La calidad del aire que respiramos en las ciudades es una preocupación cada vez mayor y las medidas para intentar mejorarlo – más o menos acertadas – no paran de crecer en la mayor parte de las grandes metrópolis occidentales. Sin embargo, pocas veces nos preocupamos por la composición del aire que inhalamos en el interior de los edificios.
Hoy en día pasamos más del 80% de nuestras vidas en edificios, bien sea en nuestro hogar o en la oficina, y la calidad del aire que respiramos ahí dentro no se ha estudiado tanto como la del exterior. No obstante, hay algunos estudios que señalan que puede llegar a haber un “cóctel químico” peligroso para la salud debido a la presencia de elementos como el formaldehído o el material particulado que flota en el ambiente.
Y la cuestión puede verse agravada en los “edificios inteligentes” ideados para mejorar la eficiencia energética: están aislados térmicamente, por lo que, para ahorrar energía, requieren una menor ventilación natural. Sin embargo, hay una gran cantidad de contaminantes del aire interior que provienen de los barnices y ceras de los muebles, las moquetas, productos de limpieza, e incluso las impresoras. Los contaminantes que liberan en el aire van desde el monóxido y dióxido de carbono, hasta los compuestos orgánicos volátiles o los hidrocarburos aromáticos policíclicos.
Como explica el director de la Fundación para la Salud Geoambiental, José Miguel Rodríguez, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos publicó un estudio que revelaba que la concentración de contaminantes en el interior era cinco veces superior al exterior. “Si en el interior no hay una renovación del aire habitual, puede ser hasta peor que el de la calle”, indica.
“Incluso las impresoras láser, que están en todas las oficinas, provocan un aumento del ozono y del material particulado que flota en el aire, que es, según la Organización Mundial de la Salud, un elemento cancerígeno del grupo 1”, añade. El incienso, las velas y algunos ambientadores, tan comunes en muchos hogares, liberan benceno y material particulado, llegando a equiparar los tóxicos a los de una sala de fumadores.
En un artículo publicado en la revista Trends in Plant Science, Federico Brillo, fisiólogo botánico del Consejo Nacional de Investigación italiano, señaló que una vía de mejora de la calidad del aire interior todavía poco estudiada es el uso de plantas en los edificios. Según su trabajo, las plantas pueden mejorar la calidad del aire a través de diversos mecanismos: la absorción del CO2 y la liberación de oxígeno gracias a la fotosíntesis, el aumento de la humedad al transpirar vapor de agua por los poros de las hojas, y también pueden absorber los contaminantes del aire por la superficie externa de las hojas y el sistema de raíces.
“Todavía se sabe muy poco sobre qué plantas son las más adecuadas para mejorar la calidad del aire”
Sin embargo, lo habitual es que las plantas que tenemos en casa se escojan por motivos estéticos, de resistencia o por el fácil cuidado, en vez de hacer una búsqueda de las plantas idóneas basándose en su capacidad de mejorar el ambiente.
“Todavía se sabe muy poco sobre qué plantas son las más adecuadas para ello”, reza el texto. La Agencia Espacial Estadounidense (NASA, por sus siglas en inglés) llevó a cabo un experimento en la década de los 80 sobre el potencial de las plantas para crear una atmósfera limpia, pero, según este artículo, se trataba de un experimento “muy simple” como para obtener resultados determinantes.
Más recientemente, en 2016, una investigación de la Asociación Americana de Química señaló a las bromelias (Guzmania lingulata), junto con otras cinco especies, como las plantas que mayor capacidad tienen para reducir la concentración de tóxicos en el interior de los edificios.
Para Rodríguez, esto es un mito. “Se necesitarían toneladas de plantas en casa para que esto fuera posible”, asegura. Lo que sí aconseja para evitar los efectos nocivos de los contaminantes del aire interior – que pueden ir desde dolores de cabeza, problemas de rendimiento en niños, e incluso cánceres o problemas cardiovasculares – es ventilar bien el edificio, con el mayor número de ventanas abiertas, durante más de 20 minutos a primeras horas de la mañana o a últimas de la noche, cuando el aire es más fresco. Además, en el caso de que se tengan que utilizar productos de limpieza, que suelen tener altas concentraciones de químicos, recomienda hacerlo siempre con las ventanas abiertas y, después, dejar que se ventile la estancia durante 30 o 40 minutos.
“No hay ninguna normativa respecto a la calidad del aire en el interior ni hay una cultura de la información”, añade Rodríguez. “Todo lo que se ha hecho por la eficiencia energética, se ha hecho en detrimento de la calidad del aire”, concluye.
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