Si los Javis hicieran una serie sobre su vida, Luis Miguélez (Bembibre, 1963) tiene muy claro cómo empezaría: “Aparecería yo de pequeño, en la Nacional VI a su paso por Bembibre, cuando estudiaba en las escuelas nacionales y decían que venía Franco, con todos los niños ahí esperando con una banderita española, pasando frío desde las nueve de la mañana y vestido con un verdugo, que eso es muy fetish también. Tengo la imagen grabada desde pequeño y me parece un principio fantástico”.

Gafas de sol, un conjunto total black, uñas pintadas de negro y un tupé blanco platino a juego con la cruz que cuelga de su oreja. A medio camino entre un vampiro gótico y un punki trasnochado, Luis Miguélez espera sentado en el sofá de un María Pandora a primera hora de la mañana, con el cierre echado, la barra oscura y las sillas aún encima de las mesas. “Antes me iba a dormir a las 7, ahora me despierto a esa hora”, contesta a la pregunta de qué tal se lleva con las mañanas.

Confiesa que ya no pretende ser “un bonito cadáver” y que ha llevado un cambio de vida absoluto. “He pasado de ser lo peor a ser... lo peor de todo”, ironiza. Lo acompaña su amigo y nuevo compañero de banda Tony Punk. “Los que vivimos la generación de los 80, con estar vivos ahora mismo, ya le podemos dar gracias a Dios, a Alá y a todos los dioses de la religión que quieras”, alega Miguélez. “Y a David Bowie”, añade Tony. “Bueno David Bowie es terrenal… a la genética y a la suerte de cada uno”, aclara Luis.

“Y a las decisiones”, respondo. “Creo que mis decisiones han sido acertadas en todo momento, desde que me fui de mi pueblo, porque si me hubiese quedado en León seguramente sería un hombre casado y amargado, restregándome por las esquinas, buscando lo que ahora mismo hay en Grindr. Tuve que buscarme la vida”, recuerda.

Guitarrista, cantante, compositor y productor musical, Luis Miguélez figura como uno de los padres fundacionales de la movida madrileña, aunque siempre lo haya hecho desde la letra pequeña. En su extenso currículum se pueden leer ilustres nombres como Almodóvar y McNamara, Alaska y Dinarama o Fangoria, grupos en los que fue guitarrista. También fue bajista de Ramoncín y escribió canciones para Lola Flores o Alejandro Sanz. En 2001 sacó junto a su colega Fabio McNamara el álbum Rockstation, el más famoso de su trayectoria, pero su compañero se desentendió de todo y Miguélez se desencantó y huyó a Berlín para dar alas a su proyecto de electro-punk, Glamour to Kill.

Ahora, tras más de dos décadas viviendo en la capital alemana y casi siempre ligado a la electrónica, este hijo pródigo de la movida regresa a Madrid para formar un nuevo conjunto llamado The Miguélez, flanqueado por Tony Punk (Los Guapos) al bajo y por el dibujante de cómic, Jota Ele (Lazlokovacks) a la batería.

Aunque el nombre del grupo sea su apellido, este no se trata del proyecto en solitario de un viejo rockero que se junta con músicos profesionales para que le sigan el rollo. The Miguélez se presenta como un grupo totalmente nuevo que aspira a crecer desde abajo, evolucionar juntos, componer canciones nuevas, construir un sonido y un concepto. “Mucha gente prefiere tener toda la capacidad de decisión artística, porque el ego existe, pero yo nunca lo he tenido, he estado en muchos proyectos y no se me conoce por ninguno”, bromea Luis. 

De momento, aún están en la fase de eclosión, probándose en pequeños bolos para hacer surgir la química. Su último concierto fue en noviembre en la mítica Wurlitzer de Madrid, teloneando a una banda holandesa llamada The Covids. “No queríamos hacer una presentación de ir a petar la sala, es mejor ir poquito a poco, tocar de teloneros de un grupo que viene de fuera, sin ese retortijón de estómago de si me viene a ver gente o no”, asegura Luis. No fueron muchos, pero los tres salieron contentos y con ganas de más, que eso es de lo que se trata.

