Si un extraño te “da buena espina”, es decir, si te inspira confianza, solemos hablar de intuición. Sin embargo, un nuevo experimento de la Universidad de Psicología de Nueva York ha encontrado una explicación que recuerda más al condicionamiento clásico del perro de Pavlov.
Como el perro de Pavlov aprendió a relacionar el sonido de la campana con la llegada de la comida, nosotros relacionamos la confianza que otorgamos a un extraño con el parecido que tenga con alguien que ya conozcamos. Es decir, si un extraño nos recuerda a alguien, confiamos más en él. Pero si nos recuerda a alguien en quien no confiamos, entonces el condicionamiento será a la inversa, le creeremos menos.
“Decidimos nuestra opinión de un extraño sin información alguna sobre él pero basándonos en gente a la que conozcamos, aunque no seamos conscientes del parecido”, afirma Elizabeth Phelps, profresora del Departamento de Psicología de la Universidad de Nueva York y coautora del estudio, que acaba de ser publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences
“Ocurre igual que con el perro de Paulov, pero en vez de condicionarnos el sonido de una campana, usamos la información de una persona que conocemos como un aprendizaje pauloviano para juzgar a los extraños”, explica el director del estudio Oriel FeldmanHall, actual profesor del Departamento de Cognición, Lingüística y Psicología en la Universidad de Brown.
Cómo funciona el cerebro
Como explica la investigación, los científicos conocen bien cómo la toma de decisiones sociales se basa en interacciones personales, pero no tanto sobre cómo funciona el cerebro cuando interactuamos con extraños.
Por ello, los investigadores llevaron a cabo una serie de experimentos basados en juegos en los que los participantes tenían que decidir sobre la credibilidad de sus compañeros – y decidir si confiar en tres jugadores, representados por una imagen de su cara.
En primer lugar, los jugadores tenían que optar por invertir el dinero de alguien, sabiendo que se cuadruplicaría y que esa persona podría compartir o no el dinero con ellos. Algunos de los jugadores lo compartían siempre, otros el 60% de las veces y otros nunca.
Tras ello, los participantes tenían que hacer una segunda prueba con otras personas, que aunque desconocidas, guardaban parecido con los jugadores anteriores. Así, aunque no eran conscientes del parecido, los jugadores eligieron a las personas que se parecían a los que antes habían compartido el dinero, es decir, les resultaban más confiables.
Los científicos examinaron la actividad cerebral de los jugadores mientras tomaban estas decisiones. Ahí, vieron cómo cuando decidían si confiaban en les extraños o no, los jugadores utilizaban la misma zona cerebral que cuando realizaron el primer juego. Estaba involucrada la amígdala, una región importante en el aprendizaje emocional. A mayor similitud en la actividad neuronal entre el primer aprendizaje de gente en la que no confiar y la decisión de creer a un extraño, más sujetos decidían no creerle.
El estudio confirma, subraya la investigación, la naturaleza adaptativa del cerebro. Cómo para hacer juicios morales sobre extraños nos apoyamos en experiencias aprendidas previas. “Nuestro cerebro tiene un mecanismo de aprendizaje sobre información moral basada en experiencias pasadas que determina las elecciones del futuro”, concluye Phelps.
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