Si tuviéramos que elegir entre los alimentos con peor reputación de 2017, el aceite de palma ocuparía sin duda uno de los primeros puestos. La polémica llevó incluso a algunos supermercados como el ecológico Super Sano a eliminar el aceite de palma de sus tiendas y a otros como Alcampo a asegurar que trabajarían para eliminarlo de sus marcas propias.
El “perfil lipídico” de este aceite, que se compone en un 50% de grasas saturadas (el de girasol tiene un 12% y el de oliva un 15%), es el motivo fundamental por el que se ha condenado su uso, una razón que se suma a la medioambiental, ya que se responsabiliza a esta grasa de la deforestación en lugares como Indonesia, donde su cultivo se ha duplicado en la última década.
Sin embargo, para la química Déborah García Bello, que acaba de publicar ¡Que se le van las vitaminas! (Paidós), éste es uno de los mitos que la ciencia no sostiene. “Si hubiese un problema nutricional, no se vendería. En la cantidad que lo tomamos, el aceite de palma resulta anecdótico”, asegura la escritora, que cree que “el foco lo tenemos que poner en la alimentación que tomamos. El aceite de palma no se vende en los supermercados, tan sólo lo tomamos – por su textura y sus capacidades para mantener los ingredientes frescos y crujientes – en alimentos procesados, donde además de ese aceite de palma hay harinas refinadas y azúcares. Por mucho que a una galleta le quitemos el aceite de palma, seguirá sin ser saludable y no podemos dejarnos convencer de lo contrario”, añade.
La química alude también a otro de los productos donde la presencia de aceite de palma ha generado mayor sensibilidad, las leches de fórmula infantiles. “La gente oye eso y piensa ‘qué mala es la industria alimentaria’, pero no. Estas fórmulas buscan imitar al máximo a la leche materna. Y la leche materna contiene ácido palmítico”, explica.
La estevia no es más sana que la sacarina
Si el aceite de palma no nos hace tan daño como pensábamos, la estevia no es tan buena como nos dijeron. Esta divulgadora científica advierte de que “nos han vendido que es más natural y le han llegado incluso a acreditar la curación de la diabetes, porque la gente es muy desalmada”.
Osea, que para edulcorar el café, tanto vale la estevia como la sacarina o el espartamo. “La estevia se saca del glucóxido de esteviol, que puede obtenerse tanto de la planta como del laboratorio, y son todos igual de seguros. Escógelo simplemente por el que te sepa mejor”, anima la autora del blog Dimetisulfuro.
No, al zumo no se le van las vitaminas
A García Bello, igual que seguro a muchos de los que verán estas líneas, sus padres solían poner un platito encima del zumo de naranja para evitar que se escaparan las vitaminas. “Esto deja de servir de excusa para que los niños se tomen el zumo”, bromea la autora, “es más, la vitamina C es el conservante E300 y, valga la redundancia, se conserva muy bien. No se degrada hasta pasadas muchas horas e incluso en el caso de oxidarse, no pierde las propiedades”.
Aunque lo podamos tomar hasta muchas horas después, la parte negativa es que no nos hará nada para el resfriado. Otra de las creencias más extendidas, “como que la difundió un premio Nobel, Linus Pauling, que lo dijo como una ocurrencia – no ganó el Nobel por eso – y ha llegado hasta nuestros días. Pero ni cura ni minimiza ningún síntoma”, afirma García Bello.
¿Es mala la radiación del microondas?
Si los mitos surgen de las cosas novedosas, al microondas, que llegó a las casas españolas casi en los años noventa, es normal que se le hayan asociado más de una. Así se explica García Bello que los padres y madres del mundo hayan mandado a sus hijos alejarse de un microondas encendido, pese a que “las ondas del microondas no pueden hacernos ni cosquillas. Están por debajo de las de la radio y lo único que podría pasarnos, en caso de meternos dentro de un aparato en funcionamiento, sería calentarnos”.
las ondas del microondas no pueden hacernos ni cosquillas"
Tampoco hay que preocuparse, explica la autora, de calentar el tupper de plástico en el microondas. “Siempre que sean plásticos destinados a alimentación, y todos llevan el icono distintivo, significa que ninguna sustancia dañina podría migrar al microondas y pasar a la comida”, asegura, por lo que “no hay ningún riesgo y resulta tan seguro como calentarlo en un recipiente de cristal”.
Mitos inocuos y mitos peligrosos
Lamentablemente, la química lamenta que hay algunos mitos que no son tan inocuos como tomar vitamina C esperando mitigar el resfriado o evitar los tuppers de plástico. “El movimiento antivacunas lo empezó un estudio fraudulento que relacionaba la triple vírica con el autismo. Aunque luego se demostraron intereses espurios de por medio, la creencia ha quedado en el ideario colectivo”.
Tratarse con pseudoterapias aumenta un 470% el riesgo de morir de cáncer"
“Cuando estaba escribiendo justo el capítulo de las vacunas vi en las noticias que había muerto una niña por sarampión que no estaba vacunada. Es muy importante trabajar en la prevención, porque ahora mismo si hay gente sin vacunas pueden quedar cubiertos porque la mayoría de la población está vacunada. Pero si el movimiento se extiende, esa inmunidad colectiva desaparece y las enfermedades que hoy tenemos erradicadas podrían volver”, advierte la química.
El libro, que también repasa mitos relacionados con la cosmética, la tecnología o el wifi (que no, no causa cáncer), llama la atención sobre otro de los mitos más peligrosos de nuestros tiempos, las llamadas terapias alternativas contra el cáncer. “Un reciente estudio demostraba que tratarse con este tipo de pseudoterapias aumenta un 470% el riesgo de morir de cáncer. Quienes intentan sacar provecho de este negocio aprovechan que los enfermos de cáncer están desesperados y se agarran a un clavo ardiendo, y esto solo se puede combatir desde la evidencia científica”, concluye.
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