Empezar un proyecto musical en España es como empezar desde cero. De nada sirve el ‘yo soy’ o ‘he sido’

Para aquel adolescente que vino en los ochenta a Madrid a comerse el mundo desde su León natal, la situación ha cambiado mucho y en este momento se siente mucho más condicionado que entonces. “Empezar un proyecto musical en España es como empezar desde cero. De nada sirve el ‘yo soy’ o ‘he sido’. Además, vivimos una época muy delicada en la que a alguien como yo le pueden soltar: ‘¿Dónde va esta vieja?’ o ‘¿No se había muerto?’. Por eso empezar un proyecto musical ahora significa tener unos huevos muy grandes, te tienes que enfrentar a redes sociales, a críticas, a comentarios, a gente sin piedad, es el fin del mundo”.

Miguélez defiende su derecho a hacer las cosas por diversión y al que no le guste “que se vaya corriendo pa’ otro lado, que ahora tiene 50.000 ofertas distintas”. Pero también reconoce que a su edad la experiencia también es sinónimo de inseguridad. “Te importa más hacer el ridículo o que te hagan un comentario diciendo que menudo ñordo, cada uno tenemos que estar en un punto muy claro de tirar palante en un tipo de show business muy diferente a lo que estábamos acostumbrados. Porque incluso desde el 2000 al 2024 todo esto ha cambiado”.

“Y tú has vivido muchos cambios de paradigma”, le contesta Tony. “Yo he empezado con  John Travolta, aunque no se me note”, responde con gracia Luis. Aun así, el ex guitarrista de Alaska es consciente del privilegio que supone no estar demasiado pendiente de lo que pide la industria. “He sido una prostituta del show business, ahora soy ex prostituta y lo hago todo por placer. También porque mis condiciones de vida me lo permiten, pero es que creo que todo el mundo lo hace así porque, o te ganas dinerito de otra manera, o realmente si entras con el estrés de monetizar es bastante difícil, mejor que te hagas influencer, y también eso está bastante jodido”.

El placer para Luis Miguélez ahora está en el punk, en retomar sus raíces, dejar a un lado el ordenador y volver a sentirse un adolescente. “Tocar a pelo con Tony y con Jota, tratar de sacar un sonido los tres, a mí eso me pone muy cachondo”, asegura recordando que lo más parecido a esto que ha vivido fueron sus inicios tocando en las orquestas por los pueblos de León.

Mientras habla, Luis se da cuenta de que el fotógrafo ha empezado a hacer su trabajo y pide detener la charla para cambiarse las gafas de sol, enfundarse unos mitones de cuero y peinarse el tupé. “Si me acicalo más ya sería travestirme”, se dice a sí mismo frente a un espejo. Ambos aprovechan ese momento para bromear con que la clave de un grupo es quedar bien en la foto. Tony menciona a los italianos Måneskin, su imagen y la importancia de contar con un frontman como Damiano David, a lo que Luis añade: “Pero es el grupo, es el paquete completo lo que hace que digas: ‘Guau, me lo creo’”.

"Siempre fui demasiado marica para los rockeros y demasiado rockero para los maricas"

Retomando el asunto del show business, Miguélez afirma que “Madrid ha cambiado mucho, como todas las ciudades del mundo, ahora son parques temáticos, pero a nivel musical hay una escena muy interesante”. “En general todo el mundo ha evolucionado -continúa- ya no hay un gueto rockero o un gueto gay, aunque hay mucha gente que sí quiere estar metido en ese rollo. Pero ahora todo el mundo está más abierto a escuchar muchos tipos de música diferentes, y también es más fácil ver artistas actuando con un ordenador. A mí todo eso me pilló de una manera más cerrada, si yo quería ser un rockero en los 90 con el pelo rubio no podía porque era muy gay”.

