La noticia me pilló justo pensando en él. Estaba yo sumergido en las cifras astronómicas de royalties que "Thriller" debe generar cada Halloween porque, seamos honestos, si hubiera derechos de autor sobre bailar como un zombie, Quincy habría podido financiar viajes a Marte. Tras ver los cientos de miles de flashmobs callejeros, todos perfectamente coreografiados en cuatro de los cinco continentes (en la Antártida no hay constancia), pensaba en cómo han pasado más de 40 años desde que nos estremecimos con aquel vídeo larguísimo para la época. En España lo conocimos en el especial de fin de año de 1983 de TVE.
Si George Michael, la voz que cantó "Last Christmas", nos dejó un día antes de Navidad, Quincy Jones, el cerebro detrás de "Thriller", lo hizo justo después de Halloween. Innegable su sentido del ritmo.
Nadie como él
"Esta noche, con el corazón lleno pero roto, debemos compartir la noticia del fallecimiento de nuestro padre y hermano Quincy Jones", dijo la familia en un comunicado. "Y aunque esta es una pérdida increíble para nuestra familia, celebramos la gran vida que vivió y sabemos que nunca habrá otro como él".
Yo también lo sé. No volveremos a ver a otro genio musical como este polímata: trompetista, compositor, arreglista, productor, director y creador de bandas sonoras. Jones se sentía como en casa en casi todas las ramas de la música popular, algo realmente poco común. Ahora que hemos dividido los estilos musicales en miles gracias al todopoderoso algoritmo, despedimos a un creador que durante siete décadas navegó por el jazz de big band, el bebop, el góspel, el blues, el soul, el funk, el R&B suave, el disco, el rock y el rap. Y aun así, cuando intentamos responder a la pregunta “¿Quién?”, terminamos diciendo “el productor de Michael Jackson”. Por supuesto, entre sus muchas hazañas está haber colaborado con MJ para crear algunos de los álbumes más populares de todos los tiempos y ayudar a redefinir lo que significa ser una estrella del pop. Nada menos. Pero ese es el árbol, y nos ha dejado un bosque.
Ojo, cuando Jones llegó a Jackson, ya había trazado un camino a través del jazz, el pop de los primeros años sesenta y un buen número de bandas sonoras de películas. Y no se trataba de la primera vez que trabajaba con una superestrella; ojalá pudiéramos responder a quien no le conoce diciendo que dirigió la banda de Frank Sinatra.
Y solamente hay una forma de conseguir tanto: equivocándose. Una de sus citas célebres reza así: "En la música, tienes que cometer todos los errores posibles para aprender", y "yo cometí todos". Benditas equivocaciones. Pues este Midas del sector no pudo presumir de equivocarse a la hora de descubrir el talento de quienes se atrevían a acercarse al micrófono cuando él estaba al otro lado de la pecera de cristal del estudio. Así lo hicieron, entre otras voces, las de Aretha Franklin, Ella Fitzgerald, Chaka Khan, Luther Vandross, Minnie Riperton, Al Jarreau, Little Richard, Dinah Washington, Sarah Vaughan, Betty Carter o James Ingram.
¿Le dio tiempo en 91 años de vida y siete décadas de trabajo? Sí. De escuchar cientos de demos de canciones hasta encontrar las que encajaban en cómo entendía cada uno de los timbres vocales que acudían a él. No en vano es uno de los pocos artistas que ha sido nominado a los Premios Oscar, Grammy, Emmy y varias de sus obras ganaron un Tony. Hablaba varios idiomas y trabajó como embajador cultural, utilizando la música como puente entre naciones durante tiempos difíciles. Necesitaríamos repuesto urgente para él, pero no lo hay.
Un piano abandonado tuvo la culpa
El pequeño Quincy nació en plena Gran Depresión. Su madre sufría de enfermedades mentales y fue internada en una institución siendo él un niño. Junto a su hermano menor Lloyd vivieron un tiempo en la choza de su abuela sin electricidad en Louisville, Kentucky, antes de regresar a Chicago. Siguieron a su padre, un carpintero, al estado de Washington, adonde se mudó para trabajar en una base naval de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial. Eso le permitía jugar con armas y municiones de verdad. Era mejor que los cromos, claro. Sin embargo, lo que se convirtió para él en algo más que un juego fue haberse encontrado por casualidad frente a un piano en desuso en una de sus incursiones furtivas infantiles en unos grandes almacenes. A sus 11 años descubrió que lo suyo era la música. Mejor que los explosivos, es.
