Stevie Nicks decidió no participar. La voz mágica de la gran banda Fleetwood Mac sintió vértigo al escuchar una versión instrumental de diez minutos de uno de los himnos de la música del siglo XX y declinó la invitación de Prince para contribuir a la letra. Sintió que aquello era demasiado grande como para tratar de expresarlo con palabras. Esto nos da una idea de la inmensidad de la canción que cierra el disco definitivo de uno de los genios del pop mundial y que da nombre a una película que, hace exactamente 40 años, se estrenaba en 900 cines norteamericanos. La lluvia púrpura había comenzado a caer. Purple Rain.
Un bloc de notas
Esta ciclogénesis explosiva púrpura se originó en un cuaderno, por supuesto, de ese color, en las inevitables esperas de los numerosos conciertos que precedieron a su éxito. Sí, la poesía y la magia florecieron entre la mugre de los sucios camerinos de locales de medio pelo, que se llenaban para ver a un pequeño diablo con alzas y tacones, quien comenzaba a despuntar gracias a un par de éxitos logrados con cinco álbumes completos. Fue en aquel verano y otoño de 1982, mientras en España se celebraba el mundial de Naranjito.
Aquel cuaderno contenía una historia más negra que púrpura. Purple Rain cuenta el turbulento viaje de "The Kid", un prodigioso pero atormentado músico de Minneapolis, un dato real. En un torbellino de acordes electrizantes y emociones crudas, lucha contra los demonios de su hogar abusivo y la feroz competencia en la escena musical explosiva de la época. Entre amores apasionados y rivalidades intensas, ese chico transforma su dolor y esperanza en música, culminando en los casi 8 minutos de profundo dolor de la canción que da nombre a la película. El mago hizo alquimia y consiguió oro de un dolor irreparable. Muerte, sexo y vanidad se mezclan prodigiosamente en una cinta original como pocas, que adornó con tonos dorados unos años 80 con sabor a refresco de cola y palomitas.
El signo de los tiempos
El propio Prince cantaría años después en un disco posterior un tema con ese mismo nombre: Sign O' The Times, y en este caso, sin duda, lo era. Si algo caracterizó a la generación de artistas que emergieron al éxito hace ahora cuatro décadas, fue su pasión implacable y su resistencia ante la adversidad, hasta la mismísima miseria.
Escena primera: imaginemos a un grupo de músicos fanáticos tomando por asalto un almacén llamado "The Warehouse" en St. Louis Park, Minneapolis, y transformándolo en su cuartel general creativo. Durante gran parte de 1983, mientras la serie de moda era “Fama”, esta panda de entusiastas pasaba sus días ensayando y bailando al ritmo de acordes que cambiarían el mundo. De hecho, el guionista de la serie musical más importante de la historia de la televisión dejó a medio hacer el guion de esta película para hacer la segunda temporada de ese otro signo de los tiempos de la pequeña pantalla.
En una sección del complejo se instalaron Louis Wells y Vaughn Terry, los visionarios creadores del vestuario de Earth, Wind & Fire, llevando la extravagancia a niveles planetarios. Las hombreras y chorreras fueron exageradas deliberadamente hasta provocar una conmoción visual, acorde con la idea de que se trataba de la primera película de un príncipe del pop.
El impacto visual debía ser monumental, así que John Command se dedicó a enseñar a moverse al propio Roger Nelson y a los integrantes de las tres bandas que el genio había reunido para el proyecto: The Revolution, la banda femenina Apollonia 6 y los impresionantes músicos de "The Time". Así, en aquel almacén convertido en santuario creativo, se forjó una leyenda que dejó una marca indeleble en la historia de la música y el espectáculo.
El 3 de agosto de 1983
El 3 de agosto de 1983 llegó el momento de la puesta en escena. Era el momento de presentar al público las canciones, grabar los temas y hacer historia. En aquel concierto se decidió dejar de llamar al proyecto “Dreams” (sueños) y bautizarlo con el nombre de una de las canciones que resonó enorme en su puesta de largo.
Si hablamos de señales de aquellos tiempos…
No debemos olvidar que, aunque hoy aún enfrentamos la lacra del racismo, en aquella época no era fácil ser negro. Este fue uno de los grandes hitos incomprensibles a los ojos del siglo XXI que tuvo este torbellino creativo. Purple Rain fue una de las primeras películas protagonizadas por un artista negro que alcanzó un éxito masivo tanto comercial como crítico. Pronto llegaron los premios: el Oscar por la Mejor Banda Sonora, Grammys a la Mejor Banda Sonora y a la Mejor Interpretación Vocal Rock Masculina, entre muchos otros reconocimientos. Todo ello lanzó a Prince como una fuerza creativa incomparable, que trascendía el color de su piel y los estilos musicales. Además, inspiró a una generación de músicos y artistas a seguir sus pasos, empujando los límites de sus propios géneros.
Un legado multicolor
La prensa especializada habló entonces de un nuevo dignísimo heredero de Hendrix. Cuatro décadas después, Purple Rain sigue siendo algo más que una referencia lógica. Se puede notar su influencia en la manera en la que los artistas contemporáneos abordan, por ejemplo, la integración de música y narrativa visual. Pongamos un ejemplo firmado por Beyoncé, hace menos de una década:
Heredamos de aquel uso del color, sus trajes extravagantes y su muy comentada androginia, toneladas de ideas que han sido replicadas y homenajeadas por numerosos artistas a lo largo de los años. En un mundo donde la imagen y el estilo son tan importantes como la música misma, Prince demostró ya hace tanto tiempo que la presentación visual puede ser una extensión vital de la expresión artística en una obra universal, y en Technicolor.
Revisar la cinta remasterizada digitalmente en Prime Video o en Apple TV hace que no sea necesario verla en VHS y rebobinar antes de devolverla al videoclub. Son casi dos horas de un excelente ejercicio de arqueología moderna, un baño de poesía ochentera, una visita a la catedral de los sueños de un diablillo que quizá no sea más que un chiquillo con talento que trataba de huir de su propio dolor.
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