En un momento de transformación y crisis festivalera en el que parece imposible dar con la tecla adecuada, llega el Tomavistas, uno de los festivales con mejor crítica de los últimos años, y decide dar un paso hacia delante cambiando su icónico emplazamiento en el parque Tierno Galván, por el asfalto del parking de la Caja Mágica. Un cambio que conlleva el riesgo de perder parte de su identidad, con la intención de seguir creciendo.
Lo primero en lo que se notó fue en la elección de los grupos, un cartel lleno de estrellas internacionales de largo recorrido como The Jesus & Mary Chain, Dinosaur Jr., Belle & Sebastian o Phoenix, en el que destacaba por encima de todo la flamante gira 30 aniversario de "Súper 8" de Los Planetas y también la presencia de bandas nacionales como Hinds, Derby Motoretta's Burrito Cachimba o Alcalá Norte.
Un equilibrio más o menos conseguido entre lo mejor del panorama nacional Y quizá la mejor apuesta en este sentido haya sido la de mantenerse conservadores. Porque, en un momento en el que la necesidad de acaparar el mayor abanico de público posible origina extraños mejunjes que meten en un mismo evento artistas urbanos, indies y pop, se agradecen los carteles confeccionados con coherencia.
Este en concreto ha sido un homenaje a la generación X, esa que creció a medio camino entre los 80 y los 90, génesis de ese género que se acordó en bautizar como indie, en el que sintetizadores, guitarras distorsionadas y letras desencantadas constituyeron algunos de los mejores himnos generacionales de la época.
Todo lo que no sea el Tierno Galván siempre es perder
Todo lo que no sea el Tierno Galván siempre es perder, por su céntrica ubicación, su entorno y su ambiente familiar, pero el reducido espacio seguía siendo una limitación. En la Caja Mágica el Tomavistas ha ganado en amplitud, escenarios (cuatro) y, sobre todo, en asistencia, alcanzando la cifra récord de 25.000 asistentes en los dos días (el año pasado fueron 17.000 en tres). Aun así no ha habido un ambiente de agobio, más allá de las colas para entrar del primer día, y los accesos y servicios han sido más que correctos. La pega más molesta, los malos olores de las depuradoras de la zona.
Entre los asistentes, se ha mantenido el ambiente familiar, con la alegre presencia de niños correteando y padres con carritos de bebé. Pero también se ha unido a la fiesta cierto público de 'eventillo', cuyas altas e inoportunas charlas durante los conciertos deslucían por momentos las actuaciones y dificultaban la escucha. La burbuja de los festivales no se llena precisamente con amantes de la música.
Orbitando alrededor de Los Planetas
En el primer día, todo parecía orbitar alrededor del invitado más especial a la cita, Los Planetas. No en vano, fueron ellos los pioneros del género que ha popularizado este tipo de festivales en España. Con un público intergeneracional, tirando a pureta, se podía ver a padres e hijos compartiendo camisetas del grupo granadino.
Los primeros compases del festival estuvieron marcados por dos regresos, primero Standstill, que no se juntaban desde 2016 y después las Hinds, que acaban de sacar disco y salieron al escenario con un renovado entusiasmo y seguridad en sí mismas después de, en sus propias palabras, "cuatro años muy duros sin poder sacar música".
Al mismo tiempo, en el escenario grande, la nostalgia gen X de Dinosaur Jr. nos recordaba por qué estamos aquí. A pesar de tocar en el escenario principal, los precursores del indie estadounidense parecían ser los teloneros de lo que venía justo después. Quince minutos antes de que terminaran, la gente ya se agolpaba frente al escenario de Vibra Mahou, desde ahí aún se escuchaba cómo los Dinosaur versionaban Just Like Heaven de The Cure. Pero la atención estaba ya en el rojo escenario que iban a ocupar Jota y Florent y los demás.
"Hola Madrid, somos Los Planetas, cada año más viejos, pero cada año más vivos", advirtió Jota antes de que empezara a sonar De viaje con el incesante coro de un público plenamente entregado a la causa. La banda granadina tocó todas las canciones de "Súper 8" provocando una placentera regresión en todos aquellos que pasaron los mejores años de su vida en los 90.
El disco giraba en una puesta en escena sin grandes artificios, con los diseños de Javier Aramburu de fondo y la letras de temas como Si está bien corriendo por la pantalla. Pero no hacía falta, los asistentes ya se las sabían de memoria y acompañaban la dicción perfecta de un Jota que se permitía bromear en las pausas con la coincidencia del concierto con el estreno de Segundo Premio, la película de Isaki Lacuesta inspirada en la historia del grupo. Algo así como nosotros somos los auténticos, no acepten imitadores, ironizaba el cantante antes de terminar, una vez más, con ese Big Bang de la banda que fue Mi hermana pequeña.
Mientras, en el escenario 'Tan de Madrid como Tomavistas' la nueva promesa de la escena indie española se atrevía a rebelarse contra su padre. Los Alcalá Norte debutaban en el Tomavistas con ese aire de canterano llamado a marcar una época, presentándose como incorporación de última hora para suplir la baja de los británicos Dry Cleaning. Les tocó bailar con la más fea y lo consiguieron, pues el solape con Los Planetas no impidió que su actuación se llenara de fans y curiosos, impacientes por saber cómo sonaba en vivo la banda del momento. Todos ellos pueden presumir de haber gozado en directo ese himno atemporal en el que se ha convertido La vida cañón.
