Pocas situaciones pueden ser peores para un científico que ver cuestionado el trabajo de años. El científico Carlos López-Otín, Premio Nacional de Investigación, comenzó a recibir acusaciones de irregularidades en sus investigaciones en 2017. Sin embargo, otra de esas pocas situaciones llegó meses después con la muerte de su bioterio. La colonia de 5.000 ratones modificados genéticamente para la investigación de enfermedades en la que López-Otín y su equipo habían trabajado durante 20 años murió de forma repentina. El científico se sumió entonces en una profunda tristeza y llegó a barajar el suicidio, según cuenta. López-Otín se apartó de la vida científica y halló la salida al empezar a escribir “autoayuda, pero en el sentido más estricto de la palabra”.
A López Otín lo acusaron de irregularidades en sus investigaciones y sus 5.000 ratones de laboratorio murieron repentinamente
“Pensé que tal vez escribiendo podría recuperar lo que había perdido, que no era otra cosa que el ikigai, el propósito de la vida”, afirma el autor de La vida en cuatro letras. Un libro de aparente autoayuda en el que el autor describe cuestiones tan trascendentes como el papel de la genética en la vida (y en la felicidad), los avances en terapias génicas o la importancia de la microbiota, las bacterias que habitan principalmente en nuestro intestino.
Pero para explicar si la felicidad está de verdad escrita en nuestros genes, el científico se remonta nada menos que al inicio de la vida, donde residen esas cuatro letras. “Son la A (adenina), G (guanina), T (timina) y C (citosina), las bases de nuestro ADN, que se combinan en de forma diferente hasta las 3.000 millones de letras químicas que componen nuestro genoma”, relata López-Otín.
Cuatro letras que, sin embargo, son solo el principio.”La vida es un conjunto de lenguajes biológicos, el genético son solo las primeras páginas. A él se suman la epigenética, que determina que los genes se expresen o no, y la metagenómica, que deriva de las bacterias que nos cohabitan, pues en el intestino hay más células bacterianas que en el cuerpo humano entero”, explica el catedrático. “Los lenguajes tienen que estar en sintonía, dialogar entre ellos. Porque todo es parte de la vida, la clave es entender cómo se coordinan esos lenguajes para que la balanza de la vida se mantenga el mayor tiempo posible del lado de la armonía molecular”.
Es asombroso que haya variantes genéticas que nos predispongan a un mejor estado emocional. Hasta hace unos años esto no se admitía”
Pero, ¿cuánto de genética hay en la felicidad? “Lo asombroso es que haya variantes genéticas que nos predispongan a un mejor estado emocional. Porque hasta hace unos años esto no se admitía”, afirma López-Otín, que ha contribuido directamente en el descrifamiento de otras variantes genéticas, en concreto muchas relacionadas con el cáncer y otras enfermedades. Su laboratorio fue colaborador del proyecto internacional que descifró por primera vez el genoma humano completo y desde 2009 dirige la contribución española al Consorcio Internacional del Genoma del Cáncer.
Por ejemplo, López-Otín es responsable, gracias a algunas de sus investigaciones, de que Sammy Basso haya traspasado las fronteras de la edad a la que nunca pensó que llegaría como enfermo del síndrome del envejecimiento acelerado (progeria de Hutchinson-Gilford). El joven pasara el récord de los 12 años y casi los haya doblado. Mientras tanto, una carrera y hasta una experiencia como colaborador en el laboratorio de López-Otín: “Sammy nos ha demostrado que no es obligatorio ser infeliz si estás enfermo”.
Aunque en parte de sus investigaciones López-Otín ha buscado la lucha contra el envejecimiento, el científico se aleja con rotundidad de la idea de la inmortalidad, de la que se habla hoy y a la que algunos, como el mediático José Luis Cordeiro, ponen fecha: 2045. "No sólo él, la revista Time lo llevó a portada. Pero para mí simplemente hay asuntos más urgentes que la inmortalidad. En 2045 habrá más de 100 millones de enfermos de Alzheimer, una enfermedad de la que hoy por hoy no se cura nadie. Y me parece que ni con todos los avances de la medicina en 25 años lo vamos a conseguir. ¿Por qué no nos esforzamos más en curar enfermedades, entender lo que no sabemos y leer un poco?", se refiere López Otín a El inmortal de Borges, que buscó hasta que encontró la inmortalidad, y luego pasó aún más tiempo buscando su antídoto. "La inmortalidad no es, en absoluto, una clave de la felicidad", añade.
¿Por qué no nos esforzamos más en curar enfermedades, entender lo que no sabemos y leer un poco?"
Es al final del libro donde López Otín parece alejarse más del lenguaje científico y propone 14 consejos para ser feliz. Vivir con intensidad, mirar con curiosidad o invertir en la propia salud son algunos de ellos. ¿Al final se aleja de la genética? “Parece que sí, pero no. Todo es genética. Porque si tienes variantes que te predisponen al dolor o a la enfermedad, te costará mucho más ser feliz. Por eso Sammy es un ejemplo. Él ha conseguido que los otros lenguajes se impongan. Pero las cuestiones emocionales son moleculares, bioquímicas”.
Al terminar el libro, a uno le queda una extraña sensación. Haber aprendido mucho de ciencia para tener enfrente un libro de autoayuda. ¿Será en realidad una excusa del autor para que los españoles se animen al fin a leer un libro de divulgación científica? “De alguna manera, lees mi mente. La divulgación científica es muy árida, imaginar que nuestro genoma está construido por 3.000 millones de letras químicas… Esto puede asombrar, asustar y hacer que la gente al instante desconecte, porque lo ve incomprensible e incluso increíble. Pensé que de una forma personal, con ejemplos muy concretos, bonitos y positivos, algunos lectores podrían entenderlo, aproximarse y disfrutar”.
Aunque apenas lleva unos días a la venta, el autor asegura que ha recibido numerosos mensajes de lectores. “La cantidad de mensajes que ha recibido de personas que sin formación científica me han dicho ‘por primera vez he entendido el misterio de la vida, o ya sé por qué me parezco a mis padres’ para mí ya justifica el libro. Aunque ya no lo leyera nadie más, para mí sería suficiente”.
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