Muy por encima del mundo la Tierra es azul y no hay nada que pueda hacer. Creo que mi nave espacial sabe qué camino seguir". El mayor Tom continuó flotando en el espacio seducido por la visión del planeta. Es la letra de Space Oddity, escrita en 1969 por David Bowie, de cuya muerte en este mes hace un año. A las protagonistas de Retos de Altura pudo sucederles algo similar; quizá quedaron embelesadas al transitar por esos territorios sublimes descritos por Kant en la Crítica del juicio: "Elevan las fuerzas del alma por cima de su medianía ordinaria, y porque nos hacen descubrir en nosotros mismos un poder de resistencia de tal especie, que nos da el valor de medir nuestras fuerzas con la omnipotencia aparente de la naturaleza".
Quizá le sucedió a Chus Lago, en su marcha solitaria hacia el Polo Sur: "En la Antártida alcancé un punto más austral que el propio Polo Sur. Un espacio añorado, que había buscado toda mi vida. Estaba allí. Era una sensación de paz. Ya está Chus, ya has llegado".
Ellas, que aman la vida y no renuncian a lo sublime, se distinguen del mayor Tom: siempre luchan por regresar. El lunes 25 de septiembre de 1989, un despacho de la Agencia Efe, datado en Katmandú, informaba de que Magda Nos y Mónica Vergé alcanzaron la cumbre del Cho Oyu seis días antes. Eran las primeras españolas en un ochomil.
Magda Nos recuerda aquel momento: "Ese día nos encontramos con nieve profunda y cada paso era un gran esfuerzo. Nuestro progreso era muy lento y mi mente se concentraba sólo en seguir subiendo. Al llegar mi primer pensamiento fue: ¡Por fin, no tenemos que subir más! Estaba contenta por haberlo conseguido; sin embargo, el éxito dependía de volver sanos y salvos. Venían nubes y con la preocupación de iniciar el descenso nuestra alegría duró poco. Las huellas empezaron a confundirse por una espesa niebla que nos envolvió, entorpeciendo nuestra visión y dificultando el regreso al Campo Base".
La Vanguardia publicó la noticia completándola con unas declaraciones de Marta Ferrusola, esposa del presidente de la Generalitat: "Había hablado con ellas y tenía plena confianza en que lograrían tan alto objetivo. Es un momento importante para nuestro país". Jordi Pujol las felicitó "en nombre de todos los catalanes. No nos ha sorprendido vuestra gesta". A la semana siguiente de su regreso, Mundo Deportivo contó las penurias pasadas: "Sólo las aportaciones de Juli Bou, en Lecturas y de North Face en Estados Unidos, animaron a las montañeras que, pese a su ilusión, veían como el proyecto se desvanecía. Iniciaron su camino con préstamos bancarios". Aquellos que no creían en ellas, a la vuelta las esperaban en el aeropuerto.
El uso y abuso de las gestas deportivas es una chusca costumbre. Más rancia cuanto mayor es el chovinismo. Conseguir financiación es un contratiempo, no menor, en la organización de expediciones. Como también lo es superar la arrogancia provocada por el exceso de testosterona.
Desde ese primer ochomil en septiembre de 1989 y la cumbre del Cho Oyu -en octubre de 2016- de Nuria García, el último hasta la fecha, ha crecido y madurado una estirpe de mujeres con una cualidad sobresaliente: nunca se dan por vencidas. Son las ochomilistas españolas, anónimas en su mayoría.
Marta Alejandre lo expresa con una naturalidad común a todas: "En mi caso se puede aplicar la moraleja de 'nadie me dijo que fuese imposible'. Se presentó la oportunidad de ir al Himalaya, siempre creí en mis posibilidades y lo hice. En la montaña he puesto a prueba mi paciencia y he aprendido a ser tenaz". Rosa Fernández lo remacha: "2008 fue un gran año, aunque los buenos augurios duraron poco, a mediados de enero de 2009 me diagnosticaron cáncer y los proyectos se pararon. Al finalizar el tratamiento decidí cumplir con aquellos que confiaron en mí. En 2011 subí el Kangchenjunga y el Masnalu. Sentí un sufrimiento desconocido y entendí la fuerza de la determinación".
Algo que destacan todas es la capacidad de adaptación. Chus Lago, lo practica refiriéndose a sus limitaciones: "Yo soy como un Ferrari con una rueda pinchada. Puedo subir, no bajar. En las expediciones polares sufro menos. Carlos Soria me dijo: "Debes aprender a convivir con tus dolores". Eso lleva haciendo toda su vida.
Esa facilidad para amoldarse a las circunstancias es un factor clave del montañismo. Los errores o cambios imprevistos, producidos en altitudes extremas, exigen una cabeza centrada y flexible, acostumbrada a enfrentar situaciones complejas en entornos hostiles. Son personas ajenas a esa imagen friki que demasiados tienen de los alpinistas. Lina Quesada destaca que hay que ser analítico y calculador. "No puedes dejarte llevar. Debes oír a tu cuerpo: '¿Has bebido suficiente? ¿Cuánta agua te queda? ¿Cuántas horas llevas subiendo? ¿Qué previsión de tiempo?' Son muchos factores evaluados y decididos en soledad. Si el día anterior al ataque a cima no confío en mis fuerzas, me bajo. Tu obligación es preservarte para asegurar el regreso".