Se ganó sus primeras reprimendas (y alguna que otra paliza) por parte de su padre por espiar a los músicos que tocaban en los juke joints locales, los precarios y diminutos establecimientos donde los afroamericanos se apretaban para beber y escuchar música. Pero ¿quién podría culparle? Si la música te llama no hay toque de queda ni toques en la cara que valgan. Terminada la guerra, la familia de Jones se mudó nada menos que al inquieto sur de Seattle. Allí es donde su educación musical realmente despegó. Con apenas 14 años conoció a otros chavales a los que les apasionaba este arte, como un tal Ray Charles. Sí, ese Ray Charles.
Más horas que un piloto
Dicen que los grandes músicos siempre han acumulado antes muchas "horas de vuelo" en directo, y Quincy acumuló más que un piloto internacional. Comenzó a tocar la trompeta en bandas durante más horas de las que hoy serían legales. Cada fin de semana tenía una rutina agotadora: de 7 de la tarde a 10 de la noche interpretaba melodías pop en locales de moda; luego, de 10 de la noche a 1 de la madrugada, se adentraba en clubes nocturnos para darle duro al R&B; y, para rematar, acababa al amanecer participando en jam sessions de bebop. Eso sí que es dedicación.
Su ego artístico se elevó cuando nada menos que la voz del alma del blues, Billie Holiday, contó con él para sus conciertos en Seattle. Imagina ser un adolescente con acné y que una estrella te pida que toques con ella. Todo un estímulo.
Probó un semestre en la Universidad de Seattle, pero finalmente Jones cruzó el país para recibir clases en Berklee, en la misma costa que el hervidero de jazz de Nueva York. Allí, su talento no pasó inadvertido y acabó uniéndose a la banda de Lionel Hampton. Por fin empezaron a caerle algunos dólares en serio, aunque tampoco para retirarse. Las giras eran maratonianas y el sueldo más bien escaso, así que decidió diversificar su currículum. Su nombre comenzó a aparecer en los créditos de álbumes de titanes del jazz como Cannonball Adderley, Dizzy Gillespie, Count Basie, Sarah Vaughan y Dinah Washington.
París, Sinatra y los éxitos
Como muchos norteamericanos antes de la era de los vuelos low cost, Quincy sentía una fascinación irresistible por Europa. Con apenas 24 años y una maleta llena de sueños aterrizó en París, la Ciudad de la Luz y capital europea del jazz. Allí su ambición por aprender le llevó a recibir clases de Nadia Boulanger, la legendaria maestra de composición clásica que había enseñado a los mejores. Eso fue lo que le llevó a Frank Sinatra. La Voz andaba buscando a alguien joven pero talentoso dispuesto a dirigir su banda de 55 piezas en Mónaco. Acabó en Las Vegas con él. Jugó bien sus cartas.
A partir de ahí, los éxitos llegaron en cascada. Quincy se convirtió en un ejecutivo discográfico innovador, rompiendo moldes y abriendo puertas. Hollywood empezó a llamarlo para crear bandas sonoras, y él respondió con obras maestras como las de A sangre fría y el clásico de Sidney Poitier En el calor de la noche, con la voz de su querido amigo Ray Charles.
Jones & Jackson Ltd.
El destino quiso que en 1974 le cayese una sentencia médica: no volvería a tocar la trompeta. Un aneurisma cerebral y un par de cirugías que le salvaron la vida hicieron que la presión del esfuerzo al soplar el instrumento fuese una amenaza para sus arterias. Todo su talento musical se fue a trabajar para la industria.
Se convirtió en el supervisor musical de la adaptación al cine de The Wiz, protagonizada por Diana Ross y un joven llamado Michael Jackson. En ese set, Quincy sacó su talento para cazarlos y propuso a Michael trabajar juntos para el proyecto del artista en solitario más allá de su familia con Jackson Five. Epic Records dudó, pensando que Quincy era "demasiado jazz". Pero Michael insistió: "Quiero a Quincy". Epic cedió, y así nació una de las colaboraciones más legendarias de la historia de la música.
