La potabilización del agua marcó en el siglo XIX un antes y un después para la salud pública y sigue siendo, junto con las vacunas o el alcantarillado, uno de los mayores avances en la prevención de enfermedades. Sin embargo, aparte de sus beneficios, el proceso de desinfección del agua en las ciudades tiene un efecto negativo: la formación de trihalometanos (THM), consecuencia de la interacción del cloro con la materia orgánica del agua, y a los que se considera causa de una parte de los cánceres de vejiga. En concreto, una investigación del ISGlobal que se publica en Environmental Health Perspectives, concluye que el 5% de los tumores de vejiga en Europa se pueden atribuir a los THM, menos de la mitad que en España, donde la cifra llega al 10,9%.
Los trihalometanos son en realidad cuatro compuestos (cloroformo, bromodiclorometano, dibromoclorometano y bromoformo) volátiles que están presentes en el agua y con los que las personas entran en contacto tanto al beber el agua como de forma dérmica o inhalada, al fregar o ducharse, por ejemplo. “En España, tenemos la circunstancia de la escasez de agua, que hace que a diferencia de otros países europeos la calidad de agua de partida sea inferior a otros países como los del norte de Europa y el agua contenga más THM", afirma Cristina M. Villanueva, primera autora del estudio e investigadora de ISGlobal, entidad promovida por LaCaixa.
Este nuevo estudio ha analizado los datos de 26 países de la Unión Europea y ha concluido que aunque todos se encuentran dentro de los límites máximos permitidos, hay grandes diferencias desde una presencia casi inexistente en Dinamarca, Alemania u Holanda a los 66 microgramos por litro de Chipre, los 47 de Irlanda o los 28,8 de España. "España mantiene unos niveles razonables y ha hecho un esfuerzo en los últimos años desde que entró en vigor la directiva europea", incide Villanueva.
Las tasas máximas permitidas son muy diferentes entre países, ya que mientras el límite en Dinamarca está en 25 microgramos, Italia lo sitúa en 30 y Alemania en 50. España lo mantiene en 100, al igual que muchos otros Estados como Portugal, Reino Unido, Suecia o Chipre. "La directiva europea establece los mínimos y cada país es libre de ser más exigente", afirma Joan Ramón Villalbí, presidente de la Sociedad Española de Salud Pública, "España mantiene unos niveles reales muy por debajo del máximo permitido, aunque es probable que en el futuro se plantee rebajar esos máximos legales". El investigador cuestiona la comparación entre países, no obstante, por la variabilidad de los datos aportados, aunque "no en las conclusiones del estudio".
Antes de 1998, cuando se aprobó la Directiva Europea de Aguas de Consumo, en España no había regulación sobre los trihalometanos. "España se retrasó mucho en la adaptación por las circunstancias de partida. No lo hizo hasta 2003 y luego se adaptó progresivamente. Hasta 2008 se utilizó el máximo permitido de 150 microgramos por litro y a partir de 2009, de 100. Durante esos años se invirtió mucho en infraestructuras y empezaron a mejorar las tasas, especialmente en la cuenca mediterránea, donde la sequía hacía que la situación fuera peor", afirma Villalbí.
La relación entre trihalometanos y cáncer
Para establecer el número de casos de cáncer de vejiga atribuibles a los THM, el estudio cruzó los datos de los países con sus tasas de cáncer de vejiga y estimó un total de 6.561 casos anuales, de los que España aportaba 1.482, el 22% de los casos y más que ningún otro país. "En España se da en general una de las tasas más elevadas de cáncer de vejiga, que se atribuye en gran medida al tabaco", advierte Villanueva. Villabí coincide y añade que muchos casos de cáncer de vejiga "se relacionaban hace años con actividades profesionales".
Lo cierto es que estas elevadas tasas de cáncer en España hay que contextualizarlas con que "los casos atribuibles ahora están relacionados con la exposición desde hace 20 años", afirma Villalbí, "ya que la relación se establece a largo plazo. Lo lógico es que con la reducción de los niveles en los últimos 15 años y que se van sucediendo, la tasa vaya reduciéndose".
Tanto Villanueva con Villalbí subrayan que estas conclusiones no deben desincentivar a la población a beber agua del grifo, medida que ni siquiera reduciría la exposición. "Más de la mitad de la exposición doméstica es inhalada o dérmica y se produce en las duchas o la cocina. Los cambios no son posibles tanto a nivel personal sino de forma global, a través de la evolución en el tratamiento del agua", explica la investigadora de ISGlobal.
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