Lo que ha ocurrido este lunes en las bolsas europeas conduce al pesimismo más absoluto, pues permite apreciar que todo está construido sobre un terreno lodoso y cualquier suceso impredecible podría provocar un hundimiento. No se observaba una caída de dimensiones similares en el Ibex-35 desde el día después al referéndum del Brexit. Aquello fue consecuencia de un acontecimiento político, lo que resulta más fácil de deglutir. En esta ocasión, el responsable ha sido un ser microscópico que ha desatado el pánico entre los inversores y entre la población mundial en general. Hace falta muy poco para que los ciudadanos pierdan la calma y la confianza.
Una de las verdades que más cuesta asimilar es que el azar juega un papel mucho más determinante en la vida de los hombres que sus propias acciones. Perseguir las metas con ahínco es lo suyo, pero conviene tener claro que todo se puede venir abajo con una mala mano en una partida de cartas.
Uno puede morir el día antes de su boda por fortuna o por desgracia; como también es posible que prepare durante meses un examen de oposición y no pueda acudir porque el tren en el que se desplaza queda atrapado en mitad de un túnel. La fatalidad tiende a ser inoportuna y alterar guiones que se habían trazado con una lógica aplastante y un final coherente. El coronavirus podía haber llegado a Venecia en el frío y anodino enero, pero lo hizo en carnaval. Porque, vaya por Dios, era la ocasión más inconveniente.
Más leña al fuego
A las economías mundiales, esta infección les ha pillado con las defensas bajas, debilitadas por la guerra comercial y por la pérdida de esplendor de algunos países emergentes. Desde hace meses que las principales instituciones internacionales vaticinaban que el crecimiento de China se ralentizaría en los próximos meses y todo parece indicar que la tendencia se acentuará como consecuencia de la expansión de este microbio. Italia lleva varios días semi-paralizada por un brote y eso ha provocado pavor este lunes en las bolsas europeas. El Ibex 35 perdía el 4,07% y valores relacionados con el turismo o con el país transalpino, como Amadeus, IAG, Meliá y Mediaset se desplomaban.
Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aconsejaba a los países que se prepararan para una pandemia, pues es una de las posibilidades que se presenta en el horizonte pese a que, por el momento, “no se ha presenciando la propagación mundial incontenible de este virus, y no estamos presenciando una enfermedad grave o muertes a gran escala".
En Italia, las personas que han fallecido por el coronavirus tenían entre 62 y 88 años. La más joven de ellas, con varias enfermedades crónicas a sus espaldas, según informaban las agencias. La infección parece acotada en la medida de lo posible en China y la tasa de fallecimientos no hace prever que sea una patolología apocalíptica. Sin embargo, el norte del país transalpino está paralizado, las mascarillas se han vendido en millares, los desinfectantes se han disparado de precio y se recomienda que los ciudadanos restrinjan su exposición a los espacios abiertos. Todo parece demasiado desproporcionado y alarmista. Y, desde luego, algunos medios no ayudan especialmente a disipar esa sensación de caos inminente.
Aun así, no deja de ser llamativo que una amenaza microbiana provoque la pérdida de miles de millones de euros en tan sólo unas horas. Desde luego, causa una sensación de desazón similar a la del crío que invierte su mañana en construir un castillo de arena que una ola, una patada o un manotazo derriban en un segundo.
Quizá el desarrollo y la concordia nos hicieron tener una falsa sensación de solidez, pero, en realidad, todo lo que hemos edificado es demasiado vulnerable ante lo inesperado. Aunque sea imperceptible a la vista, como un mero microbio.
Lo que ha ocurrido este lunes en las bolsas europeas conduce al pesimismo más absoluto, pues permite apreciar que todo está construido sobre un terreno lodoso y cualquier suceso impredecible podría provocar un hundimiento. No se observaba una caída de dimensiones similares en el Ibex-35 desde el día después al referéndum del Brexit. Aquello fue consecuencia de un acontecimiento político, lo que resulta más fácil de deglutir. En esta ocasión, el responsable ha sido un ser microscópico que ha desatado el pánico entre los inversores y entre la población mundial en general. Hace falta muy poco para que los ciudadanos pierdan la calma y la confianza.
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