Elsa Punset (Londres, 1964) se dedica a hablar y escribir de la felicidad, pero reconoce que durante años huía de esta palabra "porque se le da un significado muy edulcorado que está lejos de la realidad", explica ahora que acaba de publicar precisamente un libro titulado Felices (Destino, 2017). Se ha reconciliado con el término, prefiere entenderlo como un viaje que abarca la satisfacción con la vida que ha llevado uno mismo, pero incluyendo los problemas reales que todos tenemos.
"No estamos programados para ser felices todo el rato porque, si no, no creceríamos", explica esta filósofa, que también tiene reparos al término autoayuda. La considera "una etiqueta perezosa que ha servido de cajón de sastre bastante absurdo en el que entra todo tipo de personas que no tienen nada que ver las unas con las otras". No le gusta el calificativo pero ya se ha acostumbrado a él. "Me da igual cómo lo llamemos, lo importante es que la gente se tome en serio su salud, que además de con el cuerpo tiene que ver con la mente".
Punset reivindica la filosofía de la vida cotidiana, "que es lo que hacían las primeras escuelas de filosofía", añade. Por eso en su último libro recurre de Epicuro a Confucio. "La clave para la felicidad está en la vida cotidiana. Los humanos nos preocupamos mucho de las grandes cuestiones, pero lo que marca nuestro bienestar depende más de las pequeñas cosas del día a día. Hay que prestarle más atención a los nervios de los atascos y las pequeñas decepciones, que es lo que llena nuestra vida".
"El cerebro busca nuestra supervivencia, no nuestra felicidad", explica. "Por eso recordamos mejor lo negativo, porque es lo que nos ayuda a aprender a evitar situaciones de riesgo en el futuro".
Redes sociales vs. felicidad
Punset es una apasionada de la revolución tecnológica, pero reconoce que resulta preocupante la epidemia de soledad. "Pero es muy anterior a las redes sociales. Empieza tras la Segunda Guerra Mundial cuando se transforma la vida en las ciudades y en los pequeños pisos. No estábamos programados para vivir así, sino a vivir al aire libre y en pequeñas comunidades".
"La culpa de la soledad no es de Facebook", afirma Punset. "Lo que nos ha sorprendido es que no la solucionen estas redes porque llegaron con grandes promesas. Creímos que conexión sería igual a intimidad. Sin embargo, lo que los humanos necesitamos no es la conexión, sino la intimidad. Estamos programados para tener pocas relaciones íntimas pero intensas. Necesitamos el contacto físico, la mirada a los ojos".
"Cuando decimos que estamos solos lo que buscamos es un sentido de pertenencia", afirma la escritora, que imparte conferencias y es directora de contenidos en el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional. "Alguien se siente solo cuando se siente desconectado, porque lo que necesitamos no son followers sino una conexión real".
En ese momento, a Punset le suena el móvil. Y sin perder la sonrisa que le acompaña toda la entrevista, pide permiso para atender la llamada antes de volver a hablar de la importancia de sentirnos conectados.
¿Por qué esa necesidad de pertenencia no la satisfacen las redes sociales? "No necesitamos tener cientos de amigos o conexiones como nos prometen las redes; los humanos lo que necesitamos son pocas relaciones pero de calidad. Sentir que hay personas en el mundo que se preocupan de verdad por ti y que te conocen bien. Y es en esto, en sentir que las personas al otro lado te conocen de verdad, en lo que más nos fallan las redes sociales. Cada vez más gente está frustrada pese a tener muchos amigos en Facebook o Twitter porque sabe que en el fondo esos miles de likes significan poco. La gente necesita sentirse valorada".
Al tipo de imagen que proyectamos en las redes sociales le falla también la verosimilitud: "La idea de uno mismo que se proyecta en las redes es muy poco auténtica y, en el fondo, uno lo sabe. Así que sabes que los likes no te los están dando a ti, sino a la proyección que vuelcas en las redes".
Sin embargo, Punset es optimista también con las redes: "Ahora mismo son como el Far West, y las redes pueden abusar de la naturaleza adictiva de nuestro cerebro engañando a la gente con promesas que en realidad no pueden cumplir. Así que hay que replantearse mucho los usos que hacemos de ellas. Pero sobre todo lo que falta es una labor educativa, en la que aún no hemos entrado porque es un fenómeno tan nuevo que no ha dado tiempo a que nos formemos bien en él".
