'Animales de compañía': como si no hubiera pasado nada

Hay veces que uno/una siente un feroz desaliento. Cuando relaciones que no crecieron desde las raíces de amistad, aunque en su día supusiéramos arraigadas y definitivas, se demuestran inútiles. Lo que parecía profundo y para toda la vida acaba desatándose, por más que nos empeñemos en lo contrario. Y eso se nota, principalmente, cuando vienen mal dadas, cuando queremos desentendernos de algunos problemas y conflictos. Entonces, con frecuencia, se alza entre los amigos un mar de incomunicación donde naufragamos. 

Porque somos animales de costumbres, Animales de compañía, animales domesticados, en muchas ocasiones, forzados por los recuerdos que guardamos de los tiempos pretéritos, pero que cada vez son más finos, línea quebrantable que no nos mantiene atados, aunque pueda parecer que sí unidos. 

Animales de compañía, amigos de circunstancias, resultado de contradicciones, de atracciones equivocadas, transmutadas en apariencias entre el amor, la amistad, el compromiso.

La necesidad del otro

Con el texto de Estel Solé, el director, Fele Martínez, construye un ambiente aparentemente distendido, un encuentro entre viejos amigos, una bienvenida inesperada, una velada que debería resultar entrañable. Pero los personajes, interpretados por Carmen Ruiz, Jorge Suquet, Mónica Regueiro, Iñaki Ardanaz y Laura Galán, entre risas, situaciones alocadas, sencillos diálogos reales, nos van dando una visión de quién son realmente. Nosotros, espectadores, vamos conociéndolos y ellos van liberándose de  engaños, de prejuicios, de la batalla interior que tienen entre ellos mismos. 

La explosión emocional llega a causarles desorden, y la superficialidad del principio queda amagada para acabar comunicándonos sus debilidades, sus estados de ánimo, sus experiencias personales, convirtiéndolos en animales asustados, animales desvalidos, animales no tan raros, animales que necesitan compañía o estarán perdidos. 

La realidad de conocernos, de mirarnos de otra forma, del engaño piadoso, del vértigo de sentirse solo, del dolor de la pérdida, de las sobrecogedoras tardes donde se añora algo que no se sabe bien a ciencia cierta qué es, la cercanía sin evitar la ausencia, la distancia estando próximos, los siguientes encuentros sin que se haya perdido un ápice de frescura, de alegría, hacer como si no hubiera pasado nada, pedir perdón, dar las gracias, decir te quiero. 

Los días pueden ser hermosos, anodinos, entregados, libres, solitarios… pero necesitamos a los otros, porque, queramos o no, no dejamos nunca de ser Animales de compañía.