Tras más de dos décadas trabajando en la industria alimentaria, el francés Christophe Brusset decidió denunciar las malas prácticas que, asegura, había estado observando durante años en su trabajo. El detonante fue el horsegate: “Mi primer libro se publicó en 2015 como reacción al escándalo de la carne de caballo en lugar de ternera en lasañas congeladas. Quería dar testimonio de las malas prácticas que había presenciado en toda mi carrera mientras trabajaba para varias empresas poco éticas”, explica Brusset a El Independiente.
Aquel primer libro, llamado ¡Cómo puedes comer eso! denunciaba prácticas poco éticas – aunque sin señalar a compañías concretas – y le hizo abandonar el que llama el “lado oscuro” del negocio. “Si abandoné fue para defender el interés de los consumidores”, asegura en su libro, donde explica “por qué la comida industrial ultraprocesada que contribuí a fabricar durante tantos años debería prohibirse sin contemplaciones”.
Tras aquellas denuncias, el directivo – ahora afincado en Viena donde trabaja con productos nutricionales para ganado en una empresa “muy seria y responsable” – publica Y ahora ¿qué comemos? (Península) en el que vuelve a denunciar prácticas de la industria y orienta al lector hacia una compra más saludable.
Brusset asegura que, pese a la legislación existente en materia de aditivos o pesticidas, las compañías siguen vendiendo productos tóxicos. “En la industria alimentaria, casi 350 aditivos y 400 auxiliares tecnológicos, que no tienen que declarar en la lista de ingredientes, están legalmente permitidos. Todos estos productos no son alimentos, principalmente productos químicos, y no son saludables. Por ejemplo, se puede comer aluminio, considerado neurotóxico desde los años setenta, ya que el sulfato de aluminio (E520) se puede utilizar como espesante”, afirma el autor, que detalla en el libro que este tóxico se relaciona con una menor fertilidad masculina y enfermedades como el alzhéimer, la esclerosis múltiple o la enfermedad de Crohn.
“Hay muchos aditivos tóxicos escondidos en nuestra comida. Por ejemplo, el nitrato y el nitrito, utilizados para embutidos, pueden causar cáncer, así como el disolvente orgánico como el hexano que se usa en la extracción de aceite. Los edulcorantes artificiales como el aspartamo pueden provocar diabetes, los espesantes como las encías de celulosa y sus derivados pueden provocar inflamaciones intestinales”, asegura el autor de Y ahora, ¿qué comemos?
Brusset afirma que las grandes corporaciones presionan a los Estados y utilizan marketing engañoso para colocar sus productos. “Considero a los consumidores víctimas de un sistema pernicioso. Las corporaciones multinacionales gastan miles de millones para corromper e influir en quienes toman decisiones e influyen. Le lavan el cerebro a la gente con publicidad e información falsa. El resultado es que las leyes no protegen a los ciudadanos y la información no es honesta e independiente”.
Además, apunta que las reglas son diferentes según los territorios: “Algunos aditivos pueden considerarse seguros y permitidos en un país y considerados peligrosos y prohibidos en otro. Por ejemplo, el tratamiento de la carne con cloro está permitido en Estados Unidos y prohibido en Europa”.
El autor también carga contra los “campos de concentración” en que se han convertido las granjas y teme por advierte contra la llegada de carnes artificiales. “Ten presente que en el universo in vitro, todo es posible” y habla del “bueytun” (buey y atún) o el “pocercán” (pollo, cerdo y cangrejo). Y recuerda una película francesa de 1976 Muslo o pechuga que denunciaba los excesos de la comida industrial: “Se queda corta comparada con lo que parece urdir la industria alimentaria, algo mucho peor, menos natural”.
En este contexto, para Brusset, “la industria agroalimentaria vive de maravilla gracias al sistema actual y, como las tabacaleras en su momento, se opone con unas y dientes a cualquier cambio legislativo”, recoge en su libro.
En este negro panorama que dibuja el francés, aún queda algún lugar para la esperanza. “Soy optimista por naturaleza y he visto una evolución muy positiva desde 2015. Cada vez más ciudadanos sencillos quieren comer alimentos seguros y de buena calidad. Las nuevas asociaciones de consumidores como Foodwatch y aplicaciones de Internet como Yuka están obligando a la industria alimentaria a proponer productos más saludables y éticos”.
También ve una oportunidad Brusset en la crisis del coronavirus. “Es una crisis terrible sin duda, pero muchas personas están descubriendo que cocinar ellos mismos no es tan difícil, no requiere tanto tiempo y permite un mejor control de lo que comemos. Cuando cocinamos no añadimos productos químicos, ingredientes de baja calidad, ni demasiada azúcar, grasa y sal.
Esperemos que después de la crisis la gente sea selectiva con los restaurantes a los que volverán, ya que no muchos saben que los restaurantes baratos suelen vender comida industrial”, concluye.
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