En las grandes ciudades, un contaminante pasa desapercibido. Mientras se debate sobre número de coches que deberían entrar en los centros urbanos para mantener la calidad del aire, otro aspecto se olvida. El ruido es un grave problema de salud pública, según distintos expertos, del que apenas se ve la punta del iceberg. “En el ruido estamos como hace 30 años en la calidad del aire. No hay concienciación, no preocupa demasiado”, afirma César Asensio, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) especializado en contaminación acústica.
En la punta del iceberg se sitúa el ruido que molesta. Pero hay otro que en la mayoría de los casos pasa desapercibido, que no se nota pero perjudica gravemente la salud. “Los estudios nos dicen que el impacto en la mortalidad de la contaminación acústica en la mortalidad es al menos como el de la contaminación química del aire, es brutal pero aún pasa desapercibida. Y contamos con pocos estudios”, afirma Julio Díaz, jefe de Epidemiología y Bioestadística del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII).
Díaz es responsable de una de las pocas investigaciones en España que relaciona directamente la presencia de ruido con el aumento de la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, respiratorias, neurológicas o el nacimiento de bebés prematuros y con bajo peso. “En nuestras investigaciones hemos visto un aumento directo de la mortalidad en mayores de 65 años en enfermedades respiratorias y cardiovasculares comparable al de la contaminación química”. Su equipo de investigación también ha relacionado el ruido en la capital con el aumento de ingresos por diabetes, alzhéimer, parkinson o esclerosis múltiple y el nacimiento de bebés prematuros y con bajo peso.
No solo este estudio madrileño, la OMS también califica el ruido como una “amenaza infravalorada” con efectos no sólo en la alteración del sueño sino en problemas cardiovasculares, empeoramiento del trabajo o el rendimiento escolar de los niños, estrés, problemas respiratorios y otros efectos tanto a corto como a largo plazo. Para este organismo, el ruido es la mayor causa de enfermedad en Europa Occidental, solo por detrás de la contaminación del aire por partículas finas (PM2.5).
Cómo actúa el ruido sobre el organismo
El investigador del ISCIII explica que “el cuerpo recibe la contaminación acústica como una agresión. Y cuando el cuerpo se siente atacado, busca la forma de repelerlo. El cerebro envía un montón de señales, produce sustancias en sangre para hacer frente a una agresión que realmente no es tal”.
Estas respuestas son, por ejemplo, la segregación de adrenalina. “El cuerpo trata de llevar más oxígeno a los músculos con la producción de adrenalina, que aumenta el ritmo cardíaco y la presión arterial y que explica el aumento de problemas cardiovasculares”, indica Díaz. Otra de las formas en que el cuerpo reacciona es a través de la producción de glucosa: “Es otra forma de responder a una agresión, azúcar para quemar pero realmente la agresión no es física. Eso explica el aumento de la obesidad y la diabetes”.
Otra hormona, el cortisol, también se genera frente al ruido: “Y está demostrado que altos niveles de cortisol bajan el sistema inmunológico. Esto otro explicaría que a niveles elevados del ruido se disparen las infecciones o las enfermedades respiratorias. Además, cada vez está más relacionado el ruido con afectación del sistema autónomo nervioso y a nivel cerebral”.
Esa respuesta al ruido no genera directamente enfermedades, indica el investigador del ISCIII, pero sí las empeora. “La contaminación acústica no es la responsable de que surja el parkinson o la esclerosis múltiple, pero sí del aumento de los brotes”.
Otra investigación de esta misma semana, procedente del instituto catalán ISGlobal y la Universidad de Boston, ha concluido que la exposición a ruido elevado de tráfico aumenta un 30% el riesgo de sufrir un ictus más grave. El estudio, que siguió a 3.000 pacientes atendidos en el Hospital del Mar de Barcelona entre 2005 y 2014, reveló que residir en zonas más verdes se asociaba, a su vez, con ictus más leves.
El tráfico, responsable de un 80% del ruido en las ciudades
Si la contaminación acústica se ignora, dicen los expertos, “es porque no es percibida por la ciudadanía, que no se queja”, apunta Díaz. Porque aunque se considera que el ruido es el generador de alrededor del 80% del ruido de una ciudad, genera únicamente el 8% de las quejas, según un estudio de La Caixa de 2003.
