Cuando abre cada mañana su agenda, Alfonso López siente “desesperación”. Y no es fácil desesperar a este médico de familia al que su vocación le mantiene atado a la consulta desde que cumplió 65 hace cuatro años. Este agosto tenía que decidir si continuaba trabajando el último año que, por edad, la Sanidad Pública le permite ejercer: “Mi familia me decía que me fuera, que me puedo contagiar y a mi edad es un riesgo; mis compañeros igual, Alfonso vete ya… Y lo pensé mucho pero me he quedado por vocación, porque mi centro de salud es mi casa y porque quiero seguir luchando un año más”.
De los 46 años que López lleva atendiendo pacientes en Madrid, nunca se había encontrado nada parecido a la crisis que ha traído el COVID-19: “En mi vida había visto una atención primaria tan hundida como ahora, demolida, con los profesionales tan agobiados, asustados, deprimidos, con ganas de irse… Hemos llorado por lo sufrido, por cómo se está tratando a los pacientes, por los compañeros que han muerto”.
En estas circunstancias, López abre cada día su agenda en el Centro de Salud Benita de Ávila, en el distrito de Hortaleza, donde trabaja desde su inauguración hace 27 años. Es el único profesional que permanece desde entonces. “Empiezo sabiendo que no me va a dar tiempo pero, ¿quién se atreve a dejar algo sin hacer? No lo hacemos por conciencia pero también por temor a posibles repercusiones, incluso legales. Te quedas hasta las cinco o la hora que haga falta… Y los compañeros de la tarde están llegando a las 11 o 12 en vez de a las tres de la tarde para poder abarcar el trabajo”.
Comprende el enfado de los pacientes, que sienten impotencia al igual que los propios médicos. “Atendemos por teléfono pero hay gente que no oye, que no se expresa bien, que no me entiende… Acaban encabronados. Si ves que lo necesitan, tienes que citarles ese mismo día o como mucho al siguiente, y eso se suma a la agenda de los que ya tenías. Esto ni es medicina, ni es salud, ni es lógico”.
Desde Ciudad Lineal, en una de las áreas confinadas desde el pasado lunes, trabaja como médico de familia José Luis Palancar, que afronta en su día a día problemas similares a los de López: “Estamos viviendo una crisis, con muchísimo trabajo y pocos efectivos. Durante todo el tiempo. Ha faltado planificación desde el verano, no se han cubierto vacaciones, ahora tampoco las bajas, nos vemos impotentes”.
Allí el trabajo había ido aumentando aún más en las últimas semanas con el aumento de contagios. “La semana pasada hicimos 1.000 PCR, que para nosotros es una barbaridad”, reconoce. En su centro de salud las colas son diarias y las situaciones de crispación, reconoce Palancar, no son extrañas.
Este médico lamenta que la falta de atención ahora, especialmente de enfermos crónicos, verá sus consecuencias a medio y largo plazo: "La exploración no la hacemos igual y veremos qué pasa en los próximos meses con estos enfermos".
¿Si la situación sigue igual? "Nos haremos el harakiri" y advierte Palancar: "Nosotros estamos colapsados ahora, pero tras el nuestro llega el colapso de los hospitales. Esta segunda ola es un tsunami".
Utilizando un símil hospitalario, López dice que la Atención Primaria está "intubada". "Hace un mes estaba en la UCI, ahora ya hemos tenido que intubar y en las próximas semanas veremos si muere o sale adelante. Pero para eso es necesario que se actúe de forma urgentísima para liberar carga asistencial, limitar la demanda, quitar la presión … Si no, no sé si llegaremos a la gripe".
López acudirá a la huelga este próximo lunes que los médicos de Atención Primaria de Madrid mantienen para reivindicar más profesionales frente a la pandemia (estiman que se necesitan 1.000 más), externalizar la burocracia y realización de PCR, garantizar la protección o implantar teletrabajo para los profesionales sensibles al COVID-19, entre otros. "Yo ya no conseguiré los logros para mí, pero me gustaría dejar a mis compañeros una Atención Primaria mejor".
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