Las primeras noticias sobre esta enfermedad son de hace apenas cinco meses y ni siquiera fue bautizada oficialmente hasta mediados de febrero. Las incógnitas que rodean al COVID-19 son aún tan numerosas como enorme el afán de los profesionales de todo el mundo por encontrar respuestas. En España, el equipo del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid ha sido el primero en empezar a estudiar la enfermedad a través de las lesiones que deja en el cuerpo tras la muerte. El equipo de Anatomía Patológica del centro, dirigido por José Palacios, está realizando las primeras autopsias en España a fallecidos por coronavirus.
"Nunca nos habíamos enfrentado a una autopsia de tan alto riesgo", reconoce el experimentado patólogo, que junto a su equipo ha estudiado siete cadáveres desde el 19 de abril. Hasta esa fecha, distintas causas habían aplazado la realización de necropsias, tanto por las directrices del propio Ministerio de Sanidad, que recomendaban no hacerlas, como por el propio colapso sanitario.
"Al principio de la alerta sanitaria hubo un momento de desbordamiento, Sanidad no prohibió las autopsias pero no las recomendaba. Además, el escenario de ese momento era que no había EPIS [equipos de protección individual] ni siquiera para atender a los pacientes y que las salas de autopsias se tenían que usar como depósito de cadáveres porque había una acumulación de muertes que los hospitales, aquí en Madrid al menos, tenían dificultades para gestionar", relata Palacios. Además, en el Ramón y Cajal está una de las ocho únicas salas de autopsias del país que cumplen los requisitos de seguridad exigidos para el estudio de cadáveres infectados con SARS-CoV-2.
No fue hasta Semana Santa, cuando las UCIS y las Urgencias de los hospitales de Madrid parecían empezar a respirar, que los profesionales del Ramón y Cajal empezaron a plantearse la realización de autopsias. "Los médicos nos hablaron de hacerlas y la situación era ya más favorable. Estuvimos una semana preparándonos, haciendo formación para la puesta de equipos de protección y estableciendo el protocolo para realizarlas", cuenta el patólogo.
Y así fue cómo el domingo 19 de abril, un equipo de seis personas diseccionó el primer cadáver con COVID-19 confirmado [también se había hecho una autopsia en valencia al que resultó ser, tras los análisis, el primer muerto en España de la epidemia]. Tres patólogos, un técnico, un residente y una persona encargada de la comunicación con el exterior siguieron los estrictos procedimientos establecidos para el examen de un cadáver en condiciones de alto riesgo, el doble de personas que para una autopsia habitual. "Era la primera vez que trabajábamos con equipos de protección de tal seguridad y nos hemos tenido que ir adaptando poco a poco. Llevamos un mono integral impermeable debajo del cual la temperatura es muy elevada. Tenemos que ponernos mascarilla, gafas estancas, pantalla facial, doble guante y calzas impermeables. Es entorno al que no estamos habituados, la primera es más difícil y luego vas poco a poco", explica Palacios.
La realización de la autopsia tampoco tiene mucho que ver con las que realizan habitualmente. Como explica el jefe del Servicio de Anatomía Patológica del centro, parte del equipo trabaja con el cadáver en lo que denominan "área sucia", realizando la recogida de muestras. Separados por una línea roja, otro técnico se sitúa en el área limpia. Al finalizar, todos realizan una primera limpieza y desinfección de la sala.
El proceso de la autopsia dura alrededor de una hora, pero a ello hay que sumarle más de media hora antes y después. "Al inicio hay que organizarse y ponerse los equipos de protección. Al terminar, el proceso de retirada del EPI es largo y está supervisado por un compañero que va dictando los pasos y revisando que se hace bien", indica Palacios, que incide en los cuidados con los que se trabaja en un momento que recuerda a aquél en que se cree que se infectó Teresa Romero, la enfermera y primera contagiada de ébola en España mientras cuidaba a dos religiosos paciente que habían llegado de El Congo con la enfermedad.
Otra de las fórmulas que este hospital ha establecido para tratar de minimizar el riesgo de contagio es la forma misma en que se realiza la autopsia. "Normalmente hacemos una visceración del cadáver, es decir, extraemos los órganos para trabajar sobre ellos. En estas sin embargo trabajamos dentro del mismo cuerpo para extraer las muestras y evitar procesos al sacar los órganos, como los pulmones, que podrían generar aerosoles". Toda la precaución es necesaria en momentos de tanta incertidumbre.
Una enfermedad eminentemente pulmonar
Aunque se está hablando mucho de los efectos del COVID-19 en otros órganos más allá de los pulmones - el corazón o el hígado, e incluso el cerebro -, Palacios considera a la luz de sus primeros resultados que "el órgano diana de esta enfermedad es el pulmón, otra cosa es que además la infección desencadene una reacción inflamatoria potente, que haya un daño endotelial… pero ocurre como en cualquier enfermedad infecciosa viral, tiende a afectar a más de un órgano pero el principal es el pulmón".
Por eso Palacios desestima algunas noticias que se han producido y que hablan del COVID-19 como una enfermedad cardíaca o incluso hematológica: "La evidencia que hay es muy poca, ahora se ha publicado un estudio sobre 35 cadáveres en Italia y en todos había daño principalmente pulmonar. Todo el mundo quiere descubrir la pólvora pero ya está descubierta. Esta enfermedad es muy similar al SARS (síndrome agudo respiratorio severo) y afecta fundamentalmente al sistema respiratorio, otra cosa es que después pueda haber una repercusión multiorgánica. No hay que olvidar que la gente ha entrado en la UCI por problemas respiratorios, otra cosa es que haya algún caso puntual distinto".
El patólogo reconoce, no obstante, la limitación de los conocimientos disponibles y confía en que las certezas se irán ampliando con la realización de más autopsias en las próximas semanas y meses.
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