Tras 17 días aislada en su casa por posible COVID-19 (no tuvo confirmación porque no le hicieron el test), Rosa Sanz, una jubilada madrileña a la que todos conocen como Rosi, cruzó de nuevo la calle desde su portal para entrar en la parroquia de Santa Florentina, donde es la responsable de la actividad de los voluntarios de Cáritas Parroquial, en el barrio madrileño de Canillejas.
Rosi se había contagiado, al igual que parte de su círculo de amistades en la parroquia, porque se resistían a confinarse. "Estuvimos yendo hasta el jueves antes del estado de alarma. Somos cuatro las que hemos estado fastidiadas, a mí me dolían mucho las piernas y hubo tres días que no me podía levantar de la cama. Por teléfono del Centro de Salud les conté mis síntomas y me dijeron que me aislara, me han ido llamando cada dos días hasta que me dieron el alta", relata esta mujer que lleva 20 años colaborando con Cáritas y que no dudó en volver ese mismo día a la calle para atender asuntos en la parroquia. "Cáritas es mi vida y mientras que pueda, voy a seguir ayudando".
Desde el Estado de Alarma, no obstante, Rosi se ha coordinado con el párroco para la entrega de los alimentos que entregan periódicamente a las familias que lo solicitan. "Gracias a Dios tenemos comida como para cuatro meses en circunstancias normales, yo hablo por teléfono con las familias y en función de cuántos son en la casa le digo al párroco lo que tiene que meter en las bolsas", explica, aunque lamenta que no toda la actividad que realizan puede hacerse ahora con la crisis del coronavirus.
Porque esta crisis sanitaria está provocando un verdadero aumento de las peticiones de ayuda, según Cáritas Madrid, y no todas se pueden gestionar por teléfono: "La situación está muy complicada, no solo damos alimentos, tenemos casos de maltrato, gente con problemas de deudas, intentamos ayudar con el tema de la vivienda... ahora es muy complicado".
Para tratar de dar respuesta a todas las necesidades, en la puerta de la parroquia colgaron un cartel con los números de teléfono y así intentan ir solucionando los problemas que les llegan: "La semana pasada le pagamos el alquiler de la habitación a una persona a la que iban a echar, vamos haciendo lo que podemos con lo que tenemos".
De esta forma, Rosi también rellena las horas en las que echa de menos a su hija y sus nietos. "Estoy sufriendo horrores, porque los tengo cerca y no los puedo ver. Yo iba cada día a su casa a darles el desayuno y mi marido los llevaba al colegio". Su familia es su pasión compartida con el voluntariado: "Cáritas es mi vida, por nada del mundo lo dejo, mientras la vida me lo permita".
Por eso Rosi no pudo evitar, la misma mañana que le dieron el alta telefónica, volver a la parroquia: "Le preparé unas bolsas a un matrimonio que vive con sus tres hijos y la abuela. Con arroz, lentejas, garbanzos, espaguetis, tomate, leche, galletas, cereales… no es todo lo que necesitan pero al menos tienen para ir tirando", afirma esta voluntaria a la que el coronavirus, a pesar de ser población de riesgo, no ha conseguido flaquear: "Yo no he tenido miedo, soy muy positiva, no me asusta que me pase nada a mí, solo a mi familia".
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