Cuando el psicólogo Alberto Soler recibe a unos padres en su consulta, siempre les pregunta cómo les gustaría que fuese su niño. Y una palabra aparece siempre en primer o segundo lugar: "Obediente". Sin embargo, nunca oye la misma respuesta cuando les pregunta qué tipo de adultos quieren que sea. "Ahí nunca sale la obediencia. Porque en realidad lo que queremos no es que sean obedientes, sino que nos hagan la vida más fácil. Por eso creemos que hay que pensar menos en fomentar la obediencia y más el pensamiento crítico, su colaboración".
La obediencia es solo una de las etiquetas que Soler y su mujer, la también psicóloga Concepción Roger, quieren ayudar a los padres a desterrar de la educación de sus hijos en Niños sin etiquetas. Ni impacientes, ni malcriados, celosos o miedosos. "Tampoco hay niños buenos o malos. El estereotipo de niño bueno es el niño cómodo para sus padres", reivindica el psicólogo.
No solo las negativas, Soler explica que las etiquetas demasiado positivas también pueden tener un efecto negativo. "Se ha visto en distintos experimentos, cuando a los niños se les pone una etiqueta excesivamente positiva, se crea una expectativa muy alta y eso les produce miedo e inseguridad. Ocurre cuando se les dice, por ejemplo, tú vas a ser Messi, o Nadal. Después si les da la oportunidad de elegir entre una tarea sencilla o desafiante, eligen la fácil para no defraudar. Tienen miedo a no responder, es el síndrome del impostor".
Pero tranquilidad, padres. Que Soler reconoce que "es imposible no calificar a los niños con etiquetas porque forma parte de la manera en a que nos relacionamos, son mecanismos de economía cognitiva de nuestro cerebro". "Las ponemos hasta los psicólogos que escribimos libros, pero sí podemos ser más conscientes de que las usamos e intentar evitarlas cuando podemos hacer daño", añade el psicólogo, que cree que la labor en casa es muy importante aunque no se puedan evitar las que vienen de fuera."Lo que ocurre en casa tiene más fuerza que lo que pasa fuera, y en casa también podemos ayudarles a librarse de las etiquetas que les hayan puesto fuera. Por ejemplo, si se les tilda de impacientes, hacerles ver y valorar cuando son capaces de superar una espera. Así conseguimos un doble objetivo, transmitírselo a él y ser más conscientes como padres".
Claves: distinguir necesidad de capricho
Si hay que intentar evitar la obediencia, poner menos limitaciones y escuchar más a nuestros hijos, los autores de Niños sin etiquetas sitúan una de las claves en saber distinguir cuando los pequeños tienen una necesidad o un capricho. Pero, ¿cómo distinguirlos? "Lo primero es que educar a bebés menores de un año es fácil pero cansado. Lo único que hay que hacer es darle todo lo que pida. Todo necesidades básicas y legítimas. La cosa se empieza a complicar cuando son un poco más mayores, si tienen necesidad de alimento o capricho de un bollo. Y para saberlo hay que ser conscientes de sus necesidades y saber que éstas van más allá de lo que supone comida, techo o salud".
Soler hace un repaso por las necesidades afectivas, de pertenencia, de escucha o de participación, algunas de ellas muy ignoradas en la sociedad. "Esto lo hemos visto con el COVID-19. Los niños han sido los grandes olvidados, han estado más de cinco semanas sin salir de casa, cuando podían hacerlo hasta los animales de compañía. Ahora están ya por abrirse los locales de ocio nocturno y no hay detalles sobre los campamentos de verano".
Psicología popular vs evidencia científica
"La inmensa mayoría de los padres están dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos, el problema es que muchos de los modelos que nos han transmitido sobre la educación no son correctos a la luz de la evidencia científica". Soler se refiere, por ejemplo, al método Estivill para dormir a los niños dejándoles llorar por períodos de tiempo. "Estoy seguro de que los padres no lo hacen porque les guste ver sufrir a sus hijos, pero les han convencido para hacer algo que creen que es lo mejor para sus hijos aunque sufran o vaya en contra de sus principios".
Soler pone otros ejemplos como el del colecho o el de la lactancia materna prolongada:"Según la creencia popular crean niños más dependientes o ansiosos, sin embargo las evidencias científicas nos dicen lo contrario. que son niños con más autoestima y seguridad". Tampoco se incluye Soler en lo que ahora se conoce como crianza con apego o crianza respetuosa. "No nos gustan las etiquetas y estas tampoco. Consideramos que no hay nadie que reparta los carnets de apego o afecto. Lo que decimos proviene de evidencia científica".
Marcados para siempre
Con un método que aboga por el respeto, Soler subraya que la forma en que nos relacionamos con los niños desde su nacimiento a los seis años les marcará de por vida: "Una niña pequeña que sabe que sus padres le quieren mucho, porque se lo dicen, pero que recibe castigos físicos o gritos cuando se porta mal, quizá no lo recuerde de mayor y ni siquiera lo asocie. Pero identificará el cariño al dolor, y es probable que mantenga de adulta esa asociación y sea más propensa a tolerar gritos o incluso un castigo físico de personas que, supuestamente, la quieren. Porque lo aprendió de pequeña. No recordará ni hará la conexión, pero estará en su cerebro", indica el psicólogo.
Y es que los niños, consciente o inconscientemente, lo copian todo de su familia. "Cuando les gritamos, les hablamos mal o les pegamos, les estamos dando un modelo de conducta y transmitiéndoles que es aceptable comportarse así. Muchos padres se dan cuenta de cuánto amenazan o castigan a sus hijos cuando estos empiezan a comportarse igual con sus hermanos, sus amigos o sus muñecos. Y se preguntan, ¿de dónde habrá sacado esta forma de expresarse?"
Por eso Soler concluye que el resumen de su libro está en "tratar a los niños como nos gusta que nos traten a nosotros mismos". Y ofrece un último apunte: "Criticamos la baja tolerancia a la frustración de los niños pequeños cuando el problema es nuestra falta de tolerancia a cómo son los niños, ellos no son adultos. Es muy injusto".
Cuando el psicólogo Alberto Soler recibe a unos padres en su consulta, siempre les pregunta cómo les gustaría que fuese su niño. Y una palabra aparece siempre en primer o segundo lugar: "Obediente". Sin embargo, nunca oye la misma respuesta cuando les pregunta qué tipo de adultos quieren que sea. "Ahí nunca sale la obediencia. Porque en realidad lo que queremos no es que sean obedientes, sino que nos hagan la vida más fácil. Por eso creemos que hay que pensar menos en fomentar la obediencia y más el pensamiento crítico, su colaboración".
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