El cambio de paradigma en la moda es precisamente una de las cosas que más ha llamado la atención de un artista que “siempre fue demasiado marica para los rockeros y demasiado rockero para los maricas”. “Ahora mismo ves a los reguetoneros en las alfombras rojas y parece un desfile de travestis, ves a Peso Pluma, a Raw Alejandro o mismamente a Quevedo, que ya es el Bad Bunny español, y han cambiado el pantalón ancho por los modelitos”. Luis Miguélez viene de los 80, del glam, de Bowie y los New York Dolls, y la ambigüedad no le pilla de nuevas, pero sí admite un avance considerable en una España en la que todo esto no se entendía.

“Ahora todo está mucho mejor en general, España está muy bien, a nivel gay, por ejemplo, una drag queen a través de los Javis o de la Drag Race y todo esto, es una artista y tiene un futuro en televisión, ya no es un maricón que se traviste en un bar. Eso es una evolución”. Luis Miguélez reniega de los políticos y sus consignas, pero pone en valor lo mucho que ha evolucionado el país a todos los niveles y reivindica lo bien que viene a veces “darte un paseíto por fuera, para dejar de criticar lo que tienes y saber valorarlo”.

Cuando habla del punk, se cuida de diferenciar la música de la actitud y la pose de la autenticidad. Algunas cosas catalogadas como punk hoy le recuerdan a “Rosa León en los 70”, mientras que Cecilio G le parece “muy punki”. Se burla de quienes dicen que ahora ser punki es ser de Vox: “Eso es muy light; ahora tendrías que decir que eres de Fuerza Nueva por lo menos”. Aunque reconoce que todo eso de lo políticamente correcto lo agobia: “Empezar a escribir algo y autocensurarte es una gran putada”.

“¿Tú te autocensuras?,” se queda en silencio y piensa antes de responder. “Yo no, porque tampoco pretendo decir muchas cosas en las canciones, en la mayoría de los casos son autobiográficas. Pero hablando contigo sí me estoy autocensurando. A la hora de hablar de temas más sociales, todos los artistas ante los medios de comunicación tratamos de medir muy bien las respuestas. Cualquier cosa que digas, según el titular que pongas en Twitter o donde sea, te van a juzgar. Puedes ir palante y decir: ‘A mí me la chupáis todas’, pero en algunos casos las críticas o lo que te vaya a caer encima te pueden costar la carrera”.

Pone el ejemplo de una vez que le pararon por la calle para preguntarle sobre qué pensaba de la prostitución. “No sé, a mí la prostitución me parece bien. Tengo amigos gays y conozco a chicas que se prostituyen porque les da la gana. Otra cosa es que tú me hables de mafias de prostitución en las que obligan a chicas a prostituirse, de eso estoy en contra. Pero también hay gente que es consciente, que le da morbo, incluso amigos que se travisten y me dicen: ‘Mira Luis me pongo unas tetas, me pagan cinco mil pesetas y encima me tiro a unos chulos de escándalo que no me tiro de tío’. Vamos a ver de qué tipo de prostitución hablamos, no todo es genérico”.

Las simplificaciones de la política no van con Luis Miguélez, tampoco su hipocresía. “No soy activista LGTBI ni me interesa, solo he dado visibilidad. Cuando quieres ser activista o político tienes que cubrirte muy bien de tener un historial impecable, que es lo que no tiene ninguno de ellos. Yo no soy perfecto, pero sí he sido gay y he luchado por normalizarlo dentro de una sociedad. Lo bonito de un disco como Rockstation, por ejemplo, es precisamente ver a gente heterosexual cantando Boogie Movie o “se buscan dos maricas muertas” (Ultraceñidas).

Durante la charla salen a colación sus compañeros de generación, en cómo piensa que han envejecido, o el franquismo no tan insospechado de su amigo Fabio McNamara. “Cada uno ha envejecido a su manera, yo los veo bien, aunque con verme bien a mí me sobra. Lo importante es que estén ahí, porque venimos de generaciones muy heavy metal, de libertades, de drogas, enfermedades. En los años 80 no se libraba nadie, ni un heterosexual ni un homosexual, ahí caían todos con el sida. Es difícil sobrevivir a las drogas, la heroína, cuántos artistas han caído y cuántos nos hemos rehabilitado. Y luego a cada uno las neuronas le funcionan como pueden. Yo personalmente, me miro al espejo y soy feliz, como decía la canción de Benavente”.

