La ciencia está volcada en dar con una vacuna contra la COVID-19. Según el centro de investigación Policy Cures Research hay 186 vacunas en proyecto en todo el mundo. Una cifra que compone el mayor ejercicio mundial de innovación científica de la historia para hacer frente a una enfermedad y que además se ha puesto en marcha en tiempo récord. De entre todos estos proyectos hay 23 que ya están probándose con humanos.
Los gobiernos y la ciudadanía ya han incorporado a su planificación vital la llegada de la vacuna, algo que esperan ocurra entre finales de 2020 y 2021. Los científicos son más cautelosos aunque hay señales para ser optimistas; tanto la vacuna americana de Moderna, como la china de CanSino Biologics o la europea de la Universidad de Oxford siguen anunciado avances positivos. Pero en ciencia nada es definitivo hasta que se verifica, y el proceso de comprobación de efectividad y seguridad de la vacuna, pese a que se ha acelerado, no se ha concluido.
“En 1988 empecé a trabajar en temas de VIH y en ese momento me dijeron que iba a haber una vacuna en menos de un año, esto ocurrió hace 32 años. Creo que nadie sabe si va a haber una vacuna, mucha gente quiere creer que la vacuna va a llegar y si llega será genial, espero que así sea, pero si no llega tenemos que tener un plan B. Un plan en el que no hay vacuna”, cuenta a El Independiente Andrew Hill investigador de la Universidad de Liverpool.
Hay que prepararse siempre para el peor escenario y tenemos que pensar en un plan B si no hay vacuna"
Jesús Castillo, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), tiene la misma experiencia con el VIH. En 1991 fue a su primer congreso médico. “Allí me decían de la vacuna del VIH que iba a salir ya, era inminente. Y puede que me jubile y no haya vacuna”.
“Yo quiero que haya vacuna, pero tenemos que empezar a mirar hacia los antivirales y a los inmunosupresores para el futuro. Mucha gente está confiada en que vamos a tener una vacuna, pero hay que pensar en otras posibilidades y preguntarnos qué hacemos si no hay vacunas”, asegura Hill.
“Es una pregunta muy importante porque ya hemos visto lo que pasa si no nos preparamos”, asegura Salvador Macip, director del Departamento de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Leicester (Reino Unido). “Hay que prepararse siempre para el peor escenario y tenemos que pensar en un plan B si no hay vacuna. Es verdad que nadie comenta la posibilidad de que no consigamos una vacuna. Yo soy optimista, pero...”.
Tratamientos, la otra esperanza
En un mundo sin vacunas las miradas se vuelven a los tratamientos. Según Policy Cures Research, entre antivirales, antiinflamatorios e inmunosupresores hay 323 drogas en estudio para abordar a la COVID-19, unos para atenuar la enfermedad y otros para prevenir contagio.
Andrew Hill destaca el estudio español EPICOS (Ensayo Clínico para la Prevención de la Infección por Coronavirus en Sanitarios). En él se analiza la truvada, antiviral que se usa contra el VIH. A este estudio ahora se le está dando continuidad en algunos países latinoamericanos. “Si este tipo de tratamientos funciona se puede aplicar también en residencias de ancianos y puede haber otros colectivos como profesores que también podrían poder acceder a tratamientos preventivos. Esto es algo que habrá que tener en cuenta”, mantiene Hill. “Por ejemplo, si en una residencia se produce un caso, le das a los demás residentes estos antivirales para evitar la expansión del virus”.
Si no hay vacuna, el plan B más claro serían los antivirales, pero veo más posible que tengamos una vacuna buena que no que tengamos un antiviral bueno"
Hacia estos tratamientos apunta también Macip, pero con más escepticismo: “Si no hay vacuna el plan B más claro serían los antivirales, pero veo más posible que tengamos una vacuna buena que no que tengamos un antiviral bueno. De momento no tenemos ni un antiviral eficiente para personas infectadas, ni un antiviral bueno que se pueda dar de manera preventiva como en el VIH”, asegura.
