'Paüra': sin miedo al miedo

Miedo a miedo nos vamos acostumbrando a afrontarlo. Aunque habría que decir miedos a miedos, porque son incontables. Miedo a las alturas, miedo a las arañas, miedo a la oscuridad, miedo al futuro, miedo a la soledad, miedo a la muerte… Cualquier cosa puede dar miedo, cada miedo puede apoderarse de una persona, incluso más de uno, podemos decir que los propios miedos nos causan miedo.

Paüra, miedo en italiano, pavor, temor, es un eufemismo para titular un espectáculo que, en vez de miedo, nos produce hilaridad, jocosidad, divertimento, alegría, asombro, emoción. 

Lucas Escobedo idea este montaje desde la base circense, con música en directo, con malabares, con historias truculentas disfrazadas de ternura, porque nos ofrecen un festival de ingenio, un esqueleto desmontado de huesos por el escenario que también llueven, de focos que caen, de luces que se funden, de pianos que se desbaratan, de instrumentos musicales que se rompen. Y los golpes, el payaso de las bofetadas, el cuerpo flexible, la habilidad con los objetos, y las canciones, la música, los conciertos, e incluso, la poesía, la memoria, la incertidumbre, los recuerdos, el calor que se desprende de la vida. 

Chirigotas, rancheras, pasodobles, rumba, casi flamenco, tap con las manos, y hasta un himno, todo cabe en este espectro de buena ejecución en las músicas y estupendas voces cantando. 

Hay una Oda Pánica que da risa, hay un concierto de luciérnagas que son cerillas, hay un aliquindoy que nadie sabe lo que es y todo se desbarata pero, en definitiva, no pasa nada. 

Pero sí pasa. Al contrario, ocurre, sucede, aunque se equivoquen (a propósito), aunque nos cuenten cuentos de miedo, aunque sean tontos miedos, el escenario se agranda con alegría, risas, palabras, y desbarajuste.

Los artífices de este caso tan espantable y prodigioso que imaginarse pueda, caso que hace erizar el cabello y horripilarse las carnes son, el propio Lucas Escobedo, y Raquel Molano, Paula Lloret, Alfonso Rodríguez. 

Pocas veces consigo asombrarme y emocionarme al mismo tiempo que me divierto en un atropellado acontecimiento escénico que se hace pedazos y se recompone, que crea ilusión y da respuesta, que agranda el concepto de espectáculo.

Y, mientras lo estoy contemplando, y disfrutando, pienso en mis miedos, en cuáles son los que me acompañan de por vida y cuáles he superado. Es decir, consiguen el propósito primigenio de hablarnos de miedos. Y me alivia darme cuenta de que aún no tengo miedo a la pérdida de memoria, de que no tengo miedo a que se caigan las estrellas, pero sí de que no me entiendan cuando escribo esto. Pero eso soluciona rápido: vengan, con toda la familia (menos con el cuñado plasta, para que se fastidie). Entenderán mejor que somos producto del miedo, pero que este se combate con humor, con circo, con música, con teatro. Del bueno. Paüra.