“Pargo. Pagrus pagrus. Capturado en el Mar Mediterráneo. Desembarcado en Denia. Capturado con redes de enmalle”. Su nombre comercial, el científico, el método de producción o captura y lugar de origen, además de si ha sido descongelado, son datos que, por ley, deben acompañar al pescado que vas a comprar o consumir de forma visible.
Deben, pero no siempre están. ONGs como Greenpeace u Oceana llevan años denunciando esta falta de información desde que se hizo obligatoria en España en 2015, pero el problema lo reconoce también Fedepesca, la Federación Nacional de Empresarios Detallistas de Pescados y Productos Congelados. “La transmisión de datos es difícil de conseguir, desde luego es un punto de mejora”, afirma Mª Ángeles Álvarez, directora gerente de la federación.
Álvarez defiende que España tiene “una de las normativas más exigentes del mundo” y que el problema es “una cuestión de tiempo para los pescaderos, que saben que necesitan tener esa información a la vista pero que les lleva mucho tiempo ponerla”.
Sin embargo, el problema es la falta de información pero sobre todo las confusiones y el fraude que pueden esconder. En una de sus campañas, por ejemplo, Greenpeace recordaba que “Bonito del Norte” es un nombre comercial que no garantiza la procedencia del mismo, que puede ser del Cantábrico o de Tailandia. Recientemente, la OCU reportaba otro caso similar con las anchoas del Cantábrico.
Pero, ¿cuánto del pescado que compramos está mal etiquetado?
Un informe publicado en 2016 que recogía a su vez más de 50 análisis hablaba de un porcentaje del 30% de errores. Esto es, casi uno de cada tres pescados que consumimos no ofrece la información correcta. Con más de 4.500 muestras analizadas por su ADN, el informe destacaba que los incidentes son mucho más comunes en bares y restaurantes que en tiendas.
Más optimistas eran los resultados que obtuvo el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en diciembre de 2015 en una investigación del proyecto internacional Labelfish. Un análisis del que concluyeron que el fraude en el etiquetado ascendía al 4,9%, aunque con mucha irregularidad según las especies. En España, el fraude en el atún - tanto fresco como refrigerado - alcanzaba a uno de cada cuatro pescados. Sin embargo, quedó en 0 en el caso del bacalao. Su análisis se realizó en grandes superficies, mercados tradicionales y pescaderías de Bilbao, Madrid, Santiago y Vigo sobre muestras de bacalao, atún y anchoas. El propio CSIC celebró que el fraude se situara sólo en el 5%, pues era un descenso "notable" respecto a estudios previos.
Datos mucho más positivos ofrecía estos días un nuevo análisis, en el caso realizado por la certificadora MSC (Marine Stewardship Council), que aseguraba que el pescado que lleva su sello azul (una certificación de calidad por la que las pesquerías tienen que pagar) sólo está mal etiquetado en menos del 1%. El análisis, a nivel internacional, certifica que estos sellos son una garantía, aunque la penetración de este sello en el mercado aún es minoritaria.
Un problema global
En el análisis del CSIC, que extrajo más de 1.500 muestras de 19 ciudades europeas, descubrió fraude en el 15,5% de la anchoa, 11,1% en merluza, 6,88% en atún, 3,50% en bacalao y 2,89% en lenguado.
Últimos análisis de Oceana sitúan el porcentaje de fraude en el 20% en EEUU y el 30% en México
Datos que muestran un problema global, que corroboran organizaciones internacionales como Oceana, que este mismo mes daba a conocer una investigación estadounidense con resultados igualmente negativos. Uno de cada cinco pescados analizados estaba mal etiquetado, un fraude más frecuente (igual que en Europa) en restaurantes (26%) que en grandes supermercados (12%). Peores aún son los datos de otra investigación realizada por la misma entidad este mes en México, con porcentajes de fraude en torno al 30%.
Falta de controles
Para la responsable de este ámbito en Greenpeace, Celia Ojeda, la principal causa de la persistencia del fraude está en "la dejadez de la Administración para establecer más controles tanto en puerto como en la cadena de custodia, porque el problema es evidente en cuanto visitas tres o cuatro establecimientos". La ONG ha hecho diversas campañas para advertir de este fraude, aunque lamentan que la norma que puso en marcha este etiquetado, en 2015, lleva ya cuatro años de retraso y sigue sin implementarse.
También la organización de consumidores Facua achaca el problema a un déficit de controles: "Ni se hacen suficientes controles ni cuando se hacen hay transparencia en mostrar las conclusiones o señalar a las empresas", indica su portavoz, Rubén Sánchez, que denuncia que "se deja en manos del consumidor la responsabilidad y solo le queda confiar en el vendedor o tener conocimientos para identificar el pescado, lo cual es más propio de profesionales que del consumidor común".
"En bares y restaurantes, donde el pescado va en ocasiones hasta cubierto de salsa, aún es más difícil identificar algo", subraya Álvarez. Así lo comprobó el chef Alberto Chicote en una de las últimas ediciones del programa ¿Te lo vas a comer? De 11 muestras de pescado recogidas en ocho restaurantes, más de la mitad no se correspondía con el pescado que ofrecían.
Cómo saber lo que compramos
Para el secretario general de la Confederación Española de Pesca (Cepesca), Javier Garat, el consumidor ha de exigir un etiquetado correcto al vendedor. Aunque el experto indica también las pautas básicas para identificar un pescado fresco: "El pescado fresco debe tener la piel de color vivo, las escamas tornasoladas y brillantes, y sin decoloración alguna. Los ojos deben sobresalir y su
pupila debe ser negra brillante. Las branquias deberían estar rosadas y húmedas. No es conveniente comprar pescados con los ojos hundidos, pupila gris y córnea lechosa".
Una información esencial en un país, España, que lidera el consumo de pescado en la UE.
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