Jesus Castillo tampoco lo ve claro: “Para algunas infecciones hay profilaxis post exposición, cuando ha habido un accidente o alguien se ha expuesto sin protección adecuada, se pueden tomar algunas pastillas si reducir la posibilidad de contraer la enfermedad, pero eso no es un realista como medida extendida en el tiempo, porque habría que tomarlo de manera continuada y quizá no te lo tomas el día que te infectas”.
Convivir y morir con el coronavirus
Los escenarios que dibujan los expertos no son puros, porque las soluciones no son perfectas ni concluyentes. “La gente se hace la idea de que la vacuna es una gran solución perfecta, la mayoría de las vacunas son herramientas útiles, pero no siempre son la solución definitiva de las enfermedades. Muchas enfermedades tienen vacuna pero seguimos conviviendo con formas de la enfermedad, como la gripe y la tuberculosis. Este virus, siendo realistas, va a ir circulando en nuestro medio durante años. Tendremos posibilidades de ponernos varias vacunas y en la medida en que haya habido exposición estaremos más protegidos. No sabemos a ciencia cierta si al 100%. Es muy posible que la vacuna dará protección, pero incluso los vacunados van a seguir enfermando, así que habrá que tener precaución en aquellas personas que puedan tener alto riesgo”, mantiene Castillo.
Si no hay vacuna, habrá que buscar la inmunidad de grupo lo más lentamente posible para no saturar el sistema sanitario"
Para Macip, el problema es la persistencia del virus. “España hizo un confinamiento muy bueno pero a la mínima que estamos haciendo una vida normal los casos vuelven otra vez. La única manera sería confiar como en Nueva Zelanda y aislarse del mundo, pero esto sería un desastre económico y muy difícil desde el punto de vista logístico”, mantiene.
El problema de la convivencia con el virus está en los casos graves y mortales. “La estrategia de permitir que se alcance de manera natural la inmunidad de grupo tiene un alto precio, si necesitas entre el 70% y el 80% de la población con anticuerpos y la mortalidad es de un 1%”, afirma el investigador.
Un cálculo rápido, asumiendo que ya tenemos un 5% de inmunidad en la población Europea y necesitamos un 65% más (462 millones de habitantes más con anticuerpos), con una tasa del 1% el precio sería de cuatro millones de europeos muertos. El mismo cálculo en España supondrían 318.500 muertos a sumar a la mortandad ya registrada.
“Si no hay vacuna, habrá que buscar la inmunidad de grupo lo más lentamente posible para no saturar el sistema sanitario. Si realmente no hay alternativa habrá que ir tirando, intentar que los brotes no sean muy grandes e ir consiguiendo inmunidad de grupo con el tiempo, lo que podría llevar entre 5 y 10 años. En medio se habrán muerto millones de personas”. Un escenario que nos condenaría a la nueva normalidad ya que habría que seguir “evitando los contagios masivos para no saturar al sistema y que se muera la gente por falta de atención”. ¿Estamos en el plan B?, le preguntamos. “Sí, el B o C. El A es la vacuna, el B sería un antiviral y un C sería lo que estamos haciendo”, afirma.
Un escenario muy realista es en el que todos vamos a acabar pasando la enfermedad de una forma o de otra"
Para Castillo hasta ahora todo ha estado “muy orientado a contener, a sacar de la circulación al virus y a creer que no vamos a pasar la infección, pero yo creo que un escenario muy realista es en el que todos vamos a acabar pasando la enfermedad de una forma o de otra. Quizá para algunas cosas el ir dosificando puede ser bueno. El virus de la gripe A ha causado oleadas y desde 2009 puede ser que ya la mitad de la población española tenga anticuerpos, algunos vacunados y otros no. Puede que con el coronavirus pasemos una situación parecida”, mantiene el inmunólogo.
En este sentido, según Castillo, la mascarilla ha venido para quedarse. “Viendo un poco cómo son los posibles escenarios igual tenemos que seguir usándolas siempre o, de momento, por un tiempo indefinido”.
La buena noticia de nuestra convivencia con el SARS-CoV2 es, según Castillo, que somos rápidos aprendiendo y que esta primera ola de coronavirus nos ha hecho más fuertes. "El manejo clínico ha mejorado mucho, hemos aprendido mucho en estos meses, antes nos sabíamos nada y, poco a poco, vamos aprendiendo. Además, hay que destacar que la inmunidad se ha producido, sobre todo, en poblaciones importantes como los sanitarios y las residencias de ancianos, personas con mucha actividad social, esto contribuirá a que la expansiones del futuro sean más atenuadas", asegura.
