Cuando se cumplen tres meses de que China diera a conocer los primeros casos de infección, el nuevo coronavirus es ya una epidemia global. Este viernes, los contagios en todo el mundo eran más de 100.000 y los muertos, más de 3.400. La globalización ha sido la responsable de la velocidad a la que se ha expandido el virus, pero también lo es de la agilidad en la respuesta. El genoma del virus se compartió en apenas 12 días, también se hizo con los test diagnósticos y los laboratorios de todo el mundo se pusieron a trabajar.
De hecho, según informó este martes el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, existen en todo el mundo más de 20 vacunas en desarrollo y los ensayos clínicos ya han comenzado. Sin embargo, su organización calcula que tendrán que pasar entre 12 y 18 meses para que se pueda tener una vacuna disponible.
La expectación respecto a la vacuna es enorme pero, ¿qué ocurrirá cuando llegue? ¿Quiénes se vacunarán o podrán hacerlo? ¿Servirá para entonces de algo?
Aunque con ciertas diferencias, la última gran pandemia global fue la de gripe A (H1N1), que sacudió el mundo en 2009. Aunque la OMS estimó las muertes inicialmente en 18.500, un estudio posterior elaborado por 60 investigadores de 26 países las elevó hasta más de 200.000. En aquel momento la vista también se puso en la vacuna, que al tratarse de una cepa de gripe, llegó con gran rapidez. Mientras que los primeros casos se produjeron en abril - a España llegaron en mayo - la vacuna estaba lista en octubre de ese mismo año y las primeras remesas estaban disponibles en noviembre.
A la carrera por la vacuna concurrieron al menos una decena de laboratorios y en España los laboratorios GSK y Novartis participaron en la producción de los fármacos. En paralelo, Europa era el centro de discusión, en el seno de la Comisión Europea, de cómo habría que inmunizar a la población. En aquellas reuniones participaba Ildefonso Hernández Aguado, catedrático de Salud Pública y por entonces director general de Salud Pública: "Durante la alerta, se producía un contacto continuo entre los países de la UE y contábamos con el asesoramiento técnico del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC). Allí se discutía todo lo relacionado a la respuesta europea a la pandemia y por supuesto, también, de las vacunas".
Y la inmunización fue además, objeto de grandes discrepancias. "No había acuerdo. Una corriente de países como Reino Unido, Italia o Alemania querían comprar vacunas para cubrir el 100% de la población, mientras que otros como España no estaban de acuerdo", recuerda Hernández Aguado.
Otro de los que estuvieron en aquellas gestiones fue José Martínez Olmos, especialista en Salud Pública y Medicina Preventiva y secretario general de Sanidad en 2009. Martínez Olmos, que después escribiría Qué pasó con la gripe A, recuerda con qué criterios decidió España sobre las vacunas a adquirir. "Lo hicimos en base a la evidencia científica acerca de la enfermedad que nos proporcionaban los asesores técnicos y se decidió cubrir al total de la población de riesgo. Pedimos al ECDC que en función del conocimiento disponible y la evolución de la enfermedad definiera esos grupos de riesgo", explica. Así, se adquirieron 16 millones de vacunas que cubrían aproximadamente un tercio de la población, que se distribuyeron a las comunidades autónomas en función de la cantidad de colectivos vulnerables.
La mayoría de las vacunas se quedaron en el almacén
Según Martínez Olmos, "se utilizaron alrededor del 25% de las vacunas". Los cálculos de las agencias sanitarias habían previsto una mayor virulencia y, cuando estuvieron disponibles, no toda la población se quiso vacunar. "La evaluación para la adquisición de vacunas se hizo en un estadío inicial de la epidemia. Lo que sucede en estos casos es que se hace un análisis sobre hipótesis y éstas han de ser más realistas o de más daño".
A la "evolución de la enfermedad más benigna de lo que se esperaba", relata Martínez Olmos, se unió "alguna campaña antivacuna". Fue la monja Teresa Forcades la que en 2010 realizó una campaña contra la vacuna. El caso es que tres de cada cuatro vacunas se quedaron en los almacenes, según el ex dirigente. Hernández Aguado corrobora que el hecho de que "ésta se convirtió en una gripe más, su gravedad fue menor de lo que se esperaba al inicio".
La entonces directora general de la OMS, Margaret Chan, reconocía en un discurso en 2010 los fallos en las previsiones: "La capacidad finita de producción de la vacuna y la lentitud del proceso de fabricación redujeron la flexibilidad de la respuesta. Algunos países hicieron grandes encargos antes de que hubiera datos para respaldar objetivamente las previsiones de las necesidades, y en particular del número de dosis. El mundo de la salud pública se enfrentó a muchos problemas de comunicación llenos de dificultades. No previmos que muchas personas decidirían no vacunarse".
Sin embargo, no todos los países estaban igual de preparados que España y esa "evolución benigna" evitó que la gripe se convirtiera "en un verdadero desastre en Europa, no digamos ya en otros países", según Martínez Olmos. Y es que la distribución de vacunas no se hizo, según estos dos expertos, de forma equitativa. "La distribución de las vacunas se hacía según la capacidad de producción de los laboratorios, que era limitada, y países como Polonia por ejemplo no pudieron acceder. España, de hecho, estuvo en conversaciones para ceder parte de las vacunas a estos países que no disponían de ellas".
Por lo que ocurrió entonces, Martínez Olmos cree que, si algo se debe aprender de aquello es "la necesidad de que en esta ocasión la distribución de la vacuna sea equitativa para los países y accesible a todos los grupos de riesgo. Es algo que, si no se ha planteado aún, debe hacerse de forma conjunta en el seno de la Unión Europea", concluye.
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