la velocidad es lo sorprendente.
Esta característica es lo que dota de misterio hasta para sus creadores al sistema que te hace recomendaciones basadas en tus gustos cuando entras en Spotify. Si le preguntas a los desarrolladores que lo hacen posible, te dirán lo que originalmente le dijeron al programa que buscara patrones, pero ahora ya ha aprendido tanto que no es posible saber en qué se basa para acertar. Apasionante.
Una vez explorado el proceso por el cual unas líneas de código pueden crear (preferiría usar el término “recrear”) la música de un determinado artista, vamos con los ejemplos. En concreto nos referiremos a uno de los sitios web en los que los sabios que diseñan estas aplicaciones ponen a nuestro servicio sus avances (o buena parte de ellos) para descubrir de lo que son capaces: Jukebox, dentro del proyecto Open AI.
En esta actuación virtual tenemos como “telonero” para abrir el apetito, uno de los artistas más representativos de los años 80: Rick Astley. Primero, el original, y después, el intento del algoritmo de parecerse a él.
Quizá uno de los intentos más ofensivos para los puristas y a la vez más interesantes para analizar sea el de Nirvana:
Y ya sí, el plato fuerte. Nuestro “Elvis” encerrado en la máquina suena así.
Sí, suena como él, los elementos de los que está hecho este Frankenstein son propias de los discos que cambiaron la música para siempre... pero no son temas del gran Elvis. Lo más gracioso es observar las improvisaciones que calza el sistema en forma de gorgoritos que no tienen nada que ver con el resto de la composición.
Evidentemente, la baja calidad de estas grabaciones es simplemente cuestión de tiempo que desaparezca, del mismo modo que la fotografía digital ganó en definición. No tardaremos mucho en escuchar un cantante indistinguible del original. Aunque cada vez es más evidente que las creaciones hechas mediante programación, sencillamente carecen de expresión hasta resultar en algún punto tenebrosas. La frialdad de HAL 9000 en la Odisea espacial de Kubrick ya pertenece a la cultura pop del siglo pasado. Y aprender el “duende” de las personas, como dirían en el sur, pasa por lo aleatorio cuando es un algoritmo el que canta o compone. Plano. ¿Podrá eso cambiar en el futuro? No creo que ocurra a corto plazo. Porque seguramente no es cosa de complejidad, sino de naturaleza puramente humana, y por lo tanto, evolucionada orgullosamente imperfecta.
Esta exhibición musical de cantantes inexistentes es algo entretenido, curioso, como lo fue “la llegada del tren” en aquellas primeras proyecciones cinematográficas. Gracias, precisamente, a la inteligencia artificial, ha sido restaurada la película original hasta el último detalle en 4K.
Diría que estamos en el mismo estado con respecto a algo que está cambiando para siempre y sin vuelta atrás nuestra forma de vivir en apenas unos años, cada vez más deprisa. Definitivamente, el tren ha llegado y no conviene perderlo.
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