La medicina social: los ciudadanos y los gobiernos
Pero la ciencia no es la única arma en la que tenemos que pensar. La responsabilidad social y la inversión en Salud pública no se pueden descuidar. Julia González Alonso, especialista en medicina preventiva y salud pública que ha participado en la elaboración del informe Preparación del sistema de salud español ante criris de Salud Pública -en el que se analizan las necesidades del sistema de sanidad español valorando lo que hemos vivido y sacando conclusiones para futuras epidemias-, cree que sin vacuna lo importante es la participación de la gente.
“Si no hay vacuna, ¿cómo tenemos que comportarnos? Pues rompiendo la cadena de transmisión y con involucración ciudadana, la gente debe identificar en cualquier momento la sintomatología, asilarse y avisar con quién se ha estado”, asegura. “ Uno de los elementos clave es la comunicación. La sociedad participa siempre que lo entienda, en el tema del tabaco funcionó muy bien. La gente colabora si le explicas bien la situación, la comunicación es fundamental”.
A la luz de la subida de nuevos casos Salvador Macip apunta a la responsabilidad de las autoridades. “Estamos viendo que hay déficit en el control de la pandemia, la muestra es lo que está pasando en Cataluña se está perdiendo el rastreo de casos. Si no se hace, no sirve de nada que la gente siga las normas si cuando hay un brote las autoridades no lo siguen. Da mucho miedo los brotes en el área metropolitana de Barcelona”, mantiene el científico.
Un “cortafuegos” de infección controlada
Igual que los incendios se controlan con otros incendios para cortar su expansión, la posibilidad de infectar a grupos de personas para avanzar en la inmunidad de grupo se presenta como una opción, aunque de difícil aplicación.
“Hace unos años cuando en una casa con varios niños llegaba la varicela los padres aprovechaban para que los hermanos la pasaran a la vez, eso es a pequeña escala una decisión similar. Ahora hay vacuna y nos agobiamos mucho cuando sabemos que un niño pasa la varicela, pero en aquellos tiempos la decisión se tomaba así y con el sarampión pasaba algo parecido había quien decía que había que evitarlo y hay otros que decían que cuanto antes se pasará mejor”, explica Castillo.
Para Salvador Macip esta infección controlada masiva no se ha hecho nunca, “pero se puede hacer, si sabemos que las personas con tal marcador genético van a ser casos graves, se podrían aislar mientras se inocula el virus a los demás, pero no tenemos las herramientas para poder hacer eso”. Nuestro desconocimiento de la enfermedad es el gran problema. “No sabemos quién va a morir y quién no. Porque podríamos pensar, vamos a infectar a todos los jóvenes para que pasen una versión suave de la enfermedad y por ahí cerramos todo el contagio por esa parte, pero un porcentaje de los jóvenes lo pasaría mal y alguno también se moriría, y no sabemos de las secuelas a largo plazo del virus, especialmente de los graves”, asegura.
Bienvenidos al futuro
Lo que coinciden todos los expertos es que el mundo ha cambiado para siempre, el hito de esta pandemia marcará de manera determinante muchos aspectos de nuestra vida en el futuro. Y tendremos que aprender mucho porque este es el mundo que tenemos. Julia González lo tiene claro: “Que en el futuro habrá más crisis, eso no es una posibilidad, es una certeza”.
Según esta experta en Salud Pública la razón es que el planeta que hemos creado es un gran caldo de cultivo para nuevas epidemias. “Se dan circunstancias absolutamente claves y que que multiplican las posibilidades de expansión de enfermedades: El cambio climático, la movilidad mundial, la globalización del mercado y las megaciudades. A nivel global se dan las circunstancias de un caldo de cultivo para que aparezcan las crisis. Estas circunstancias son parte de cómo vivimos en el siglo XXI, que es mejor de cómo vivíamos en el siglo XII, claro, pero esto conlleva un riesgo y hay que asumirlo”, concluye.
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