Tras el plato fuerte planetario, aún quedaba hueco para disfrutar de más talento nacional de Melenas, que contraprogamaron con su desparpajo synth y el rock épico de Editors en el escenario grande, que recordó a aquel indie dosmilero capaz de llenar estadios con su potencia, que popularizaron bandas como Muse o The Killers.
El resto de la noche fue aderezado con la experimentación entre electrónica y folclore gallego de Baiuca. Y, en el postre, The Blaze mandó a todos a dormir con sus oníricas y cinematográficas melodías.
El día y la noche, Belle & Sebastian y The Jesus & Mary Chain
Las camisetas de bandas son uno de los indicadores más fiables para identificar los grupos más apetitosos del cartel. Si en el primer día Los Planetas eclipsaron la cita, en la segunda jornada las enseñas de The Jesus & Mary Chain fueron las que más se vieron paseando por el parking de la Caja Mágica.
Con el sol aún en todo lo alto, Laetitia Sader, ex Stereolab, se encargó de inaugurar el segundo y último día de festival. Después, los chicos de Bum Motion Club se convirtieron en una agradable sorpresa para aquellos que vienen a este tipo de eventos no solo para escuchar a sus ídolos, sino también para descubrir nuevo talento emergente.
No tan emergentes son ya los Derby's Motoretta Burrito Cachimba, quienes a pesar de su estrafalario nombre, fueron lo más parecido a volver a sentirse en los años 70. Su origen sevillano, su gusto por el rock progresivo y las largas melenas hippies delatan su incuestionable influencia trianera. Ellos lo llaman 'kinkidelia'. El cantante, Dandy Piranha, se apropió en seguida del escenario con sus psicodélicos bailes y un potente chorro de voz. Sin embargo, de lo que va sobrado es de actitud, por eso si ve que el público anda un poco disperso, ya se encarga él de bajar y enchufarlo de forma manual.
Y después de aquellos maravillosos 70, toca volver a la época a la que se ha conjurado esta edición del Tomavistas con la luminosidad amable de Belle & Sebastian. Los escoceses se presentaron en Madrid con ganas de pasar y hacer pasar un buen rato a todos. Temas como Nobody's Empire o Another Sunny Day pusieron banda sonora al atardecer en un concierto feel-good, si es que ese término existe, en el que la banda escocesa subió parte del público al escenario para que bailaran todos juntos al son de The Boy with the Arab Strap. Justo después de que Stuart Murdoch, cantante y animador oficial, se dedicara a hacer funambulismo por la pasarela mientras le dedicaba Piazza, New York Catcher a su mujer. Fue el suyo uno de esos conciertos de los que sales con el corazón agradecido y una sonrisa en la boca.
En el intervalo que quedaba hasta la llegada de la noche, Los Estanques montaron su propia ópera rock en el escenario 'Tan de Madrid como Tomavistas', mientras el tontipop de las Cariño llenaba con sus letras pegadizas el 'Vibra Mahou'.
The Jesus & Mary Chain, una experiencia espectral
Y llegó el momento para el que habían estado esperando los más puretas del lugar. Con la oscuridad ya plantada sobre el cielo de Madrid, The Jesus & Mary Chain salieron al escenario como la cabeza de cartel que son, arrancando con Silver Strings, canción de su último álbum "Glasgow Eyes", lanzado en el pasado mes de marzo. El cantante, Jim Reid, ocupó el centro del escenario como un ser espectral.
Encorvado, serio e impasible cantó una canción tras otra, en un repaso por los mejores temas de su trayectoria como Happy When It Rains, All Things Pass o Head On, con visuals epilépticos de todos sus álbumes de fondo. Sin olvidar aquella que "seguramente muchos conoceréis" Just Like Honey. Sus reservas con respecto al público se resumen a algún tímido gracias y concesiones como esta. Aparte de un amenazante "¿Puede alguien hacer lo que tiene que hacer?", cuando encima del escenario tienen que solucionar durante un tiempo problemas técnicos. De hecho, el único momento de complicidad es cuando su novia, Rachel Conte, sale a cantar agarrada a él Girl 71.
Antipatía, distorsión y suciedad sonora mezclada con influencias pop, una voz críptica y la frialdad de su frontman conforman un show que termina siendo el reverso tenebroso de lo que había sucedido horas antes con sus compatriotas de Belle & Sebastian. Esa es la esencia de The Jesus & Mary Chain y a nadie le va a molestar. Por eso, la sensación cuando terminan con la polémica Reverence cantando eso de "I wanna die just like Jesus Christ", es de una satisfacción extasiada.
Tras la dispersión, volvieron los conciertos solapados con Alizz presentando su nuevo álbum "Carretera Perdida" y un pop ochentero que fue preparatorio para el cierre de festival que tenían preparado los franceses de Phoenix. Los de Versalles desplegaron todo su carisma en una sucesión de hits bailables, con un evidente componente de nostalgia por ese indiepop dosmilero que, con tanto cariño, recuerdan sus fans.
Y así terminó un Tomavistas marcado por la presencia eclipsante de los Planetas y toda una constelación de grupos que, por referencias o influencias, giran en torno a su misma órbita. Un auténtico homenaje a la música más rompedora de la generación X que, cuanto más envejece, en más clásica se convierte.
Todo esto en una edición marcada por el cambio de escenario. Y es verdad que echar de menos el Tierno es totalmente lícito, pero en este 2024, el Tomavistas ha vuelto a demostrar que organizar un buen festival de música en Madrid es posible, quizá solo basta con el esfuerzo de conocer bien a tu público.
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