Ricardo Sastre enterró a su madre el 11 de abril. No era la primera pérdida a la que se enfrentaba este madrileño, pues en 2008 había fallecido su padre tras una larga enfermedad y en 2015 tuvo que afrontar la dura pérdida de un hermano por un tumor cerebral: “Cuando falleció mi padre, yo dormía tranquilo. Lo de mi hermano fue durísimo, pero yo también dormía tranquilo. Ahora con lo de mi madre no duermo, estoy con pastillas”.
La madre de Sastre murió de coronavirus en la residencia Nuestra Señora del Carmen cuatro días después de que a Sastre y a su hermana les comunicaran que tenía fiebre y no quería comer: “La vi por última vez el 5 de marzo porque el 8 fui y no me dejaron verla. Se murió en cuatro días y no me dieron explicaciones. A enterrarla pudimos ir tres personas y estar allí cinco minutos hasta que taparon la lápida. Al de la funeraria le pregunté antes de enterrarla si estábamos seguros de que allí dentro estaba mi madre”.
En su relato hay más dudas que certezas. Sastre y su hermana aún se preguntan cómo se contagió, cómo lo pasó mientras estuvo mala, si la trataron bien. “Hasta junio no supe nada de la residencia. Me llamaron para que fuéramos a recoger sus cosas. Les solicité un informe médico y cuando me lo dieron lo tuve encima de una mesa en casa durante cinco días. No era capaz ni de abrirlo”, relata.
Sastre reconoce que estuvo varios meses “como en una nube”. Como miles de españoles que perdieron seres queridos durante la primera ola del coronavirus, la pandemia les robó la despedida, les sumió en el dolor y el desconcierto. No les permitió iniciar su duelo.
“El ser humano necesita buscar una explicación racional de lo ocurrido para sentirse, de alguna manera, resarcido en la pérdida. El duelo sin despedida es durísimo”, explica Josefina González Alonso, psicóloga especializada en duelo y una de las voluntarias del dispositivo de emergencia que puso en marcha entre marzo y abril el Colegio de Psicólogos de Madrid para atención psicológica telefónica 24 horas. “Viví llamadas desgarradoras de ayuda, muchas veces llorando, los primeros minutos eran para calmar a la persona y lograr entenderla. Personas con ansiedad, con patologías agudizadas, que habían perdido familiares y estaban aislados porque se habían contagiado o que sentían la culpa de haber contagiado a la persona que había fallecido…”, relata la psicóloga.
Sara Marchena también perdió a su madre en marzo. En el cementerio, junto a su padre y hermano con guantes y mascarillas, tuvieron cinco minutos para despedirse. Sin besos ni abrazos. Atentos por si venía la policía a multarles por ser más de dos. “Nos vamos, sabiendo que el cuerpo de mi madre está metido en una caja bajo la tierra, cuando el día anterior estaba en su sofá con su sonrisa y sus ganas de vivir. No sabemos qué hacer, estamos los tres en medio de un descampado y cada uno debe irse a su casa, no podemos besarnos, no podemos abrazarnos, ni juntarnos en la misma casa. Mi padre se queda solo”, relató en twitter Marchena.
Esta extremeña y su familia se sintieron solos. “La obligación de estar en casa, el no poder acercarse a una iglesia si se es creyente o no poder estar con la familia dejan tras la pérdida una sensación de irrealidad. De que lo que se está viviendo es una pesadilla, una película de terror”, incide González Alonso.
Un factor muy importante que dificultó el duelo en la primera ola fue el no poder ver la cara del fallecido. “En muchos casos que les daban o mandaban las cenizas a casa y eso supone algo similar a tener un familiar desaparecido. Pasado el tiempo se asume la muerte, pero si no está el cadáver siempre queda un resquicio de duda de que no sea verdad. Sin ver ni tocar al ser querido siempre queda una infinitésima posibilidad de que no sea verdad y el subconsciente se agarra a eso. Y sin reconocer la pérdida y el dolor no se puede iniciar el proceso de duelo”, afirma la psicóloga.
Hubo gente que incluso perdió a más de un familiar en poco tiempo. González Alonso vivió varias de esas situaciones durante su experiencia en el servicio de asistencia: “Recibí la llamada de un chico que perdió a su padre y su madre en una residencia con apenas cuatro días de diferencia. Es un duelo en cadena y necesita hacerse por separado para que no se enquiste. Llorar a cada familiar, recordar la vida de cada uno, llorarlos por separado”.
La psicóloga advierte que muchas personas que perdieron a sus familiares siguen “muy despegadas de su duelo” y que necesitan aún dar el paso para empezar a afrontarlo. “Mantienen las cenizas en su casa como lo único que les queda del ser querido, se aferran a ellas y mientras tanto no inician el proceso de duelo”, añade.
Sin embargo, más allá de realizar un ritual, acudir al cementerio este 1 de noviembre o reunirse con los familiares para despedir al que se fue, la psicóloga cree que “no hay una opción correcta, todas las reacciones son válidas siempre que hagan al superviviente sentirse mínimamente mejor. Lo importante es que aterrice la muerte del familiar, que lo recuerde, con sus buenos y malos momentos, que conecte con el dolor para iniciar el camino de la despedida, que en cada persona tendrá una duración variable”.
De ese camino, recuerda la psicóloga, no se puede apartar a los niños o a personas con discapacidad: “Es fundamental que toda la familia participe del duelo. Todos tienen derecho a recibir la información que sean capaces de entender, los niños pueden hacer dibujos, hay cuentos específicos pensados para esto, no se les puede excluir”.
En el dispositivo de atención del Colegio de Psicólogos madrileño en el que participó González Alonso el teléfono no paraba de sonar. Se atendieron más de 5.000 llamadas durante el período de más de un mes que estuvo en funcionamiento. A finales de abril desapareció, aunque este mes de octubre se ha reactivado y esperan "que aumente la demanda de corto a medio plazo".
La soledad de las UCIS
El médico Gabriel Heras lleva luchando desde 2014 en el proyecto HU-CI para tratar de humanizar la Unidad de Cuidados Intensivos. Y lo que ha ocurrido con la crisis del coronavirus ha sido justamente lo contrario: el patógeno ha deshumanizado al máximo esa situación ya de por sí tremendamente delicada.
"Durante la pandemia han ocurrido cosas que no deberían ocurrir jamás. Y una de ellas es la muerte en soledad. Esto nos va a dejar muy tocados, porque España es un país de duelo, rituales y despedidas. Y no se ha podido hacer un duelo sano y una despedida como estamos acostumbrados", señala Heras a El Independiente. "Por muy empáticos que seamos, los médicos no podemos sustituir nunca el cariño de un ser querido".
"El coronavirus no nos puede robar la humanidad y hay cosas que son sagradas. Una despedida de un familiar que va a fallecer es algo que ocurre una vez en la vida y no se lo puedes negar a nadie", añade el autor del libro En primera línea.
Gracias al proyecto HU-CI, lo que ocurrió en la primera ola no se volverá a repetir. Se ha creado un plan de desescalada para esta segunda ola que incluye un capítulo muy extenso sobre la humanización y el acompañamiento. "De hecho", explica Heras, "hay estudios que relacionan las visitas con la salud. Los pacientes que reciben más visitas tienen menos delirios. Y los que sufren más delirios, mueren más".
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