A sus 75 años, el psicólogo y educador Jaume Funes está más cerca de los adolescentes que la mayoría de los adultos. Lleva 50 años trabajando con ellos y ahora que la pandemia ha puesto sobre la mesa la necesidad de atender la salud mental, teme que volvamos a "enmascarar el problema". El autor de decenas de libros sobre educación y adolescencia publica ahora Cuando la vida nos duele (Grijalbo) en la que apuesta por dejar de "medicalizar la vida por sistema" y que haya "psiquiatras y psicólogos en las aulas y los recreos, que ayuden a los tutores a gestionar las emociones".
PREGUNTA. ¿Seguimos sufriendo como sociedad una ansiedad provocada por la pandemia?
RESPUESTA. La sociedad que ya tenía todos esos problemas, pero la pandemia los saca fuera. El suicidio ya era la primera causa de mortalidad entre adolescentes y jóvenes, la pandemia lo aumenta relativamente pero sobre todo lo hace recordar. La pandemia es una sacudida importante, nos recuerda nuestra concepción humana frágil y nuestros sentimientos.
P. En ese sentido, ¿es un mal que por bien no venga haber sufrido la pandemia para que le prestemos más atención a la salud mental?
Tendemos a querer convertir todos nuestros malestares en enfermedades biológicas que tengan un nombre, un diagnóstico y un fármaco"
R. Sí, si no lo enmascaramos. Tendemos a querer convertir todos nuestros malestares en enfermedades biológicas que tengan un nombre, un diagnóstico y un fármaco. Medicalizamos la vida por sistema, pensamos que solo hay una causa, aunque la mayor parte de estas dificultades tienen muchos factores que influyen y remedios complejos. A menudo podemos necesitar la pastilla, pero también la palabra, la relación… Vidas que sean menos insatisfactorias. Bienvenido sea si se atiende pero hay que hacer otras cosas, no podemos reproducir el modelo que tenemos de atención a la salud mental.
P. En los últimos meses aumenta el consumo de fármacos para ansiedad y la depresión, pero también las demandas porque faltan profesionales de salud mental. ¿A dónde vamos por este camino?
No necesitamos más psicólogos y psiquiatras si se van a quedar en el despacho.
R. Por ese camino vamos a perpetuar el desastre… No necesitamos más psicólogos y psiquiatras si se van a quedar en el despacho. Las personas tenemos derecho a que nos escuchen, sobre todo cuando vivimos una situación difícil vital, relacional o psíquica. Y eso no pasa siempre ni mucho menos por la consulta. Mis colegas deberían tener por lo menos la mitad de su tiempo fuera de la consulta, en los centros, escuelas, espacios donde viven las personas. Y las personas también tienen derecho a que su vida tenga dosis de felicidad, no podemos explotar a alguien y luego darle diazepam [un ansiolítico] para que esté tranquila y feliz. La respuesta no puede ser solo individual, sino colectiva. Y en el caso de los jóvenes hay que ayudarles a encontrar razones para vivir. Los intentos de suicidio vienen porque se les acabaron las razones. Hay que ayudarles a gestionar eso.
P. ¿Quiere decir que debería haber un psiquiatra y un psicólogo en cada instituto?
R. Debería haber psiquiatras y piscólogos que ayuden a los tutores a gestionar las emociones. Que aparezcan en el instituto, en las aulas y en los recreos, que expliquen a los chavales 'por qué nos rayamos', como dirían ellos; que sean personajes conocidos por los adolescentes. Yo he trabajado muchos años en secundaria y los chavales me decían ‘loquero, a dónde vas’… pero teníamos trato. Que ellos sepan que puedes ayudarles. Hacen falta profesores con habilidad para abordar las ‘movidas’ que los alumnos han tenido el fin de semana y profesionales que les ayuden a hacerlo.
