Aquel virus también entró en España por una ciudad costera, tardó algunos meses en llegar a Madrid y fue en sus barrios del sur donde la epidemia mostró su peor cara. Cayó el turismo, comerciantes y hosteleros sufrieron las consecuencias y Madrid dedicó un hospital en exclusiva a la enfermedad.
Aunque fue hace 135 años, los problemas que generó el brote de cólera de 1885 recuerdan los que ahora vivimos. Miles de personas murieron, se culpó a los pobres de los llamados barrios bajos de la extensión de la epidemia. Los periódicos no hablaban de otra cosa y Gobierno y oposición peleaban a cuenta del virus. Aunque Madrid no fue la provincia con más muertos (las más afectadas fueron Zaragoza, Teruel y Valencia), dos barrios del sur de la capital, La Latina e Inclusa, quintuplicaban las tasas de la provincia.
Cuando los primeros casos de cólera salieron a la luz en Madrid, en el mes de mayo, también se minimizó la enfermedad. Se hablaba del “cólico madrileño”, una enfermedad intestinal curable con síntomas similares al cólera. Según cuenta el historiador Luis Díaz Simón en El cólera de 1885 en Madrid: catástrofe sanitaria y conflicto social en la ciudad epidemiada, en aquel caso fueron los comerciantes los que impulsaron la confusión, enfadados tras la declaración oficial de la epidemia y por el miedo a la ruina económica.
Sin embargo, esa declaración llegó en junio, casi un mes después de los primeros casos. Según explica en Conversación sobre Historia el historiador Borja de Riquer, el Gobierno del conservador Cánovas del Castillo se había resistido a declarar oficialmente la pandemia presionado por la Unión Mercantil de Madrid, la patronal más importante de la ciudad. El presidente tampoco había sido apoyado por la oposición, cuyo líder, Práxedes Mateo Sagasta, había aprovechado la polémica para atacar al Gobierno y afirmar que no había peligro de cólera en Madrid.
Las medidas sanitarias impuestas para el aislamiento de los afectados - que no fueron muy seguidas y servían de poco - provocaron entonces la dimisión del ministro de la Gobernación, Francisco Romero Robledo, que fue sustituido por Fernández Villaverde.
En el extenso libro sobre la enfermedad publicado José Montero y Vidal en el mismo año 1885 recogía toda la información y normativa relativa a la epidemia que había sido aprobada por la Junta General de Sanidad. Entre otro, establecía los síntomas oficiales de la enfermedad para que los ciudadanos pudieran reconocerla: "Malestar general, debilidad suma, dolores contusivos en los miembros, ansiedad en la región del estómago, ruido de tripas, vómitos y diarrea de color blanquecino que apenas mancha la ropa, supresión de orina, apagamiento de la voz, descomposición del semblante, color azulado de la piel, rápido enflaquecimiento, frío y calambres".
Vidal también recoge en su libro que "el cólera ataca principalmente á las clases más necesitadas" y que "para prevenir la invasión del cólera y su desarrollo es conveniente evitar la aglomeración de personas en barrios ó habitaciones reducidas, el abandono de la higiene pública y privada, y la alimentación insuficiente o malsana". Lo que dice acerca de cómo atajar la enfermedad también resulta familiar: "Debe atenderse con preferencia a la pronta y enérgica extinción de los focos de infección; a sanear los lugares abonados para
conservar los gérmenes coléricos con el fin de que en su día no se desarrolle e invada otras localidades y en general conviene se adopten todas aquellas medidas que la experiencia ha demostrado son eficaces para atenuar los estragos que una epidemia lleva consigo".
Brigadas de desinfección
Entre las medidas más polémicas para frenar el avance de la epidemia estuvieron las brigadas de desinfección, que acudían a las calles y casas de las zonas más afectadas para fumigar con cloruro de cal y otras soluciones químicas que dejaban un olor desagradable que podía permanecer varias semanas y provocaron las protestas de los habitantes de aquellos barrios. "Los acogen con silbas y protestas y dicen que no quieren polvos ni que se les apeste con ellos", recogía el diario El siglo futuro el 18 de junio de aquel 1.885. La ciudad destinó un hospital especial para los enfermos de cólera, al que se llamó Casa especial de Socorro de Vallehermoso.
Medidas que, como ahora, generaron polémica e incluso manifestaciones de “negacionistas”, como explicaba el médico José María Loreda en un reciente hilo de twitter en el que recordaba las similitudes con este pandémico 2020.
Uno de los incidentes más destacados ocurrió en la plazuela de San Ildefonso un día después de la declaración oficial de la epidemia. Allí, por cierto, la alarma se había traducido en una subida de precios en algunos alimentos y desabastecimiento de productos de primera necesidad. Cuando vieron aparecer a los fumigadores con sus desinfectantes, bombonas de ácido fénico y pulverizadores, los comerciantes les recibieron a gritos: "¡Que se lo echen al gobernador! ¡Eso es para matar a los pobres! ¡Nos quieren matar con polvos como chinches! ¡Aquí no entran!" Los comerciantes lograron frenar la operación en aquel momento aunque la desinfección se produjo horas más tarde y con la plazuela vacía, como recoge la obra de Díaz Simón.
El historiador explica que, pese a que la provincia de Madrid saldó la epidemia con un índice de contagios de 5,98 por cada 1.000 habitantes, los barrios del sur registraron tasas de hasta 32 por 1.000, con datos similares a los de las provincias más afectadas por la epidemia como Zaragoza, Teruel y Valencia. De lo ocurrido entonces escribe Díaz Simón que "mientras el cólera se ensañó sin tregua sobre las barriadas pobres de la capital, donde la epidemia no hizo sino exacerbar las elevadas cifras de morbilidad y mortalidad que éstas presentaban habitualmente, en los barrios acomodados, donde existían mejores condiciones de salubridad y sus habitantes gozaban mayoritariamente de una mejor posición, el vecindario resultó ser casi inmune a la epidemia".
Aquel brote se dio por zanjado en octubre en Madrid y fue la última gran epidemia de cólera. Otras infecciones, sin embargo, asolarían el país después. La gripe, el sarampión, el sida, el ébola... Enfermedades muy distintas aunque la historia, al menos en parte, se repita.
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