“La población suele quejarse del ruido nocturno, porque esta contaminación solo se percibe cuando molesta. Pero sin embargo, el efecto del ruido en el cuerpo llega mucho antes”, explica Asensio, “de noche, el ruido puede no despertar pero sí estar alterando la fase del sueño, porque el organismo sí percibe el ruido. Y eso provoca trastornos para la salud”.
A ese ruido que no molesta pero sí afecta está expuesto, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, uno de cada cuatro europeos. 125 millones de personas de las que ocho millones sufren alteración del sueño. Este organismo cifra en 43.000 las hospitalizaciones anuales causadas por el ruido y 10.000 las muertes.
Aunque en esos datos fijados por Europa se incluyen básicamente el efecto del ruido del transporte y la industria, habría que sumar el sonido del ocio, un problema que en España es mayor que en otros países por factores como el turismo y el clima. “La UE controla el ruido a través de los mapas de ruido que han de hacer las ciudades con más de 100.000 habitantes cada cinco años. Pero la mayoría no reporta datos de ocio. Eso suele estar en manos de los ayuntamientos que quieran hacerlo, pero no está sistematizado”, afirma Asensio.
Niveles perjudiciales para la salud
Precisamente una de las novedades de la última guía de la OMS sobre ruido, de octubre de 2018, fue que el organismo estableció algunos indicadores diferentes según la fuente de ruido. Pero a grandes rasgos, la OMS considera que la presión sonora diurna a partir de la cual hay perjuicio para la salud está en torno a los 55 decibelios durante el día y 45 por la noche.
“Esos límites son inalcanzables en España”, reconoce Asensio, que explica que el Ministerio de Medio Ambiente fijó en cinco decibelios más los límites, algo que para el tráfico supone tanto como “doblar el tráfico permitido”. Además, explica el investigador, “esos requisitos se establecen para zonas nuevas, en las ya establecidas los objetivos son aún más laxos".
Esos niveles son apenas “un compromiso”, dice Asensio, que sin embargo no cumplen aún todas las ciudades. El investigador de la Universidad Politécnica de Madrid asegura que “las ciudades de más de 100.000 habitantes están, desde 2007, obligadas a entregar un plan de ruido cada cinco años. Pero algunas se han saltado directamente alguna de las entregas o Madrid entregó el último plan con un año de retraso”. Un déficit en las actuaciones que los expertos achacan a la falta de concienciación.
La batalla contra el ruido, una lucha a largo plazo
La falta de mediciones y de concienciación sobre el problema de la contaminación acústica dificulta el abordaje del problema. En este sentido, Asensio muestra cierto pesimismo: “Reducir el tráfico a la mitad conseguiría tan solo reducir en tres decibelios el ruido, por lo que el efecto de dicho esfuerzo tendría un resultado muy limitado. Por eso, porque los efectos son limitados, es importante actuar desde ya y sobre todo tenerlo en cuenta a la hora de diseñar nuevos espacios, porque solucionar los problemas ya existentes es muy complicado”.
Algunos pasos ya se han dado, especialmente en temas como el ruido de aeropuertos, desde hace tres décadas. “Hace 25 años los pisos se construían a 10 metros de la vía del tren. Yo hacía informes de lugares que situaba en la huella sonora del Aeropuerto de Barajas y donde no se podía construir, y luego veía pisos ahí”, recuerda el investigador, que cree que “al menos eso hoy no sería posible”.
Díaz cree, por otro lado, que los ciudadanos tienen una oportunidad “de aislarse con mejores ventanas o alejarse del ruido, si están bien informados. Por ejemplo, si se conoce que la contaminación acústica empeora el parkinson, los pacientes de esta enfermedad que vivan en una residencia podrían situarse en las habitaciones interiores. Pero hay que tener la información y el conocimiento”, puntualiza.
En este sentido, ambos investigadores coinciden en la necesidad de la educación ambiental como la mejor arma para luchar contra esta contaminación. “Porque tiene que ser una acción conjunta. Las personas y las instituciones tienen que preocuparse y así también lo hará la industria. Los aviones han bajado el ruido que emiten en 40 decibelios en las últimas décadas, una barbaridad, gracias a que la población que vivía en esas zonas se ha movilizado”, concluye el investigador.
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