Cuando uno es niño ve a las personas de 40 años como viejos. Cuando uno es joven cree que aún falta mucho para llegar a ser anciano. Cuando se llega a la edad madura, uno empieza a darse cuenta de que tiene padres y madres que están mermando. Cuando se pasa de los 50 ya entiende de caducidades y otras imperfecciones senectas.
Algunos de nosotros ya estamos en el umbral del invierno. Y conocemos casos allegados, directos, cercanos, y de la necesidad de residencias, de cuidados geriátricos, de medallas en el cuello para conectar por si algo sucediera. De hacer turnos para cuidar a la madre o al abuelo, de estremecerse ante olvidos, faltas de audición, manías, contradicciones, dependencias.
Este montaje es directo y al mismo tiempo alegórico, una coreografía simbólica como un poema que no se recita, que se personifica, que se vive, en la emoción de una exquisita puesta en escena. Moríos, hasta el 21 de enero en La Abadía, es cruda y real, honda y sublime, dolorosa y romántica.
La coreografía la firma Sol Picó, que consigue que cuerpos más o menos ajados casi vuelen, que se muevan con su propio aliento, en un preciosismo de sensibilidad extrema. Y el texto, sin cargar las tintas, sin exagerar en lo más mínimo pero con tierna tristeza, de Anna Maria Ricart, nos hace confiar y reflexionar en el sentimiento y en el desaliento, en el desarraigo familiar, en la soledad que palpita en aquellos recuerdos, y en la llama que se mantiene viva mientras la tierra, la nieve, el fuego, no cubra los cuerpos que fueron cayendo casi sin darse cuenta.
Joan Arqué dirige esta elevación de espíritu, con el toque de la Virgen María sobre ruedas. Nos traza el sendero que otros anduvieron antes, el abandono de algunos, la cadencia de querer ser como antes, y hacerlo apelando a la belleza, a la luz, a la armonía, a los tonos blancos de una asepsia que llega al final de cada experiencia.
Contemplamos las raíces de los que un día nos dieron vida. Vemos los aromas en una sinestesia balsámica de alegría que alcanza a los sentidos en el acercamiento de pensar que nos puede suceder algún día.
Me gusta que Moríos, el título de la obra, no se mencione en ningún momento. Porque cuando son ausencias es cuando, realmente, los echamos de menos, cuando nos damos cuenta de que fuimos muy estrictos, que quizás los dejamos en cierto desamparo, posiblemente haciendo lo que podíamos con todas nuestras fuerzas, pero siempre insuficientes.
Regresamos con este montaje a los progenitores y a los abuelos, a su estirpe de trabajadores incansables, a las incomodidades de épocas pasadas. Queremos protegerlos, pero nos pesa nuestra propia vorágine inmersos en trabajos de miseria.
La interpretación de estos jóvenes actores y actrices es impecable. Generaciones sagradas que arrullan su trabajo, lo que fueron es lo que queda. Que la memoria de ellos no se vea postrada en una residencia.
MORÍOS
Reparto: Inma Colomer, Montse Colomé, Oriol Genís, Erol Ileri, Magda Puig, Arthur Rosenfeld, Piero Stenier y Enric Ases
Dramaturgia: Anna Maria Ricart Codina
Dirección coreográfica: Sol Picó
Dirección: Joan Arqué
Una producción de Cultura i Conflicte y Teatro de l’Aurora en coproduccion con el Teatre Nacional de Catalunya y Temporada Alta
En la sala San Juan De La Cruz del Teatro de la Abadía hasta el 21 de enero
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