He dejado que pase un fin de semana y hasta un lunes, con todo lo que conlleva, para escuchar en diferentes moods personales lo nuevo de Kylie Minogue antes de hablar. Y todo para evitar que mi profundo amor naíf por la australiana me quite objetividad.
Que me aspen si no me recuerda a su éxito más sonado hasta la fecha, “Can't Get You Out Of My Head”.
¿Está ya tratando de agarrarse a lo seguro con este subidón melancólico? Claro, no es fácil olvidar que con eso del ritmo machacón y no decir nada en el estribillo vendió 80 millones de copias. Pero “Padam Padam” prometía un descenso a un pop más oscuro, un giro intrigante de su alegre personaje habitual, el de aquella chica brillante que nos enamoró con canciones llenas de vida producidas por la factoría de éxitos de los 80 Stock, Aitken & Waterman. Nada como aquella versión de “Locomotion”:
Así que teníamos que ver sofisticación en su disco número dieciséis, que verá la luz en las plataformas en septiembre. La producción del adelanto, liderada por Lostboy, buscaba explorar nuevos territorios sónicos, pero en lugar de un mundo inexplorado, nos encontramos en un terreno muy familiar. Sí, la canción flirtea con la experimentación, pero es como si estuviera atrapada en una espiral, girando en círculos, y siempre volviendo a la fórmula pop que Minogue conoce demasiado bien. Reconozcámoslo, a estas edades uno ya no está para hacer experimentos. Pero vamos con mi periplo como escuchante, tratando de abstraerme de mi propia afición.
Un arranque sorprendente
El viernes noche, cuando damos por inaugurado el fin de semana, me puse en los oídos de quienes salen por la noche como los vampiros a buscar la sangre de la vida a chupitos gratis en la barra. Me encajó. Deliberadamente hice que el tema irrumpiera en mi coche, y lo tuve que imaginar presentado por alguno de los ya escasos DJs radiofónicos con carisma, en algún programa dance de alguna radio online. Sí, olvidándonos de quién es y en medio de novedades del género, llaman poderosamente la atención los primeros acordes. No se suele ir de Do mayor a Fa menor nada más empezar, y rematar con La sostenido. No es muy dance la jugada. Para los no expertos: son acordes nada bailables. Pero el estribillo machacón busca quedar retenido en la memoria hasta cuando la pierdes, ya de madrugada. Y lo consigue.
Horas más tarde, el sábado por la mañana, día de limpieza y claridad, acompañó con acierto las labores domésticas, pero sin quitarle su sitio al himno del aspirador “I want to break free” de Queen.
El sábado por la tarde, me pudo la nostalgia de programas como Aplauso o Tocata y me puse en pantalla grande y a todo color el videoclip. Ahí estaba Kylie, seductora y juguetona en rojo sangre, retorciéndose y girando en un restaurante, o sola en la cama de un motel, mientras su capa roja transparente desafía, gracias a algún ventilador, la física misma. Se nota el uso de inteligencia artificial en los detalles ingrávidos de los elementos del clip.
Para los amantes de la moda, se embutió en un catsuit ajustado de la colección Otoño 2023 de Mugler, favorecedor a sus 54. Por si alguien se lo pregunta, las botas por encima de la rodilla son de Maison Ernest y ya hay quien se está gastando más de mil euros en ellas. En el video, ella y sus bailarines, todos vestidos de rojo, se golpean el corazón con las manos al ritmo de la canción. ¿Un gesto simbólico de la tensión emocional? ¿Otra star que habla de su vida sentimental a golpe de canción? Puede ser. Pero el ritmo palpitante y el estribillo pegadizo son más sugerentes de una noche de baile frenético y desinhibido.
'Dance' emocional
O sea, es signo de liberación. Sin entrar en el papel couché, es cierto que, como Shakira (aunque en su caso sin deudas pendientes con el fisco), ha dejado una relación de cinco años con Paul Solomons (47), y sabemos de fuentes bien informadas de sus instrucciones precisas al productor Sky Adams para crear “música dance emocional” que hable del “deterioro de algunas de sus relaciones pasadas”. De hecho podemos encontrar una defensa muy bailable de la necesidad de que las personas se comuniquen claramente en una relación. Otra que da recados en sus éxitos.
El sábado noche descapoté mi Smart y subí el volumen. El procesamiento de la voz de Kylie encajaba mucho mejor en la escena de un Madrid la nuit que no parece sentir la crisis, con todos los garitos llenos. Siendo el más boomer de Malasaña, que resonara la Minogue en los semáforos no me rejuvenece. Se confirma: su público no tiene 20 años.
El domingo, directamente ya me puse a escribir. Tenía el estribillo clavado en la memoria RAM de mi perjudicado cerebro. Misión cumplida. Se pega. Año y medio de teletrabajo sin separarse de su estudio portátil ha valido la pena. Y todo para decir “Padam Padam” de forma machacona. Ese truco, señores, ya lo emplearon y con bastante gracia Trío a golpe de Casiotone en aquel inolvidable "Da Da Da" de hace exactamente 40 años.
En resumen, Kylie Minogue, la única superestrella femenina del pop australiano, vuelve machacona, sofisticada, y agarrándose a lo que conoce. El 22 de septiembre sabremos si Tension (que hasta ahora tiene poca) será el álbum que reafirmará aún más su estatus como diva suprema o simplemente será otro capítulo en una historia de un clarísimo éxito comercial. Yo qué sé. Siempre he sido muy fan.
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