“Venga, Chiqui, levántate…”. Carmen tiene que convencer cada día a Juan para salir de la cama. De lunes a jueves tiene que preparar a su marido, enfermo de alzhéimer y dependiente de grado dos, para acudir al centro donde realiza tres horas de actividades diarias para ejercitar su memoria.
El trayecto, de una hora entre su casa y el centro, lo realizan desde hace algo más de un año, aunque esta historia arranca en 2012 en Torrevieja. “Estábamos de vacaciones y Juan tuvo una infección muy fuerte de orina. Le hicieron muchas pruebas y nos mandaron al neurólogo. En aquel momento ya me dijeron que no le dejara solo”, explica su mujer mientras espera que Juan salga de clase.
Ahí empezó la nueva vida de Carmen como cuidadora. La suya es una historia personal, única pero con un punto en común con los 310.000 españoles que, según el Observatorio Estatal para la Dependencia, también viven esperando que llegue el cobro de su prestación mientras el Gobierno deja 44 millones sin gastar del presupuesto para la dependencia. Más de la mitad ha superado los 80 años y 120.000 son dependientes severos.
Desde 2012 a 2015, con un periplo de pruebas y especialistas que se hizo demasiado largo, Carmen y Juan esperaron un diagnóstico que les permitiera solicitar la ley de dependencia. Ese año solicitaron la atención y casi dos años después, en febrero de 2017, Carmen leyó con alegría la carta que al fin otorgaba a Juan una prestación de 300 euros por su dependencia de grado uno.
Pero su alegría se fue apagando conforme los meses pasaban sin que el dinero llegara a su bolsillo. “Meses después me acerqué a la Comunidad de Madrid a preguntar, pero me dijeron ‘No te preocupes, pero es que no hay dinero, y como tu marido es de grado uno…”, cuenta Carmen mientras se encoge de hombros.
Sin embargo, aunque dinero no ha llegado Juan es ya dependiente de grado dos. Así lo determinó la revisión de su situación a finales de 2017, una resolución tras la que se abre otro período de seis meses (en teoría) para que se le actualice la cuantía de la prestación. A una situación parecida se enfrentan la mayoría de los dependientes que esperan, pues su situación va empeorando tanto por cuestiones de edad como, más rápidamente, si sufren enfermedades degenerativas.
“Actualmente tengo unos gastos de 500 euros para Juan pero ya tengo una edad y he solicitado una agencia para que una chica venga a ayudarme a casa. Todo lo pagamos nosotros y yo cobro 400 euros”, cuenta esta madrileña que vive sola con su marido en la madrileña ribera del Manzanares.
De momento, Carmen se apaña para llevar adelante su casa y cuidar de su marido, además de mantener las cuentas de la casa bajo control. "Encima a mi Juanito le ha dado por fumar como un descosido... yo me pongo con el lápiz y la libreta y le digo mira todo lo que gastas al mes en tabaco...".
De momento, Carmen se apaña sumando su pensión a la de Juan, que trabajó toda su vida en la Junta de Energía Nuclear del Ministerio de Industria. Pero Carmen, que apenas pierde la sonrisa, se apaga solo cuando se le pregunta por el futuro: "Lo veo muy mal, muy mal, cómo lo voy a ver... Cada vez tengo más gastos nuevos y no sé de dónde los vamos a pagar".
La historia de Juan, como la de las 310.000 personas que esperan que se haga efectivo el cobro de su prestación, aún puede escribirse de otra manera. Esperemos que no llegue demasiado tarde.
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