La propia Punset reconoce que hace un uso "muy limitado" de las redes. Para ella son una herramienta más con la que conectar con sus lectores, a quienes por cierto dedica el libro Felices. Pero no tiene con ellos un contacto personal a través de Twitter o Facebook como hacen otros escritores.
"Todo lo cálida que soy con mis lectores cuando se acercan a mí en persona en algún foro o cuando me mandan una carta o un email no me sale serlo en las redes". Para esta autora, con más de un millón de lectores, el mejor uso que se le puede dar a las redes sociales es usarlas para quedar para verse en persona.
La epidemia de la insignificancia
La hiperconexión de la vida digital, por otra parte, tiene mucho que ver con lo que Punset llama "la epidemia de la insignificancia". Los humanos nos estamos comparando continuamente con nuestros semejantes y somos envidiosos "por una razón evolutiva: para no quedarnos atrás. Necesitamos constantemente buscar una referencia para saber si estamos en un lugar que nos permitirá sobrevivir o no", explica la divulgadora. "Y mientras que antes teníamos a lo largo de la vida un contacto real e íntimo, con un máximo de unas 150 personas, ahora nos miramos en miles de vidas digitales, lo que puede llegar a ser agotador".
Además, antes de las redes uno se comparaba sobre todo con su familia o con la gente que había en su pueblo, o en su barrio. "Ahora nos miramos en personajes inalcanzables, productos del marketing a los que no nos parecemos en nada. Recibimos imágenes distorsionadas y edulcoradas de vidas inalcanzables que pueden llegar a frustrar mucho. Este es el miedo a la insignificancia, una de las epidemias modernas".
A más redes, más estrés. Los individuos que usan siete o más plataformas diferentes de redes sociales tenían más del triple de probabilidades de mostrar síntomas de ansiedad severa que aquellas que solo usaban dos, según un estudio publicado en la revista Computers and Human Behaviour. Además, varios estudios psciológicos han llegado a la conclusión de que la gente después de mirar Facebook baja su autoestima o su satisfacción con la vida, porque todos los mensajes que recibe transmiten la idea de que los demás llevan vidas perfectas.
Para contrarrestar esa insignificancia, Punset recomienda "más autenticidad y sentido del humor, tomarnos con mayor ligereza lo que vemos en las redes ayudaría. Tal vez deberían venir con una advertencia para recordarnos que no tenemos que tomarnos al pie de la letra lo que vemos en ellas".
La empatía
También hay que tener mucho cuidado con la empatía: "Al tener una pantalla entre tú y el otro te vuelves más agresivo que en la vida real", advierte Punset. "No es solo el anonimato que hace que la gente sea más agresiva en estas plataformas. Estar detrás de una pantalla nos cosifica y hace que decrezca peligrosamente la capacidad de ponerse en la piel del otro".
Aunque los efectos de las redes todavía están a debate entre los expertos por ser un campo de estudio muy nuevo, ya hay algunos indicios para tomarse en serio el efecto en la estabilidad emocional. Un trabajo publicado el pasado año en la American Journal of Preventive Medicine, en el que se estudiaba a 7.000 personas de entre 19 y 32 años, llegó a la conclusión de que los usuarios que más tiempo pasaban conectados a las redes sociales tenían el doble de probabilidades de experimentar aislamiento social, lo que podía manifestarse en una falta de sentido de pertenencia, empatía con los otros y relaciones satisfactorias.
"Las pantallas son un instrumento que no puede sustituir la presencia física", afirma Punset. Y aunque varios estudios alertan de que un mayor uso de las redes sociales podría desplazar las interacciones cara a cara y hacer que la gente se sienta excluida en la vida real, ella está convencida de que pueden ser una herramienta muy positiva si se hace un uso más racional de ellas.
Punset insiste en que la inteligencia no son solo las habilidades cognitivas como antes se pensaba, sino que incluye las emociones. "El cerebro es profundamente emocional y durante muchos años se ha descuidado este aprendizaje", advierte esta licenciada en Filosofía y Letras que estudió en la Universidad e Oxford.
"La gente no puede gestionar lo que no entiende, por eso hay que ponerle nombre a las emociones desde que eres pequeño. Y se puede enseñar a gestionar las emociones igual que se aprende un idioma. Antes se glorificaba la parte racional del cerebro, pero ahora hay una mayor preocupación por entender mejor cómo sentimos porque todo está relacionado".
Por eso a Elsa Punset le da igual que etiqueten sus libros como autoayuda o como filosofía. "El caso es que ayuden a la gente", concluye.
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