La primera vez se atiborró de pastillas. Elena tenía 16 años, problemas en el instituto y muchas ideas suicidas. Notaba que por dentro algo no iba bien y de hecho hacía cinco meses que había acudido con su madre al centro de salud para tratar de buscar una solución. Sin embargo, en febrero de 2002, el día que se tomó una caja entera de pastillas, aún no la había visto ningún psiquiatra o psicólogo. “Me iban a derivar pero parece que no era prioritario. Lo veían como un comportamiento típico de adolescente”, recuerda.
"A la que intentaban bajarme la medicación, yo hacía un intento de suicidio”
Después del primer episodio, Elena pasó dos semanas ingresada en el hospital Sant Joan de Deus de Barcelona y la vieron distintos psiquiatras. “Pero no me daban un diagnóstico, simplemente me medicaban pero a la que intentaban bajarme la medicación, yo hacía un intento de suicidio”.
Y en uno de esos intentos, Elena se tiró a la línea tres del metro de Barcelona. Recuerda que, apostada en el andén, algo le decía que lo hiciera. Y lo siguiente de lo que se acuerda es de un bombero alumbrándole la cara y preguntándole si estaba bien. Ahí ya no se sentía las piernas. El metro la había golpeado sacándola de nuevo al andén, lo que le salvó la vida pero le dejó para siempre en una silla de ruedas.
“No me arrepiento de lo que hice. Volvería a tirarme al metro si supiera cuáles iban a ser las consecuencias”, afirma segura. Aquel accidente marco un punto de inflexión en la vida de Elena, que ingresó en la Fundación Guttman y fue al fin diagnosticada. “Lo que tenía era un trastorno límite de personalidad, recibí dos años de terapia cognitiva conductual y mi madre recibió terapia de acompañamiento. Allí cambió mi vida, conocí el tenis y la Fundación DKV Integralia”, explica Elena.
Con su enfermedad poco a poco controlada, Elena empezó a jugar al tenis y a trabajar como teleoperadora en 2005. Desde 2001 estaba desconectada de los estudios, se había quedado en primero de bachillerato. “Empecé a trabajar como teleoperadora y me iba muy bien. Además, yo jugaba al tenis y ellos eran muy flexibles con los horarios para que pudiera compatibilizarlo”.
La Fundación DKV Integralia ha pasado de nueve trabajadores en 2000 a 426 en la actualidad
Elena aterrizó en la Fundación Integralia DKV cinco años después de su fundación en el año 2000. La entidad, en un inicio nacida para dar respuesta a la responsabilidad social corporativa de la empresa aseguradora, pasó de los nueve empleados en 2000 a los 92 que tenían cuando se incorporó Elena, una cifra que ya queda muy lejana a los 427 empleados que tienen hoy.
Más de 400 empleados en toda España y el extranjero, de los que el 99% tiene una diversidad funcional. Ocho de cada 10 tienen una limitación física y más de la mitad tiene una discapacidad superior al 45%. Además, seis de cada 10 son mujeres mayores de 45 años.
La Fundación contrató a Elena y le permitió compatibilizar sus estudios con los entrenamientos y concentraciones de tenis. El deporte y el trabajo fueron las vías de escape para aquellos años en los que Elena sentó las bases de su recuperación. Como tenista, Elena se puso nada menos que una meta olímpica: “Conseguí representar a España en los Paralímpicos, conseguir aquella meta fue muy importante para mi aunque tras los Juegos lo dejé, tenía que decidir cómo dirigir mi vida y me centré en lo laboral”.
Elena decidió seguir creciendo dentro de DKV Integralia y cambió el tenis por los estudios de acceso a la Universidad para mayores de 25 años en 2013. Un año después entró en el Departamento de Calidad de la fundación, donde actualmente es responsable de Customer Experience: “Empecé el grado de estadística pero era complicado compatibilizarlo con el trabajo. Por eso ahora me he enfocado en la atención al cliente y voy a empezar un máster de customer experience”.
"Prefiero vivir feliz en silla de ruedas que de pie e infeliz”
A pesar de que el objetivo de la fundación es que los trabajadores acaben integrándose en otras empresas, Elena reconoce que no quiere irse. “Me cuesta imaginarme fuera de aquí”, cuenta una persona llena de vida y proyectos, tan lejana a la que en febrero de 2002 quiso terminar con todo. “La enfermedad está superada, aunque a veces tengo reacciones que me da miedo que puedan llevarme al descontrol que entonces sufrí”, relata Elena, “sin embargo, nada es igual porque ya sé lo que me pasa, me conozco y eso me tranquiliza. Además tengo a mi madre, mi pilar que se da cuenta de lo que me pasa incluso antes que yo”.
“Suena extraño”, reconoce, pero a Elena no le tiembla la voz cuando asegura que volvería a tirarse a aquel metro para llegar a donde ha llegado hoy. “Mi destino era la silla, la vida que llevo es la que tenía que llevar. Y prefiero vivir feliz en silla de ruedas que de pie e infeliz”, concluye.
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