Lo que en realidad quería David Summers era dedicarse al cine. Lo de los Hombres G le vino casi que por casualidad. Un grupillo con colegas, una canción macarra por aquí, otra más melódica por allá y poquito más. El nombre del grupo lo eligió en referencia a una de esas películas en blanco y negro que tanto le gustaba, G-Men (1935). Para la portada del primer álbum tampoco es que se comiera mucho el coco: una imagen de los actores Jerry Lewis y Stella Stevens en El profesor chiflado, uno de sus filmes más icónicos. Siempre el cine, gracias a la influencia de su padre, el gran Manolo Summers.

Esos G-Men a la madrileña eran cuatro pardillos. A Summers lo acompañaban Rafa Gutiérrez –guitarrista–, Javier Molina –batería– y Daniel Mezquita –guitarra– pidiendo permiso para utilizar la imagen de dos superestrellas de Hollywood. "Nos dijeron: 'haced lo que os salga de los cojones'". No volvieron a pedir permiso nunca más.

Empezaron siendo punks, luego eminente y evidentemente pijos –eran un poco los del Ford Fiesta blanco y el jersey amarillo al que querían canear por robarles a su chica–. Ahora son historia del pop español. Hombres G no se amoldaron a ningún género. Bailaban a contracorriente con cierta sorna y (des)habilidad: gritaban, repetían la misma nota mil veces y desafinaban. Daba igual: contaban con la gracia propia de la juventud. Hombres G surgió de la ilusión de hacer ruido, sin ninguna pretensión ni esperanza de hacerse conocidos. Sus canciones acercaban vocablos y palabrejas propios del acotado slang de la sierra madrileña (la palabra pijo no había salido nunca de Madrid) a toda España. Es innegable: Hombres G fueron una revolución.

"G" de grito

Fue a comienzos de la década de los ochenta cuando David Summers vio el falso documental sobre el origen de la banda británica Sex Pistols, The Great Rock 'n' Roll Swindle, en un cine de verano de la Costa del Sol y decidió, con esa ambición propia de la juventud de querer trascender, que él "quería ser también un Sex Pistol". Y, junto al pensamiento, una certeza: a la hora de tener una banda, lo que menos importa es tocar bien.

Reunió a tres de sus amigos y formalizó la idea. "Yo quería que Javi estuviera, porque era mi amigo del alma, aunque ni él tocaba la batería ni yo tocaba nada, pero teníamos esa ilusión. Dani era íntimo amigo de Javi de la sierra y a Rafa le conocimos por casualidad haciendo un playback en televisión", recordaría años después el autoproclamado líder de la banda quien, antes de Hombres G, había intentado rozar la fama tocando en colegios mayores y universidades madrileñas junto a Molina en un grupo (Los Residuos) que pretendía imitar el éxito de Alaska y los Pegamoides. Es decir, vestir de manera extravagante y escupir al público mientras berreaban canciones repletas de tacos.

Pero con Hombres G lo harían bien, aunque no buscaran deliberadamente el éxito. "Lo que queríamos era estar con nuestros amigos. No habíamos ni aprendido a tocar. Para ensayar, nos metíamos en casa de uno y yo daba palmas en los muslos o en el sofá, porque no teníamos batería. Por no tener, no teníamos ni baquetas", recordaría, entre risas, Javier Molina, en la película documental Hombres G: Fue hace 30 años.

Las primeras canciones del grupo no encontraban su hueco en el mercado musical español. Milagro en el Congo, Venezia, Marta tiene un marcapasos y Hace un año, lanzadas por primera vez en 1983 en formato single, habían sido poco más que de usar y tirar. Sin embargo, no desistieron y, en enero de 1985, tras un bolo desastroso convertido en una fiesta, se encerraron en el estudio y grabaron el que sería su primer álbum discográfico, Hombres G. Lo hicieron en tiempo récord: semana y media para grabar y componer nueve canciones y terminar de perfilar Venezia, que no querían que cayese en el olvido. El 11 de marzo, y después de tres singles que, ahora sí, comenzaban a sonar en las radios, Hombres G llegarían al público. En octubre de ese mismo año, habría vendido más de 50.000 copias, disco de oro absoluto, que un año después, cuando preparaban su película de ídolos adolescentes, eran ya 200.000.

