Un decorado de cartón piedra simula el Foro Romano. Sobre el escenario, los actores danzan de un lado para otro, bromean, saltan, juegan, ríen. Sus togas y vestidos se balancean con delicadeza, mientras la exageración de sus gestos y la absurdidad de sus diálogos envuelven con humor la solemnidad clásica de la escena. Esto no es Mérida, es Madrid, pero el espíritu de Mercado de amores es capaz de metamorfosear las butacas del Teatro Reina Victoria en un pedregoso hemiciclo con más de 20 siglos de antigüedad.
Mercado de amores es la primera obra de una nueva edición del Festival de Mérida en Madrid, que regresa a la capital tras dos años en blanco por la pandemia. En ella, Pablo Carbonell (Cádiz, 1962) interpreta a Pánfilo, un patricio de la alta sociedad romana al que le pierden la lujuria, la corrupción y los placeres dionisíacos pero que, ante todo, representa "el camino de un hombre que se enamora y que está dispuesto a perder todo por amor", explica el actor.
Carbonell es uno de esos artistas a los que denominamos multidisciplinares, es cantante, actor, escritor, humorista, director, presentador... Sin embargo, hacer teatro tiene un componente especial para él: "Es fascinante, sobre todo porque esta obra, que es bastante payasa, me hace recordar cuando empecé a hacer teatro con Pedro Reyes. Estábamos todo el rato dándonos golpes, disfrazándonos y haciendo el ganso".
Lo que ocurre en el escenario del Reina Victoria cuando se transforma en la Roma del siglo II a.C., no es ni más ni menos que lo que pasa en cualquier otro teatro del mundo cuando empieza la función, un juego en el que público y elenco son capaces de imaginarse que son otros, en otro lugar, en otra época. A este juego hace referencia el cantante de Los Toreros Muertos cuando habla de lo adictivo que es el teatro y su habilidad para revivir al niño que fuimos.
Sobre esa magia que tienen las tablas, Carbonell incide en que la gran diferencia con el audiovisual es que "el teatro no es una industria y la cámara sí. En el teatro -continúa- puedes jugar, pero delante de la cámara no. Haces cachitos y cachitos de una cosa que después montada es una escena. Pero en el teatro eres libre".
Durante la conversación, el gaditano conserva el atuendo azulado de patricio romano, los ostentosos anillos de piedras brillantes en sus dedos y la sombra de maquillaje intensamente marcada en sus ojos claros. Acaba de bajar del escenario y el límite entre persona y personaje se muestra algo difuminado en su forma de hablar.
Sobre las tablas, Pánfilo es un hombre magnánimo, risueño y con cierto carisma amable. El entablado es suyo, pero no como consecuencia de su tiranía, sino porque realmente piensa que todo el mundo lo quiere así. Con un narcisismo ingenuo y un carácter bobalicón, el protagonista creado entre Plauto y Eduardo Galán hace honor a su nombre en las carnes de Pablo Carbonell.
Su personaje tiene defectos que cualquier persona, en mayor o menor medida, puede identificar como propios. Pánfilo es caprichoso, egocéntrico, avaricioso y hedonista. "Comparto casi todos sus defectos, el único del que me libro es el de la avaricia, el dinero no me interesa mucho, prefiero cosas como el amor, el ocio y la música", asegura Carbonell.
Precisamente al hablar del amor en su personaje, el brillo de sus sombreados ojos resalta con mayor intensidad: "A pesar de todas sus imperfecciones y malas artes, se trata de un hombre enamorado, casi como un adolescente, y en esa inocencia el amor que siente alcanza cierto grado de pureza".
Al final, Pánfilo, como en toda comedia de enredo de corte clásico, acaba recibiendo su merecido. Cuestionado sobre si esto de la justicia es algo más común en la ficción que en la realidad, Carbonell deja en manos de la conciencia la forma más efectiva de ejercer el equivalente a la justicia poética. "Creo que hay muy pocos culpables que se vayan de rositas, al que más que menos seguro que su conciencia está ahí para fustigarle".
Mercado de amores planea con mucho humor sobre temas como el amor, la corrupción, el egoísmo o la libertad, sirviéndose de la universalidad en la obra de Plauto, que se actualiza bajo la renovación de Eduardo Galán. Una prueba más de que el ser humano, o al menos sus grandes preocupaciones, no han variado tanto a lo largo de su historia.
La función protagonizada por Pablo Carbonell y dirigida por Marta Torres estará sobre las tablas madrileñas hasta el 12 de junio. Sin embargo, hasta el 26 de junio, los teatros Reina Victoria y Bellas Artes se visten de Mérida para representar cinco de las obras más aplaudidas del anterior Festival Internacional de Teatro Clásico. Un preludio a la 68 edición del festival que se celebrará del 1 de julio al 21 de agosto en la capital extremeña.
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