En los últimos 40 años, el número de niños y adolescentes obesos se ha multiplicado por 10. De hecho, el 40% de los niños tiene sobrepeso u obesidad y uno de cada cuatro tiene obesidad abdominal. Nadie duda ya en hablar de epidemia. Un problema de salud pública que empieza en la infancia y que la publicidad está alimentando, tal como concluye un estudio que se acaba de publicar en Nutrients y que han realizado tres investigadoras españolas de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) y la Pompeu Fabra.
Para evaluar el papel de la publicidad en relación a la alimentación de los niños, la investigación siguió durante tres años los anuncios emitidos en la franja horaria más vista por los niños de cuatro a 12 años. Se tuvo en cuenta el horario más visto y no el protegido según el Código de Autorregulación PAOS de publicidad infantil, "por eso no se cumple el código PAOS, porque el gran consumo infantil de publicidad se produce fuera del horario protegido", indica Mireia Montaña, una de las autoras del informe.
Horario protegido de lunes a viernes | De 8:00 a 9:00 y de 17:00 a 20:00 |
Horario protegido de sábados y domingos | De 9:00 a 12:00 |
Las investigadoras analizaron los productos alimenticios que se anunciaban (las 100 campañas más vistas de cada año) y los clasificaron según el índice Nutriscore que evalúa la calidad nutricional de los alimentos.
Durante los tres años analizados, la proporción por tipo de productos no varió demasiado y los productos más sanos - luz verde del semáforo - fueron los menos anunciados. La mayoría de los anuncios más vistos por los pequeños son de productos ultraprocesados y/o insanos.
El siguiente paso de la investigación fue analizar el léxico utilizado en los anuncios para averiguar a qué apelaban a través de sus campos semánticos. "Así hemos podido conocer qué tipo de discurso se utiliza en la presentación de los productos de alimentación, y también qué relación se establece entre la descripción del producto alimentario por parte del anunciante y la calidad nutricional intrínseca de dicho alimento", explica Montaña.
Y ahí los resultados fueron muy significativos. "A menor valor nutricional de los productos anunciados, mayor es la presencia de unidades léxicas y, en general, de palabras que transmiten ideas relacionadas con experiencias positivas", añade la investigadora. Diversión, felicidad, aventura o éxito fueron los mensajes transmitidos a los niños con el objetivo de "alentar a los niños, uno de los colectivos más vulnerables, a consumir estos productos alimentarios, ofreciéndoles emociones y experiencias positivas".
Emotional eating
Para Montaña, es "particularmente alarmante la relación que se establece entre comida y emociones" y que se conoce como emotional eating. "Varios estudios han relacionado el consumo de alimentos de bajo valor nutricional con un estado de ánimo personal bajo", explica la investigadora, que explica que el concepto se refiere a aquellas personas que buscan compensar sus necesidades emocionales a través de la ingesta de alimentos, sobre todo aquellos ricos en energía pero con niveles nutricionales muy bajos.
También se ha demostrado que la publicidad de productos hedónicos, aquellos que comerías por placer pero sin hambre como chocolate o patatas fritas, puede modificar el comportamiento de algunas personas, causando alteraciones alimentarias, como el trastorno por atracón", concluye.
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