Hablar de las residencias de mayores en España ha sido, durante la epidemia de coronavirus, casi un sinónimo de hablar de fallecimientos. Sin cifras oficiales tras más de tres meses, se estima que la mitad de los muertos vivían en centros sociosanitarios. Menos se ha hablado de quienes han sobrevivido. Las residencias siguen albergando a más de 300.000 ancianos que ahora tienen, al igual que los españoles, que aprender a vivir en la era post COVID-19.
Pero las circunstancias de estos mayores y del lugar donde viven hacen que para ellos el camino hacia la nueva normalidad sea más duro. Su encierro ha sido mucho más hermético - la mayoría siguen confinados o con visitas restringidas y sin el calor de los abrazos directos -.
Siete de cada 10 tienen algún tipo de deterioro cognitivo y, aunque les sean ajenas la "nueva normalidad" o no puedan expresar sus sentimientos con palabras, arrastran las consecuencias del duro aislamiento. "Las repercusiones son enormes. Todas las medidas que se han impuesto para prevenir contagios favorecen la aparición de síndromes confusionales o delirios. Han visto morir a mucha gente, se han visto afectados física y emocionalmente. Ahora es muy importante intentar poco a poco volver a la normalidad", afirma Cristina Alonso, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG).
Una normalidad que, en las residencias, está llegando más poco a poco. La vulnerabilidad de quienes las habitan exige mayores precauciones pero despierta también las críticas de familiares de residentes sanas que llevan más de tres meses "casi confinados en su habitación". Así se expresa el hermano de una anciana que vive en una residencia de Madrid donde no se han establecido las visitas. "Lleva 90 días aislada en una habitación que no es la suya, sin sus cosas, sin acceso a televisión para que no se asuste de las noticias y casi sin videollamadas para hablar con los suyos", dice el hermano de esta residente, que padece una enfermedad psiquiátrica y tampoco ha recibido la visita de ese especialista desde el inicio de la pandemia. "No nos han dicho nada de cuándo se van a reanudar las visitas, los sentimos ya como prisioneros, creo que merecen otro trato", lamenta.
Los estragos del encierro y el aislamiento son tanto físicos como emocionales. Como confirma una auxiliar de cuidados de una residencia de Madrid, "abuelos que eran andarines dejaron de andar. Muchos de los que hablaban ahora no dicen una palabra y se ve la tristeza en sus ojos. Pero se van recuperando. Yo ahora que estoy en un área con mayores que han superado el COVID-19, veo su evolución a diario", relata. Y se emociona con al recordar el momento en que, tras 15 días con ella, una anciana volvió a pronunciar una palabra: "Estaba insistiéndole para que comiera un poco más, porque también muchos han perdido el apetito. Me miró y me dijo 'cómetelo tú', no sabes la alegría que me dio".
El elevado número de contagios y los problemas de organización y capacidad de actuación en las residencias han puesto en guardia a muchas residencias donde ahora no se atreven a dar un paso en falso. “Todavía no se ha vuelto a la normalidad, ni por asomo. Todavía no hay servicio de terapia ni de fisioterapia, no están comiendo en los comedores todavía, estamos yendo muy despacio para hacerlo lo mejor posible y no haya problemas”, explica Lola Colomo, representante del CSIT en centro público Residencia de Mayores de Navalcarnero en Madrid. Mucha de la precaución se explica porque en esta residencia las habitaciones son triples, los comedores cuentan con mesas de cuatro y no se pueden guardar las distancias de seguridad. “Vamos aplicando los protocolos que nos manda la Comunidad de Madrid. Aquí se han hecho todos los protocolos que nos han llegado y nos han funcionado bien”, asegura.
Esta residencia pública de Madrid de 120 residentes, grandes dependientes, es de las que mejor lo han pasado en la pandemia. No ha tenido fallecidos, solo dos residentes cayeron enfermos pero regresaron del hospital sanos tras su ingreso. “La gestión del centro funcionó muy bien, ha sido un éxito por parte de todos”, según la representante sindical. Los trabajadores, a diferencia de otros centros, tampoco se han visto afectados, sólo dos trabajadores han pasado el COVID-19 sin mayores consecuencias.
Según explica Colomo, los residentes pese haber superado el trance de la pandemia está muy tocados. “Hay que tener en cuenta que su vida ha cambiado, ya no han bajado a las instalaciones, no van a fisio, no van a terapia ni a su comedor. Algunos se han dado cuenta, otros se han enterado por su estado de salud. Se han hecho videollamadas con los familiares durante el confinamiento y ahora sí ven a sus familiares bajo estrictas medidas de seguridad y en las zonas al aire libre. Dentro de las reconquistas de libertad de los residentes se han reiniciado actividades que hasta hace nada eran inviables, como dar un paseo por los jardines del centro.
Cerca de esta residencia se encuentra el Centro Casa Verde Navalcarnero, una residencia privada en la que la pandemia tuvo algo más de incidencia, un 5%, pero en la que se pudo controlar al coronavirus. “El día 6 de marzo ya habíamos cerrado todo y habíamos hecho acopio de material como EPIS y mascarillas”, asegura Adrián de Paz, director Técnico y de Calidad del Grupo Casaverde. Aquí la normalidad entra también renovada y adaptada a los protocolos de seguridad.
La residencia está abierta a las visitas desde hace dos semanas en las que, previa cita, se puede visitar a los familiares. Dos semanas en las que se han vivido momentos emocionantes con el reencuentro de los familiares. “El proceso de desescalada en las residencias es más lento que en el resto de la población, pero ya se nota la alegría de las visitas en las que han podido ver a sus familiares y se nota una inyección de energía, que les favorece y les hace mejorar su estado, estaban un poco apáticos y tristes y esto está cambiando”, mantiene De Paz.
Los usuarios de las residencias Casa Verde, con implementación en toda España, ya están retomando actividades. “En pequeños grupos, si se puede en el exterior, se hacen terapias. En algunos casos se han retomado los comedores”, explica el responsable de calidad.
Si la previsión funcionó en marzo, estas residencias se apuntan en junio a la cautela. Pese a alcanzar la nueva normalidad, estas residencias van extender los protocolos de seguridad de la fase 3 para observar la evolución de la pandemia en el exterior. “No terminan la desescalada, nos mantenemos ahí por la seguridad de los usuarios y de los trabajadores”.
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