A Quino se le viene el mundo encima. Se va a separar de su mujer y eso no es lo peor, sino que tiene que vender el piso y no tiene ganas ni sabe a quién. Quiere estar despierto, escuchar todas las propuestas, dejar de oír la voz de su mujer, –bueno, eso no, que aún la echa mucho de menos– y está triste, nervioso, errático, perdido, huidizo, corazón atormentado. Las propuestas que han de hacerle no le sacan de su estado fantasmagórico. Sus noches de insomnio, destrozado, hundido, son salvajes. Y todo porque, cree él, está gordito, tiene papada y se está quedando calvito.

Esto que pareciera terriblemente dramático, Eduardo Galán y Pedro Gómez se encargan de convertirlo en comedia, en sarcasmo, en ironía, en humor, en ritmo. Quino es Gabino Diego, que se hace poseedor del cuerpo casi inerme del personaje y le da una vida que se le escapa por los sentimientos emocionados. Borda el papel con el desparpajo que lo caracteriza, y es un placer verlo actuar en el escenario. Pero sus compañeros de reparto no le van a la zaga. Como Jesús Cisneros, con un personaje con ínfulas, rescoldo de una seguridad mal entendida con las mujeres; en definitiva, también sometido. O Antonio Vico como psicólogo telúrico y espiritista, sin entenderse a sí mismo, pero con el poder de la seducción del juego de las palabras y el desmoronamiento de Quino. Y Josu Ormaetxe, que también dirige la función, con poderío, caradura y muy divertido. Todos ellos conforman un cuarteto de cincuentones en inestabilidad absoluta, lejos de considerar que están próximos a lo que socialmente, denominamos “La curva de la felicidad”.

Aquí la felicidad nos la proporcionan los intérpretes con situaciones quizás tópicas y manidas, pero muy bien ejecutadas, y que nos llevan a pensar que, realmente, esos tópicos siguen sucediendo, que sigue habiendo micromachismos o descaradas burlas a la condición femenina, sometidos a ellas, hombres incapaces de valerse por sí mismos, cazadores (o más bien, acechantes) de hembras que están totalmente desprotegidos, porque no saben vivir sin pareja. 

Descienden hacia la sima de su propio estado, electrificados por los encantos que ellos han perdido, derrumbados y caídos como imperios trasnochados. Son una amalgama de fuegos extinguidos. 

Pero con lo que nos quedamos es con un buen guion, muy bien estructurado en el planteamiento de sus personajes y sus hechos, teniendo en cuenta que el texto tiene ya más de veinte años. Aunque, sobre todo, la calidad de sus intérpretes, que se entregan al cien por cien, que nos lo hacen pasar estupendamente, que le dan prestancia a un tema que, hoy por hoy, sigue provocando hilaridad y divertimento, porque los que somos talluditos nos vemos reflejados en ellos. Por cierto, para la resolución del conflicto, deberán acudir al teatro para saberla, no vamos a desvelar lo que ha ocurrido. Estaría bueno, sería como traicionar a un amigo.

LA CURVA DE LA FELICIDAD

Autores: Eduardo Galán y Pedro Gómez

Compañía: Descalzos Producciones

Director: Josu Ormaetxe

Intérpretes: Gabino Diego, Josu Ormaetxe, Antonio Vico y Jesús Cisneros

Una producción de Descalzos Producciones

En el Teatro Infanta Isabel hasta finales de febrero