Maslow, el de la pirámide, postula que una vez que se han satisfecho las necesidades básicas y psicológicas, los individuos buscan la autorrealización y finalmente la trascendencia, que es eso que se refiere a una conexión y un propósito más allá del yo individual. Serrat lo ha conseguido. El jurado de los Premios Princesa de Asturias lo deja claro, y por unanimidad: “…trasciende la música y se hace referente cívico, sumando a las letras de sus canciones la fuerza del himno colectivo con voluntad universal”. Una de sus mejores interpretaciones siempre será esa que habla del viaje de la vida, la búsqueda de sentido y la importancia del propio camino. Era de Machado, sí, pero él la hizo muy suya en Cantares.
Ya puede dar, pues, por satisfecha su necesidad vital el cantautor en ese camino que hizo al andar durante ese más de medio siglo que ha transcurrido desde que empezó a sonar, cómo no, en la radio. Ese medio, que comenzó a reproducirle en los “altoparlantes” siendo a válvulas y que ahora se oye por internet, fue el que (casi) nunca le abandonó. Ni siquiera lo hizo cuando, en el extremo opuesto de cuanto ahora se premia, se le prohibió aparecer en el ente público televisivo de la dictadura.
Ese aparato con altavoces es el que le vio nacer como artista de la mano del radiofonista Salvador Escamilla, en aquel Radioscope de 1965. Orgulloso puedo decir que compartimos, en tiempos distintos, las ya inexistentes escaleras de la EAJ-1, con sus subidas y bajadas a los estudios subterráneos. Estaba forjando el perito agrónomo una carrera artística que sería inédita para alguien que cantaba (también) en catalán, en los auténticos “malos tiempos para la lírica”. Pero, claro, eran “palabras de amor, sencillas y tiernas”. Y eso, parece ser que sí tenía “perdón de Dios”.
Transcurrieron grandes canciones y un desastre eurovisivo sobre el que se ha vertido tinta como para ir al Royal Albert Hall y volver sin levantar la pluma. La pregunta que le formuló el entonces director de TVE se contestó sola: "¿Qué tipo de artista quiere ser usted, uno que canta para el pueblo o para unos cuantos?". Millones de personas en el mundo le han hecho un sitio en su corazón. Según palabras de su biógrafo Juan Ramón Iborra para este mismo periódico, reconoce Serrat que nunca tenía que haber aceptado el cambio por Massiel. No fue el único golpe (a golpe) que amenazaba sus versos. Decir en México que eso de la pena de muerte estaba mal hizo que le esperaran a su vuelta años de censura.
Ese bloqueo le hizo más grande en cuanto pudo acercarse a un micrófono de nuevo. Incluso cuando cumplió veinte años como artista hizo una gran declaración musical de intenciones, que no suele estar entre las más conocidas del genio, ahora de nuevo reconocido.
Hemos de tener claro que estas canciones no siempre están en las playlist del artista, en favor de éxitos tan demoledores como su tema más reproducido. Sí, ese que le canta al mar que baña la costa a pocos metros de las calles en las que se crió, "Mediterráneo".
Siempre hizo gala de espíritu vitalista y positivo, hasta cuando “tuvo que pasar por corte y confección”, en algún episodio que amenazó su vida. Se defendió, pero no hizo falta hacerlo “como gato panza arriba”, sino como adalid de la música como elemento regenerador de conciencias y testigo vivo del paso de los tiempos. Un poeta, vamos.
Eso de decir adiós no lo hizo hasta bien sobrepasado el punto en el que hacía más de cuarenta desde que tenía veinte. Lo hizo a lo grande, jugando en casa, en el Sant Jordi. Y diciendo aquello que siempre se le escapa de “va, que estas personas tendrán cosas más importantes que hacer”. Claro, por ejemplo hoy escucharé una vez más todas esas canciones, repletas de magia, de uno de los más grandes de la Historia que supo encontrar el encanto de las “pequeñas grandes cosas” como cuando, siendo un chiquillo, correteaba por el Poble Sec.
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