Estas facultades se adquieren imperceptiblemente: "Piensas sobre lo sucedido y vas asimilando, afirma Lina. Debes analizar cada situación antes de tomar decisiones que no tienen marcha atrás. Es necesario saber aislarse, no cabe pensar: '¿Cómo voy a volver a mi ciudad sin conseguirlo?' Acto seguido debes preguntarte: '¿Por eso voy a perder los dedos o morir?' No, de doce intentos sólo tengo cuatro cumbres y estoy convencida de haber actuado correctamente".
En su primer ataque al Cho Oyu Lucía López buscaba convertirse, con 21 años, en la europea más joven en lograr un ochomil. Le hemos pedido que recuerde lo sucedido en mayo de 2010: "Cuando desmontábamos el Campo Base nos informaron de una ventana de buen tiempo. Convencí al sherpa, inexperto como yo en esa altura y aceptó. A los dos nos interesaba coronar. Aguantamos tres noches en el Campo Dos, a 7.200 metros, sin poder salir de la tienda por el fuerte viento; nos debilitamos; no podíamos dormir; sujetábamos la tienda para impedir que volase. Salimos hacia la cumbre y nuestra marcha era muy lenta; estábamos agotados; empezaba a atardecer y amenazaba mal tiempo. Me di la vuelta. Fue una decisión dura e inevitable ¿Lo habría logrado? Es posible, pero no hubiese sido capaz de bajar".
Paró a menos de 150 metros de lograr su objetivo. Regresó de noche, exhausta. Unos días antes del poco prudente intento de cumbre, La Opinión de Murcia publicaba que "se establecería conferencia telefónica con la montañera desde el auditorio de congresos de Lorca en un evento auspiciado por el Ayuntamiento con la asistencia de un centenar de personas". Quizá tuvo demasiada presión.
Al año siguiente, Lucía ya no sería la más joven y decayó el interés de algunos patrocinios. Sin fondos para pagar un sherpa, sola, alcanzó el Cho Oyu. Esta vez sin conexiones en directo. Supo aislarse y era más experta.
El montañismo no escapa a porfías y polémicas. La más recurrente es el uso o no de oxígeno en los ochomiles. Hace un par de años, requerida su opinión, Reinhold Messner, daba un capón a mucho marrullero: "¿Por qué alguien se tiene que arriesgar a un edema porque yo haya subido sin oxígeno? El oxígeno es un tratamiento médico, no es doping, sin él puedes tener un serio percance".
Rosa Fernández, lo explica en términos similares: "Subo sin oxígeno los ochomiles pequeños. Cuando pasas de 8.500 metros ya se complica. Llevo mi botella, yo no tengo un equipo que vaya a sacarme de la montaña. Estoy sola con mi sherpa. Entiendo que no puedes arriesgar tu vida ni la de nadie para que luego te rescaten".
La mayoría de ellas han pasado por situaciones límite. Rosa, en el Annapurna, en 2012, cuenta que pensó que si no paraba de nevar se quedaban allí. "Estábamos a 6.500 metros, en la parte más tremenda de la montaña, se precipitó una avalancha, arrastrando las cuerdas fijas. En esos momentos debes ser más fuerte. Cuanto más nervioso te pongas más energía vas a perder. No puedes abandonarte".
Estabilidad emocional y responsabilidad. Estudios de especialistas como el sociólogo noruego Gunner Breiviko y el psicólogo americano Matthew Sleasman destacan estos atributos como característicos de los alpinistas. Personas que necesitan controlar sus emociones negativas ante repentinos cambios; además, deben asegurar un correcto desempeño en la expedición. Una negligencia repercute en todos.
Lina Quesada recuerda la tragedia que se cobró la vida de su compañero italiano de expedición en mayo de 2007. "Decidí retirarme y comencé el descenso sola desde el Campo 3 al 2 del Dhaulagiri. Es una pared helada con cuerdas fijas, estaban con tanto hielo que el ocho -un descensor- no corría por la cuerda. Me hice sangre en las manos. Lo pasé mal y después me enteré de lo sucedido arriba. Vi bajar a gente cayéndose. Quizá todo sucedió porque iban muy al límite. Tiraron para la cumbre a ciegas. Se nubló, no se veía la ruta y empezaron a perderse. Es la situación más caótica que he vivido. Como los sucesos que narra la película Everest. Te supera. Creo que mi decisión de no intentar la cumbre, pese al sufrimiento del descenso, sirvió también para que pudiese ayudar".
Nuria García, la última española en lograr un ochomil, cuenta: "Yo tenía veintidós años y no hacia deporte, fui a un curso al aire libre y conocí a Vicente 'Tente' Lagunilla. Me cautivó la pasión con la que narraba sus expediciones; las imágenes que nos mostraba. Algún día yo estaré ahí, me dije. Cambió mi vida". Mercedes Alba fue su compañera de cordada. Se quedó a 7.600 metros "entre el Campo 1 y el 3 estuve cuatro días sin apenas comer ni beber, sentía mucho frío. Supe lo que tenía que hacer: no poner en peligro el éxito de mi amiga. El tiempo suaviza los recuerdos y hoy sé que la cumbre a veces no es el punto más alto, sino lo más alto que podemos llegar en cada momento". Mercedes, con ochomil o sin él, completa esta estirpe de mujeres.
Retos de Altura abordará el último domingo de cada mes en El Independiente el mundo de la montaña, sin aspavientos ni dramas. Sus personajes, gente anónima con arrojo y temple.
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