Hoy no es 14 de diciembre de 1916, que es cuando se estrenó La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches, en el teatro Lara. Ahora, Juan Carlos Pérez de la Fuente coge las riendas de este texto y lo desempolva para que podamos dar cuenta de él, nosotros y la gente que nunca ha oído hablar de Arniches. 

Ahora no es el tiempo aquel, pero sigue habiendo personas que se escudan en el grupo para gastar bromas, para hacer engaños y, lo que es peor, para urdir vejaciones. Aunque esos menosprecios sean reírse de los demás, jugar con la ilusión y la inocencia de otros, porque eso se va agrandado, y llega un momento que no puede pararse, como ocurre en el argumento de la obra. 

Juan Carlos Pérez de la Fuente, con versión de Ignacio García May, recupera este texto en un tono tanto cómico como dramático, dando altura a las escenas grupales con un coro de personajes a modo de El hijo del hombre, de René Magritte y que, aunque no tienen la cara borrada, como decíamos arriba, se escudan en sus coreografías ridículas y patéticas para denostar a quien no consideran de su cuerda. 

La interpretación es excepcional, desde Daniel Albadalejo pasando por Daniel Diges y Silvia de Pé, con Críspulo Cabezas, Óscar Hernández, Marta Arteta, Noelia Marló… todo el elenco de sobresaliente, así como la escenografía de Ana Garay y el vestuario de Almudena Rodríguez Huertas

Arniches y lo que va de ayer a hoy

Poner en escena estos textos, en muchos casos olvidados, nos sirve para engrandecer la visión, primero, que se tenía hace más de un siglo de ciertas situaciones sociales y, constatar, después, que aquellos hechos no están tan alejados de algunos acontecimientos que se suceden hoy en día, ya terminando el primer cuarto del siglo XXI, que nos sonaba a futuro, pero es hoy, ahora, y vemos que las reacciones humanas no son tan diferentes. 

Todo se actualiza, todo es joven, solamente no tenemos que olvidarlo. Pero, sobre todo, lo que no podemos perder es la capacidad de verlo con nuestros ojos de hoy. Eso no significa que haya que modernizar los textos, sino que hay que buscar esos emparejamientos, paralelismos, similitudes, por desgracia, no tan alejados de la realidad actual.

Tratemos de entrar en la cultura con los ojos abiertos y el corazón engrandecido. En esta sociedad de premura y poca duración de los aconteceres, donde se informa y se da cuenta en un minuto de, en muchos casos, elementos intrascendentes, conviene que en el desarrollo de una puesta en escena intervengan muchos factores y personal humano. Que no solo se nos incendie la cabeza con ráfagas que pasan inadvertidas. Que se pueda hablar de odio, de venganza, de amor, de honor, de valor, de muerte, de sufrimiento, de humor, con la calidad limpia y sana que nos proporciona el teatro y espectáculos inolvidables como este.

Acabada la obra, La señorita de Trevélez, o cualquier otra, uno sale gozoso, entusiasmado o no, pero satisfecho, comprendiendo que sigue habiendo grupos, a pesar de los pesares, que van a intentar reírse de la más fea, de poner zancadillas, de no admitir al diferente, de crecerse en la crueldad, en la broma, en las injusticias de la vida. 


La señorita de Trévelez, de Carlos Arniches, en versión de Ignacio García May y dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente, en el Teatro Fernán Gómez hasta el 20 de abril