De Fabio McNamara, aquel artista que se travestía con Pedro Almodóvar y que hoy va al Valle de los Caídos con la bandera del águila, dice que “ya se veía venir, pero en aquel momento nos hacía gracia”. Recuerda también la parte más oscura de aquellos años de juventud que vivieron ambos, cuando volver a casa después de fiesta se podía convertir en una pesadilla si te encontrabas a los neonazis de Fuerza Nueva y “te daban de hostias si te pillaban”.

Malasaña y Chueca ahora son parques temáticos, pero en ese tiempo salir a comprar droga implicaba cuidado: o te pegaban por maricón o te robaban el dinero

“Ese era el clima en el que también viví mi adolescencia, y era la época de la movida. Te cruzabas con skin heads con sus Fred Perry y las cabezas rapadas, que ahora esa estética da mucho morbo, pero entonces tenías que cambiarte de acera. Ahora Malasaña es un parque temático y Chueca igual, pero cuando íbamos a comprar droga tenías que ir con cuidadito. Era una época en la que ibas por la calle y o te pegaban por maricón o porque te querían quitar el dinero para pillar”, explica. 

Miguélez se cuida mucho en diferenciar lo ‘icónico’ de lo ‘real’, de cómo ahora todo eso que vivió la nostalgia ochentera se ha empeñado en mitificar lo bueno y lo malo de aquellos años. “Yo vengo de una generación como la de El Pico, esa generación era real, ahora se mitifica y es icónica, pero de aquella era nuestra vida. Ahora todo es ‘icónico’, pero el rollo icónico es que lo que se metían en la película El Pico se lo estaban metiendo de verdad. No es que reivindique eso, nostalgia cero, ya me ha costado bastante quitarme”.

El de Bembibre ha “reseteado su machine”, aunque se divierte recordando el pasado, no lo añora. Ahora es consciente de los vacíos y las cosas mal hechas en esa supuesta asimilación de la libertad postfranquista. Se declara antinostálgico, porque ha aprendido a disfrutar del presente y cita con gracia a Bette Davis reivindicando que “hacerse viejas no es para cobardes”. 

Ni demasiado viejo ni demasiado cobarde para volver al punk a sus 60 años, Luis Miguélez tiene el toque justo de extravagancia y formalidad, muchas historias que contar y la mirada más pendiente del presente y el futuro que del pasado. 

Ha vivido deprisa, quizá nunca haya dejado de hacerlo, pero también ha sido capaz de encajar cada momento de su vida en su propio contexto, sin desbarrar tanto como para perder el sentido de la realidad. Por eso, medio en broma medio en serio, fantasea con que los Javis le hagan algo. 

“He salido de las orquestas, he conocido el rock and roll y me he cruzado con mucha gente muy interesante, no porque sean más famosos que yo, porque algunos ya eran, otros no eran y lo son. Pero para mí todo ha sido un regalo que me ha dado la vida. Lo mismo que la vida ahora me ha dado el montar un proyecto, encontrarme con Tony y con Jota, que yo les amo y todos los días les digo que por favor no se vayan, ni me dejen solo”.

Como se encargan de recordar en todo momento, ahora mismo el grupo quiere ir poco a poco, pero sin perder la ambición, “el futuro es comernos el mundo, porque si no vamos con esa no hacemos nada”, dice su frontman.

Lo último ha sido el lanzamiento de un single, una versión del Ni tú ni nadie por el 40 aniversario de la canción, y a partir de ahí The Miguélez promete canciones nuevas y un concepto propio. Uno nuevo y quizá el más auténtico con el que completar el currículum inabarcable de Luis Miguélez, secundario y no tan secundario en la historia del pop español, un artista que es icónico y es real, un personaje cuya historia se puede resumir en la del hombre que nació para estar en un conjunto.