P. En tu libro hablas de la diferencia entre malestares y trastornos, ¿cómo saber si lo que tenemos es una cosa u otra?
R. Todos tenemos malestares diversos, que son sensaciones de estar encajados en una horma de zapato que nos viene estrecha. Hay momentos en que la vida nos duele, y ese dolor puede desembocar en problemas como trastornos de alimentación, o a ansiedad, conductas que hagan que la liemos… y la sociedad no facilita mecanismos de canalización. El trastorno es cuando un malestar te inhabilita como persona, en las relaciones sociales o para trabajar. La mayoría de los trastornos son malestares que se han ido complicando, excepto algunos psicosis o esquizofrenia, la mayoría empiezan como malestares.
P. Los adolescentes han sido el foco principal de tu carrera. ¿Son unos incomprendidos incluso hasta para los profesionales de la salud mental?
R. Hay un profundo desamor. Los adolescentes encajan poco en nuestras formas de atención. Queremos niños y adultos que hagan los que les digamos. El adolescente es un mal paciente porque no nos aguanta pacientemente a nosotros; es un personaje variable, cambiante, que no vendrá a la consulta, no vendrá con hora. No es sencillo escucharlos, pero sí que podemos hacer con ellos psicoterapia de café, tenemos que dejar nuestras prevenciones antes de tiempo y no pretender reconducirlos. Si hubiera más escucha, habría más entendimiento.
P. ¿Quizás el resto de la sociedad necesitaría educación o terapia para aprender a tratar a los adolescentes?
Vivimos en una sociedad en la que la libertad tiene nombre de cerveza y pretendemos que no los adolescentes no beban hasta los 18 años.
R. Como mínimo debería tener un poco de memoria, porque todos los adultos hemos tenido adolescencia. Es que los adolescentes nos mueven la silla, nos descubren que somos una colección de hipócritas incoherentes, que nos hemos montado la vida como podemos y que nos aguantamos sobre andamios que a veces caen. También hay que tener en cuenta que los adolescentes son una masa enorme del mercado de consumo, son productos de marketing a los cuales vendemos lo que haga falta. No deberíamos venderles necesidades falsas, productos que no necesitan. Por último habría que entender también que con los adolescentes no vale la ley y el orden. Habría que saber que los padres que dicen 'yo no quiero que a mi hijo le enseñen en la escuela a dar abrazos', lo que está diciendo es que 'yo quiero que a mi hijo lo eduque el porno', porque si nadie le ayuda a descubrir el placer de la sexualidad o qué significa tener una pareja con derecho a roce. No podemos poner un guardia civil detrás de los adolescentes, hay que educar. Vivimos en una sociedad en la que la libertad tiene nombre de cerveza y pretendemos que no los adolescentes no beban hasta los 18 años.
P. ¿Se parecen en algo los adolescentes de hoy a los de hace 30 años? ¿Son ahora peores como algunos dicen?
La sociedad ha convertido a los adolescentes en el paradigma de la sociedad egoísta
R. Yo tengo 75 años y llevo toda mi vida con adolescentes. Lo que sé es que si la sociedad cambia no puedo seguir con las mismas reglas. Yo empecé a trabajar en los setenta con chavales que venían a clase con la escopeta recortada y la libreta rubio. No son peores o mejores, en cada momento hubo su reto. Pero la sociedad cada día necesita un manual de instrucciones con más páginas y los adultos nos acojonamos. Los adolescentes de ahora son mejores porque saben más, tienen más posibilidades de acceder al conocimiento, saben moverse por un mundo muchísimo más amplio que los de antes, que podían como máximo escribir una carta. Los de hoy tienen una red de 30.000 amigos. Lo peor, lo complejo, quizás no es tanto suyo como nuestro, en una sociedad tan individualista se construyen en un egoísmo consumista brutal. Aquí la sociedad los ha convertido en el paradigma de la sociedad egoísta. Así que en otras épocas quizás han sido más solidarios, pero probablemente porque no les quedaba más remedio, porque buena parte de la felicidad la construían juntos. Ahí yo creo que hemos perdido bastante y un reto es cómo educarles en esa necesidad del otro.
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