La cultura también es política y, en un mundo tan polarizado como el actual, la disputa por dominar el discurso no se libra solamente en el campo de batalla. La guerra cultural es un hecho y el festival de Eurovisión que se celebra este sábado es un nuevo frente para la compleja situación europea.
Mientras hay quienes llaman al boicot de Eurovisión por la inclusión de Israel en pleno conflicto palestino, el veto a Rusia que dura desde 2022 por la guerra de Ucrania sigue dando alas a Putin en su deseo por recuperar Intervision, un festival alternativo de tiempos de la URSS, en el que incluso llegó a haber participación española.
En noviembre del año pasado, el Kremlin anunció la firme intención de reflotar la idea de un nuevo Intervision, para no quedarse fuera del espectáculo. Pero lo que puede parecer el excéntrico resultado un berrinche de un país con complejo de superpotencia, va más allá de lo anecdótico. De hecho, es uno de los proyectos más ambicionados por su impredecible presidente, Vladimir Putin.
Y es que Rusia nunca ha terminado de sentirse muy cómoda en un festival de la canción europea en el que, a pesar de su condición como "evento apolítico", la política casi siempre ha estado muy presente. En 2014 y 2015 las actuaciones rusas fueron abucheadas en protesta por su política en materia de derechos LGTBI. En 2017 no pudieron participar en la edición celebrada en Kiev por el veto que Ucrania le impuso tras la anexión de Crimea y en 2022 se le impuso un veto indefinido por la guerra con el país ucraniano. Una prohibición que además fue correspondida también en las votaciones con el primer puesto para Ucrania aquel año.
Intervisión, un particular Eurovisión a la soviética
Ante la negativa del bloque occidental a admitir a los países de la órbita soviética en su festival, nació en Chechoslovaquia la idea de Intervision. Y así se hizo entre 1965 y 1968, para después pasar absorber el Festival Internacional de la Canción de Sopot, en Polonia, conocido como el "San Remo del Báltico", desde 1977 hasta 1980. Un festival fundado en 1961 por Władysław Szpilman, el músico cuya historia en la Segunda Guerra Mundial inmortalizó Roman Polanski en El pianista.
La versión polaca fue la más conocida por su vocación global, ya que, además de la participación de la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Alemania Oriental, Yugoslavia, Bulgaria, Rumanía y Hungría, también contó con otros estados del bloque occidental como Suiza, España, Finlandia o Portugal, e incluso traspasó continentes con la inclusión de Cuba, Nicaragua, Marruecos o Canadá.
Entre las participaciones españolas, cabe reseñar un tercer puesto de Salomé en 1968, representando, curiosamente, a la España de Franco, que un año después ganó Eurovisión con Vivo cantando. También destacaron los barceloneses de Rumba Tres en 1977, con su No sé, no sé, que exportaron la rumba catalana al otro lado del telón de acero.
Además, este festival también se convirtió en la puerta de entrada para músicas del mundo como el country de Johnny Cash, la chanson francesa de Charles Aznavour o el reggae-pop de Boney M, que interpretaron Rasputin. Y es que, la versión soviética era, paradójicamente, más capitalista que la occidental, al incluir una sección para sellos discográficos.
Otra de las particularidades de este festival era que no existía límite de duración para las canciones, lo que llevó a que hubiese actuaciones de más de veinticinco minutos. Estas diferencias también dieron lugar a mitos extendidos, como el de que las personas votaban encendiendo la luz de su casa. Se llegó a decir que cuando una canción era buena, los telespectadores encendían todas las luces y se puntuaba según los picos eléctricos en la URSS. Nada más lejos de la realidad, el premio lo decidía el jurado.
Aunque en su momento el festival era un símbolo de apertura, el peso de su repercusión internacional también fue clave como foco de protestas contra la represión soviética. Su fin lo marcó el ascenso del movimiento Solidaridad y la imposición de la ley marcial en Polonia. Los trabajadores del astillero de Gdansk aprovecharon la celebración de Intervisión 1980 para convocar una huelga liderada por Lech Walesa, que marcaría el principio del fin del régimen comunista en Polonia.
Después de aquello, la televisión polaca decidió retomar el Festival de Sopot en 1984 con su formato original, cerrando la puerta a un nuevo Intervisión. Además, con la caída del comunismo en 1991, los países del Este abrazaron el sistema de mercado y empezaron a sumarse a Eurovisión.
El viejo deseo de Putin por recuperar Intervision
En 2008, después de las críticas de Ucrania o Georgia a Rusia en Eurovisión y la inclusión de luchas en festival como la del colectivo LGTB, el presidente ruso Vladímir Putin intentó traer de vuelta el Festival de la Canción de Intervisión.Y consiguió reeditarlo, a su manera, en Sochi, al sur de Rusia. Pero esta vez, la participación del concurso estuvo limitada únicamente a antiguas repúblicas soviéticas. Participaron 11 países de los 12 que estaban invitados por el conflicto armado con Georgia. Tayikistán salió vencedora en el único intento real de retomar el festival.
Aunque esto no significa que Putin haya dejado de intentarlo. En los años posteriores buscó recuperar el certamen también con miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai, como China, India o los países de Asia Central, pero sus propuestas no prosperaron.
Ahora, con su exclusión indefinida y su enemistad jurada con Europa, el primer ministro ruso ha encontrado la excusa perfecta para recuperar cumplir con su nostálgico deseo. Aún está por ver en qué condiciones y cuándo, pero lo que está claro es que en la batalla cultural, Rusia todavía no ha dicho su última palabra.
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