A pesar de lo que digan las programaciones oficiales, los conciertos siempre empiezan mucho antes de la primera canción. Están los preparativos, las colas, la expectación y las canciones a voz en grito a las afueras de los estadios. Así, los alrededores del Estadi Olímpic se fueron llenando de los asistentes al concierto de Beyoncé en Barcelona desde primera hora de la mañana del jueves 8 de junio a la espera del renacimiento de la de Houston.
Mientras en la ciudad condal los amantes de la música se peleaban con paraguas y gorras contra el sol abrasador, en Madrid las lluvias obligaban a cancelar el Primavera Sound. En esa pelea constante para dilucidar por qué se hacen más conciertos internacionales en Barcelona que en Madrid, la climatología dio la razón a Beyoncé en su elección.
El Renaissance World Tour gira en torno a su último álbum Renaissance, con el que revive la escena del ballroom, la música disco y el vogue, que para la comunidad afroamericana ha sido tan importante. Quizás por eso esta gira le siente tan bien. Quizás por eso sea su mejor gira hasta la fecha. Porque, como el ave fénix, ha renacido, pero no de sus propias cenizas, sino de sus innumerables éxitos.
Lujo, innovación y exceso
Con la puntualidad que caracteriza a una diva con tanto nivel de perfeccionismo, el concierto empezó a las ocho y media. Un inicio por todo lo alto, con proyecciones que atrapan con su espectacularidad. Beyoncé abrió con unas baladas, una inteligente elección por parte de la artista ya que esto le permitió lucir sus increíbles dotes vocales.
El inicio del show coincidió con el atardecer. Quizás la luz nocturna de Barcelona habría potenciado el comienzo del espectáculo, pero la llegada de la noche contribuyó de algún modo al paulatino crescendo del concierto.
En las baladas iniciales no faltó un tributo a su ídolo Tina Turner, fallecida recientemente. Con una versión de River Deep, Mountain High, Beyoncé rindió homenaje a la que fue simply the best.
Tras ello llegó la sucesión de canciones y cambios de vestuario, con proyecciones surrealistas que enlazaban una parte del concierto con otra. Quizás imágenes de esos videoclips que aún no se han estrenado.
Los temas de Renaissance debe escucharse en orden, puesto que las canciones enlazan perfectamente una con otra, como si de una única canción en constante evolución se tratase. Tal y como ya hicieron otros grandes como Radiohead en los 2000 con Kid A, Beyoncé invita al oyente a un viaje sin descanso. Y eso mismo hace con los espectadores del concierto.
Siguiendo pues la estructura y orden del disco, las canciones de Renaissance se fueron sucediendo sin fallos, sin imprevistos, con la perfección que caracteriza a Miss Carter. Entre medias, se fueron colando versos de antiguos temas de la diva. Así, mientras cantaba Alien Superstar, sobre esa misma musicalidad la letra cambió a la de Sweet Dreams.
Las breves inclusiones de antiguos temas suyos fueron constantes durante todo el concierto. Una manera hábil de introducir su repertorio clásico y satisfacer a todos los fans. Tuvo tiempo incluso para recuperar canciones de Destiny’s Child, el grupo con el que se convirtió en el monstruo interpretativo que es hoy día.
Los momentos más esperados
Por supuesto, el momento más esperado del concierto fue la aparición de la hija mayor de la cantante, Blue Ivy. TikTok y otras redes sociales ya se encargaron de viralizar los vídeos de la pequeña de once años bailando en el escenario con su madre. Los espectadores no estaban seguros de si ese momento se iba a dar también en Barcelona. Pero así fue.
La elección de los temas en los que participa la pequeña Blue no son aleatorios. Como nada de lo que hace Beyoncé, siempre tan minuciosa en sus proyectos. Fue en la interpretación de My Power y Black Parade, canciones del álbum The Lion King: The Gift, con el que Beyoncé trató de conectar con sus raíces afroamericanas. Y qué mejor raíz que tu propia sangre.
Por supuesto, entre las más esperadas estaban sus canciones más icónicas. Y aunque eludió algunas como Halo, no podía faltar Crazy in Love. Con las caminatas que la caracterizan, la diva paseó provocadora por pasillo que se abre desde el escenario hacia la pista mientras interpretaba la canción que representa el comienzo de su carrera en solitario y que tantos éxitos le ha brindado.
