Cuando no se puede apenas hablar y hay que fingir que lo que se ha oído no lo hemos escuchado. Cuando han pasado los años y, en muchas ocasiones, sigue ocurriendo lo mismo, o parecido. Cuando se hacía demagogia porque estaba consentida.
No poder hablar, no poder decir, que se creían dioses, la potestad que da el poder, la represión a través del miedo y del pecado, que no, por Dios, no todo era sexo, y lo reducían a la simplicidad de “se hace así porque yo lo digo”.
Una mujer, la madre de Hildegart Rodríguez Carballeira, que quiso concebirla a su imagen y semejanza y cuando se dio cuenta de su error, sencillamente, la eliminó, porque era su creación y, según ella, estaba en su derecho. Y, paralelamente, los métodos psiquiátricos, la negación del progreso mental y emocional, el abuso en las relaciones y el sexo, los bebés robados, España al borde de sí misma, aislada, pero creyéndose por encima de los demás, luz y designios divinos.
La esperanza era huidiza y casi suicida. No se podían abrir los ojos sin el consentimiento de los prebostes y, por supuesto, sin abrir la boca para decir ni mu. Libertad era una palabra desconocida.
Almudena Grandes escribió La madre de Frankenstein como la quinta novela de sus Episodios de una guerra interminable. Entre personajes reales y personajes ficticios, desgrana un periodo de locura (y no precisamente mental, aunque también), dando testimonio de una sociedad imposible donde la heroicidad estaba en mantenerse a salvo, sin denuncias, y en el recto proceder que marcaban los cánones de la Iglesia católica y el nacionalismo patriótico.
La adaptación de Anna María Ricart incluye sus partes narrativas, su verbo dialogado, su palabra directa, sus silencios expresivos. Carme Portaceli es el alma de este montaje que emana luz y sombras sobre un periodo que refleja la sociedad de una época donde se consideraba a los homosexuales, a las mujeres con criterio propio, a los librepensadores, al margen del margen y había que quitarlos de en medio.
El Centro Dramático Nacional hace esta apuesta y la gana con creces. No se deben asustar por la duración de la obra (tres horas y cuarenta minutos, con su intermedio), porque se pasa en un soplo fresco y no se siente hambre. Todo el elenco, algunos doblando personajes, arde en su corazón trágicamente herido. Grandísima Blanca Portillo, a la que no le van a la zaga Pablo Derqui ni Macarena Sanz, el trío en el que se basa toda la historia, todas las historias. Extraordinarios también Ferrán Carvajal, Jordi Collet, David Fernández “Fabu”, Gabriela Flores, Belén Ponce de León y José Troncoso.
Tiempos de posguerra, sueños trabados, un libro, hay que matar lo que no está establecido. Trágicamente histórico, amor sin salida, sentimientos prohibidos. La insumisión reprimida de un te quiero infinito. Desesperadamente, queriendo ir hacia una utopía de corazones libres. Que estas historias no caigan en el olvido.
LA MADRE DE FRANKENSTEIN
Texto: Almudena Grandes
Adaptación: Anna Maria Ricart Codina
Reparto: Ferran Carvajal, Jordi Collet, Pablo Derqui, David Fernández “Fabu”, Gabriela Flores, Belén Ponce de León, Blanca Portillo, Macarena Sanz y José Troncoso
Dirección: Carme Portaceli
Una producción del Centro Dramático Nacional y Teatre Nacional de Catalunya
En el Teatro María Guerrero hasta el 12 de noviembre y en el Teatre Nacional de Catalunya entre el 23 de noviembre y el 30 de diciembre de 2023
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