La del siglo XXI -obviamente- no es la Osteopatía del XIX. Hoy es una profesión sanitaria independiente y de primera intención, definida como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su documento “WHO Benchmarks for training in Osteopathy” (2010), y por la Norma Europea UNE-EN 16686:2015 sobre “Prestación de asistencia sanitaria en Osteopatía”. Esta profesión no está aún reconocida en España, aunque sí en numerosos países europeos como Reino Unido, Suiza, Francia, Portugal, Finlandia, Islandia, Malta y más recientemente en Italia, Luxemburgo o Dinamarca (donde la Ley Reguladora fue aprobada en el Parlamento Danés el pasado mes de junio con el 100% del apoyo de la cámara). Otros países como Estados Unidos de Norte América, Canadá, Rusia, Australia o Nueva Zelanda, disponen también de regulación específica de dicha profesión.
La actual falta de regulación específica en España comporta que profesionales de muy variada formación puedan ofrecer sus servicios al público en general, y que lo hagan sin el preceptivo control formativo o de acceso a la práctica profesional. Así, encontramos desde supuestos “osteópatas” -que se publicitan como tales tras apenas una mínima formación-; a profesionales sanitarios -debidamente formados previamente como médicos, fisioterapeutas, enfermeros/as, etc.- o graduados/as en Universidades extranjeras que han sido debidamente formados en Osteopatía. Todo lo anterior implica un evidente riesgo para la población, entre otras cosas porque los pacientes pueden desconocer la formación previa o la capacitación del profesional que les va a atender, y a la vez, puede acabar ofreciendo una visión distorsionada de la realidad osteopática incluso entre otros profesionales sanitarios; algo que ya pudimos comprobar en un reciente artículo en este medio y que desde determinados sectores se está fomentando.
Ciertamente, la práctica de la Osteopatía tiene mucho que mejorar y quizás en nuestro país ha tardado en aproximarse al método científico de una manera global, pero resulta del todo injusto considerarla una pseudo-ciencia anclada en el siglo XIX. De hecho, cada vez son más los grupos de investigación internacionales en Osteopatía (entre ellos el Centre for Osteopathic Medicine COME Collaboration -que tiene una de sus sedes en nuestro país- o el National Council for Osteopathic Research (NCOR) del Reino Unido y son numerosos los estudios que demuestran la eficacia del Tratamiento Manual Osteopático (TMO) o que dan explicación neuro-fisiológica y/o plausibilidad a determinados tipos de tratamientos manuales. A modo de ejemplo, la revisión sistemática realizada por Licciardone et al (2005) demostró que el TMO redujo significativamente el dolor lumbar a corto, medio y largo plazo.
Existe también evidencia científica del TMO en relación a otras muchas condiciones como la lumbalgia del embarazo (Licciardone, 2013) o la lumbalgia postparto (Franke et al 2017); también sobre la duración de los ingresos hospitalarios en niños prematuros (Cerritelli 2017) o en adultos con Neumonía (Noll 2016), en el Síndrome del Colon Irritable (Muller et al 2014), en la dismenorrea (Pinter Haas et al 2010), en Enfermedades Inflamatorias Crónicas (Cicchitti et al 2015) o en el tratamiento de la migraña (Cerritelli 2015), etc. Además, la última versión de las NICE Guidelines (UK, 2016) para dolor lumbar y ciática, recomienda el uso de determinadas técnicas osteopáticas en los pacientes que sufren dicha sintomatología. Por otro lado, y desde el punto de vista económico, la osteopatía es también coste-efectiva en los casos de lumbalgia o de cervicalgia (Verhaegue et al 2018) lo cual haría recomendable su inclusión dentro de los sistemas multidisciplinares de salud, ayudando a reducir costos en patologías muy prevalentes entre la población. Son sólo algunos ejemplos.
Dicho lo anterior, no deja de ser paradójico que se exija hoy a la Osteopatía unas bases científicas y un rigor metodológico que quizás no se han exigido previamente -o aún hoy no se exigen- a otras profesiones en su día a día. La Fisioterapia podría ser un buen ejemplo de ello (van Middelkoop et al 2011, Kroeling et al 2013 o Page et al 2016).
Aunque nuestro avance científico ha sido lento, como colectivo tenemos claro que el camino a seguir es ese. Tal vez, hoy no podemos dar explicación a todos aquellos procesos terapéuticos que suceden durante el Tratamiento Manual Osteopático, pero como a veces decimos: “las manzanas ya caían del árbol muchos años antes de que llegase Isaac Newton”, y será avanzando en la ciencia como encontraremos las respuestas.
Sea como sea, en Europa es clara la tendencia a incluir la Osteopatía contemporánea como opción terapéutica dentro de los sistemas de salud: cada vez más países disponen de regulación específica; existe desde 2015 un marco normativo común y además de los estudios antes citados, el grado de satisfacción de los usuarios es muy alto (Tramontano et al 2017). Quizás ha llegado el momento de hacerlo también en España, regulando la Osteopatía como profesión sanitaria independiente, en beneficio y para la seguridad de los pacientes.
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J. Fermín López Gil es Presidente de la Federación de Osteópatas de España (FOE), una entidad sin ánimo de lucro formada por el Registro de Osteópatas de España (ROE); la Asociación de Profesionales Españoles de la Osteopatía (APREO); y la Sociedad Europea de Medicina Osteopática (SEMO). Dicha Federación representa a los profesionales de la osteopatía españoles ante la European Federation and Forum for Osteopathy (EFFO).
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