Innovación tecnológica
La producción del concierto es un alarde de espectacularidad. Bolas de discoteca, vestidos pintados con las luces de las proyecciones, un caballo gigante que entraba y salía de la escena… Todo es poco para llegar al nivel de opulencia, como ella misma dice, al que la música te lleva.
La diva llegó a desvestirse y bailar con unos brazos mecánicos que evocaban ese renacimiento al que hace referencia el título del álbum. Porque al igual que el Renacimiento no se limitó a copiar lo ya hecho, sino que aportó múltiples innovaciones, ella no solo trae la música disco al presente, sino que con ella nos proyecta a un futuro aún desconocido.
Con America Has a Problem, Beyoncé se puso tras una mesa que emulaba la de los informativos de televisión, una canción reivindicativa (pero bailable) que acompañó de proyecciones que emulaban televisores por todo el escenario.
Un espectáculo sin precedentes
Los 53.000 asistentes al concierto de Beyoncé en Barcelona fueron testigos del despliegue de medios, talento e innovación con el que la de Houston está recorriendo el mundo. Porque no solo es el talento de ella, sino de todo su equipo. Incluso sus coristas tuvieron su momento de solo, demostrando que si son las voces secundarias de Beyoncé es por algo más que por suerte.
El cuerpo de baile se merece no solo una mención, sino una ovación. Como buen tributo a la escena del ballroom, todos demostraron dotes en vogue. Al final del concierto, mientras la cantante fue a enfundarse su último look, los bailarines levantaron los gritos de todo el público. Uno a uno fueron saliendo haciendo pasos de baile y acrobacias de escándalo mientras el resto se animaba. Disfrutaron de los últimos momentos en el escenario como si de una fiesta kiki se tratase.
Y para terminar de sorprender, porque aún no había sido suficiente, Beyoncé cabalgó su caballo reluciente, cuajado de cristales cual bola discoteca, sobrevolando a todos los espectadores en un último despliegue de ostentosidad.
A continuación, se deshizo del refulgente animal para empezar a volar ella sola, siempre sin soltar el micrófono, como la diosa de la música que es.
Todo el que haya tenido la suerte de asistir a este espectáculo coincidirá en que el título de reina de la música le queda tan bien como los estilismos de Mugler, Alexander McQueen o Loewe, entre otros, que luce en el Renaissance World Tour. Y no es porque sea la persona con más Grammys de la historia (o no solo por eso), sino porque ha demostrado que, a sus 41 años y con toda una vida en la industria de la música, puede estar a la altura de las divas más jóvenes. Y superarlas a todas con creces.
Mientras los espectadores del increíble concierto con el que Beyoncé había bendecido a la ciudad de Barcelona empezaban a desalojar el Estadi Olímpic, la imagen de un familiar de la artista observaba desde la proyección de la pantalla: se trata del tío Johnny, diseñador de sus primeros estilismos, homosexual y víctima del VIH que en los 80 demostró esa valentía y optimismo sobre el que se construye el álbum de Renaissance.
Beyoncé desconoce lo que es el fracaso. Porque tampoco ha experimentado lo que es bajar la guardia, no esforzarse, no transformarse constantemente.
A sus 41 años, Beyoncé tiene mucha competencia, de artistas más jóvenes y con mucho tirón. Pero cualquiera que acuda a verla en este Renaissance World Tour pùede comprobar que como ella solo va a haber una. No hay que intentar copiarla, superarla o plantarle cara. A Beyoncé solo se la puede admirar, y decir para uno mismo: estoy siendo testigo de una leyenda viva.
Quizás Renaissance sea el disco que mejor la define hasta la fecha. Porque renacer, sobre todo cuando hay tantas expectativas sobre ti y tantos éxitos a tus espaldas, es difícil. Esa palabra, difícil, quizás sí la conoce. Pero conoce aún mejor las palabras trabajo, esfuerzo y arte.
Si renacer implica ser una mejor versión de uno mismo, entonces Beyoncé vive en un constante renacimiento, del que los demás solo pueden ser meros espectadores.
Al rey, lo que es del rey. Y a la reina, lo que es de la reina: toda la industria de la música. Larga vida a la mejor artista viva y a todos sus éxitos. Suya es la pista de baile que llamamos “mundo”, suyos son nuestros aplausos y suya es, por supuesto, la historia que ella misma escribe acierto tras acierto. Renaissance World Tour: un rotundo éxito más que sumar a la larga lista.
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