A través de anuncios en las redes sociales, buceando por la red o incluso es posible que llegue por algún grupo de whatsapp. En estos tiempos de pandemia en el que el hartazgo se une a la falta de evidencias científicas sólidas a las que agarrarse - vivimos en directo el avance de la ciencia -, los vendedores de la lejía milagrosa han encontrado un filón en el coronavirus. Si antes su remedio milagroso tenía un grupo limitado de potenciales clientes (autismo, en algunos casos cáncer...), ahora con millones de personas infectadas de coronavirus y muchos más con miedo a enfermar, las oportunidades de expansión de su negocio han crecido exponencialmente.
Sin embargo, las advertencias públicas sobre la lejía milagrosa (MMS, miracle mineral solution) estaban ya muy extendidas y en países como España ya había una alerta de la Agencia Española del Medicamento contra la venta de este producto fraudulento que lo declaraba ilegal. Por ello, en los últimos meses se ha movilizado en su lugar el comercio del dióxido de cloro (CDS).
El CDS Se presenta como el anhelado remedio contra el coronavirus, efectivo y barato, que "ha curado a 10.000 personas en América Latina", según los representantes de la asociación la Comisión Salud y Vida (COMUSAV), creada específicamente para "promover la verdad del manejo certero y definitivo del Covid-19 con CDS".
Mismo perro con distinto collar
"El MMS es la sustancia base y si se le añade ácido, normalmente cítrico o clorhídrico, se convierte en un gas que al disolverse en agua es el CDS. Ambas sustancias son prácticamente iguales", explica el divulgador científico Fernando Frías, quien cree que la expansión del CDS se debe a "una estrategia jurídica, ya que la venta del MMS como medicamento es ilegal y quienes lo hagan cometerían delito. Si lo hacen con el CDS solo cometerían un ilícito administrativo, menos punible".
Sin embargo, en la misma línea que el MMS, el CDS es un producto industrial, que se usa fundamentalmente como blanqueador, potabilizador de agua o en menor medida para desinfectar y limpiar superficies. "Es un producto tóxico que incluso cuando se utiliza como potabilizador se somete a una norma muy estricta para que quede una mínima parte en el agua que se evapore antes de llegar al grifo", afirma Frías.
El especialista en la lucha contra las pseudoterapias advierte de que "es un derivado de la lejía y puede dejar secuelas, especialmente en gente sensible con insuficiencia respiratoria, porque este producto disminuye al capacidad de la sangre para transportar oxígeno. También daña la flora intestinal por lo que es especialmente dañino para niños y personas mayores".
Andreas Kalcker, Jim V. Humble y la Iglesia del Génesis
Detrás de esta receta inequívoca contra el Covid - para la que por cierto aún no existen tratamientos estandarizados - están los mismos impulsores del MMS. Uno de los que más está promoviendo el CDS es Andreas Kalcker, un alemán que promueve la eficacia del producto (y su venta) en una ONG (que en realidad se dedica a vender el producto) y a través de vídeos y libros.
"Kalcker es uno de los que más negocio está haciendo con esto y es discípulo del creador del MMS, Jim V. Humble, norteamericano que llegó a convertir su modelo de negocio en una iglesia (Iglesia del Génesis) para escapar de los impuestos y del control de la FDA, ya que el producto pasaba de ser un fármaco a ser un sacramento", explica Frías. No obstante la FDA también contra esta Iglesia, la última relacionada con el coronavirus, el pasado abril.
Aquí en España, uno de los principales promotores del MMS es Josep Pamies y en su web está promocionado el libro Salud Prohibida. Incurable era ayer, de Kalcker. "Tras el CDS hay un entramado de vive de estas ventas y para conseguirlo aportan incluso títulos falsos, como Kalcker o la COMUSAV, donde afirman que son 3.000 médicos pero la presidenta no lo es", asegura Frías.
Aunque lo publicitan como un medicamento, saben que no puede venderse y buscan argucias legales. "Kalcker lo presenta como un potabilizador de agua de piscina, aunque el frasco es del tamaño de un medicamento y cuántos botes se necesitarían para potabilizar el agua de una piscina...", concluye Frías.
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