"Los Beatles latinos"

Hombres G llegaron como un vendaval, rompiendo las normas del melódico y políticamente correcto pop ochentero para introducir gamberradas en sus letras, algunas más cómicas (Devuélveme a mi chica), otras más alegres (Voy a pasármelo bien) e incluso otras de lo más ilusorias posibles (El ataque de las chicas cocodrilo). Los jóvenes bailaban al ritmo de la canción, dejándose la voz cuando una palabrota asomaba en la letra de la canción. Gritar marica o mamón en un concierto de Hombres G era lo normal. Y todo el mundo gozaba de esa inhibida libertad, antes de que estas palabras fueran delito de odio.

El grupo elevó el fenómeno fan a otro nivel, dándole una vuelta y quitándole hierro a la intensidad de lo sucedido con Pecos, pero evidenciado igualmente por la gran cantidad de cartas de seguidores que recibían todos los días. Algunas llegaron a preocupar a Summers, pues las remitentes "amenazaban con suicidarse si no conseguían conocer a sus ídolos, y llegaban manchadas de sangre como advertencia de que iban en serio", tal y como se relata en sus memorias Nunca hemos sido los guapos del barrio (Plaza & Janés, 2020).

Entre el segundo (La cagaste... Burt Lancaster) y el tercer álbum (Estamos locos... ¿o qué?), Summers cumplió su sueño de participar en el mundillo del cine e, imitando a aquel falso documental que disfrutó en una playa de Torremolinos, Hombres G lanzaron Sufre mamón en 1987, una película sobre los orígenes del grupo el padre del vocalista como director. Para su estreno en el Rialto de Madrid tuvieron que cortar la Gran Vía. El filme, lejos de visionarse como un documental serio, se vivió como un concierto grabado: la gente saltaba, encendía mecheros, gritaba y vociferaba las canciones. La película se estrenó en Latinoamérica bajo el nombre de Devuélveme a mi chica y, así, los Hombres G cruzaron el charco. Arrasaron en Perú, en Colombia y en Venezuela, pero su éxito se daría principalmente en México, donde los medios de comunicación los bautizarán como los Beatles latinos; no eran los Sex Pistols de los sueños de ambición de Summers, pero, por lo menos, siguen siendo británicos.

Así entraron en los maravillosos y modernos noventa: subidos en la cresta de la ola. Y, mientras la surfeaban, los Hombres G decidieron separarse.

40 años de los pijos-no-pijos

Poco futuro parecía tener un grupo que, de hecho, sigue en activo. Se volvieron a reunir en 2002 y, desde entonces, han seguido editando discos y actuando en giras internacionales, solos o acompañados de las bandas que han tomado su relevo como chicos bien jugando a roqueros, El Canto del Loco y Taburete.

Los miembros de Hombres G y El Canto del Loco posan durante un acto en la sede de la SGAE en 2006.
Los miembros de Hombres G y El Canto del Loco posan durante un acto en la sede de la SGAE en 2006. | José Oliva / Europa Press

Ya no gozan de esa picardía adolescente que promete llenar de polvos picapica a esos pijos que les han robado a sus amorcitos. Y, pese a la etiqueta de ser "los pijos de la Movida", siguen defendiendo que ellos nunca fueron pijos. "Lo que pasa es que como en aquellos años había una imagen muy siniestra y todos los grupos salían con unos peinados raros y crucifijos, y nosotros íbamos con una camiseta... Éramos los pijos. Pero ni fuimos a regatas ni jugábamos al polo", sentenciaron en una entrevista en 2022.

Este 2025 están de celebración por los cuatro decenios de ese primer disco que definió su estilo y su música. Un aniversario para el que llevan preparándose cinco años. Empezaron con la publicación de sus memorias, siguieron con una película musical en 2022 (Voy a pasármelo bien) y un doble-disco recopilatorio en 2023. Se tituló Del rosa al amarillo, como aquella película que Summers padre dirigió en 1963 (el cine y Hombres G siguen conservando un nexo inquebrantable), y le siguió una multitudinaria gira internacional en 2024.

Ahora preparan un nuevo acercamiento a sus clásicos: el 11 de abril, los Hombres G (re)lanzarán su álbum ¿Por qué no ser amigos? con una combinación de colaboraciones internacionales (muchas de las cuales ya están disponibles en plataformas de streaming) y versiones renovadas de sus grandes éxitos. Porque 40 años no se cumplen todos los días y, desde que irrumpieron en el panorama musical, Venecia siempre ha vestido un jersey a rayas.