Lennon y McCartney, Mick Jagger y Keith Richards, Elton John y Bernie Taupin, Simon & Garfunkel… La música popular está llena de uniones explosivas en lo creativo, pero esta combinación entre estrella y productor fue única. Jones produjo para MJ tres álbumes, "Off the Wall", "Thriller" y "Bad", colocaron 17 éxitos en el Top 10, incluyendo nueve números uno, y vendieron más de 50 millones de unidades solamente en USA. Con Quincy al mando se reunió un increíble equipo de músicos y compositores de primer nivel. Si Eddie Van Halen tenía que grabar con ellos el solo de guitarra de "Beat It" sin cobrar un dólar, lo hacía sin pensarlo dos veces. Se produjo una combinación única de pop, jazz, clásica y una tecnología musical que podría hacer creer que el maestro viajaba en el tiempo para llevarla al estudio. Así llegó "Thriller", el álbum más vendido de todos los tiempos durante décadas, y el mundo profesional les dio la razón con varios premios Grammy, incluyendo Álbum del Año en 1984.
En el pódcast La Mejor Playlist pudimos saber cómo era su proceso creativo. Jones manejó más de 800 demos antes de seleccionar las canciones finales, porque sabía que la única forma de capturar el talento de Jackson era manejando horas de cassettes con sus improvisaciones. Nunca opuso el productor ninguna resistencia a trabajar así.
La música de 'Ironside' y otros logros
Trabajaba mucho más fuera de los estudios que dentro de ellos. Siempre innovando y sin quedarse atrás. En cada paso que dio, creó un hito, una hazaña que le convertía en pionero constante. Por poner un ejemplo, su canción para la serie de TV Ironside contiene el primer sintetizador que se usó en una banda sonora.
No estuvo mal tampoco conseguir lanzar al mundo el disco benéfico más emblemático de la Historia, reuniendo a los más grandes en una sola sesión que duró una larga noche con “We Are The World”.
Se fue de este mundo habiendo dejado, solamente con esa buena obra musical, más de 63 millones de dólares para combatir el hambre en África. Y puestos a ser pioneros, ¿por qué no ser el primer ejecutivo negro de una gran compañía discográfica? En 1961 se convirtió en vicepresidente de Mercury Records. En cada nuevo álbum, en cada producción, había que hacer algo que jamás hubiera hecho nadie. Eso le llevó a la excelencia.
Los fans de George Benson deben mucho a Jones. Tanto es así que sin él, probablemente no se hubiera conocido el tema que le lanzó como artista pop, "Give Me The Night". Dos corcheas tuvieron la culpa.
Como artista no firmó demasiadas de sus obras, aunque si hay alguna que no compuso él, pero con la que consiguió sonar a todas horas a principios de los intrépidos años 80 fue un clásico torero y “llenapistas” llamado “Ai no Corrida” que todos los que teníamos orejas en esa época recordamos.
El garito de Q
Aunque podríamos llenar una enciclopedia dedicada únicamente al titánico legado de Jones, mi alma de DJ pide a gritos presentar un disco que en España no fue muy conocido, pero que suelo encontrar en las estanterías de los verdaderos melómanos.
El que fuera aquel chiquillo que tocaba la trompeta siempre recordó sus fugas de clase para meterse en los juke joints donde se cocía el buen jazz. Cuando ya dio por válida su carrera, dedicó tiempo y atención a crear un disco excepcional, que hoy reivindico.
El 7 de noviembre de 1995 se lanzó un álbum que llegó al número uno en álbumes de jazz en apenas un mes, y que en realidad era un ticket de entrada permanente para acceder a un club en el que el tiempo es relativo y los géneros musicales se mezclan como en una jam session. Eso es Q's Jook Joint. ¿Quién más podría reunir a Stevie Wonder, Ray Charles, o Queen Latifah en el mismo escenario sin que explote el universo? 73 minutos y 1 segundo en el que el R&B, el jazz, el hip hop y el funk se llevan de maravilla. Grandes figuras ceden en ese espacio musical el micrófono a artistas noveles como Brandy, que tuvo el encargo de hacer suyo, junto al rap del gran Heavy D., el clásico “Rock With You” que conocimos gracias a Michael Jackson.
Estaré de acuerdo con cualquier musicólogo en que esta no se puede considerar una obra a la altura de sus mejores discos de jazz, pero refleja enormemente la esencia del genio que hoy despedimos. Contiene una perfecta muestra de sencillez en la producción, alegría transmitida a través de armonías pegadizas y ricas en matices, una buena cancha a las nuevas generaciones y hasta un cameo propio para hacerse presente con un simpático “right here” al mencionarle.
Así entendía la música este joven de más de 90 años. Como una sinfonía en constante composición, al ritmo del signo de los tiempos.
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