Al principio las llamadas reflejaban ansiedad. Hablaban de irritación, en casa y en el trabajo. De alguna noche sin dormir y del miedo de contagiar a los demás. En la primera ola, los sanitarios vivieron imágenes que nunca habían imaginado. Su adrenalina estaba por las nubes. Lo explica Ángel Luis Rodríguez, médico y psicoterapeuta que lleva prácticamente toda la pandemia atendiendo a las necesidades psicológicas de sus colegas, primero en un servicio para los asociados al sindicato AMYTS (mayoritario de médicos en Madrid) pero después, ante las necesidades, para todos los médicos de la región.
Terminó una ola y llegó la siguiente, pero no del mismo modo para todos: “La gente fue desconectando pero los hospitales no llegaron a vaciarse prácticamente. Para nosotros ha sido casi un continuo hasta este momento de absoluto agotamiento”.
Rodríguez dirige el equipo de atención psicológica a médicos donde se ha pasado, relata, “de la ansiedad a la depresión, vivimos en un cansancio permanente, la gente presenta síntomas de depresión, de estrés postraumático, de abuso de sustancias… se ha ido incrementando y ahora tenemos una ola de agotamiento emocional”.
Según los estudios que ha realizado AMYTS y otros que referencia, calcula que un 15% de los médicos cnvive actualmente con un abuso de sustancias. “Se automedican, sobre todo con hipnóticos, relajantes musculares y antidepresivos. No los usan siguiendo una pauta médica y además los toman a demanda, en un absoluto descontrol”, asegura Rodríguez.
Encuentran síntomas de depresión en la mitad de los médicos que llaman y alrededor de un 5% con evidencias de depresión severa. Más del 40% está quemado en el trabajo y las ideaciones suicidas llegan al 3,5%, el doble que la población general, según Rodríguez.
Un reciente estudio de la Sociedad Española de Neurología (SEN) cifra en ocho de cada diez los sanitarios que sufrieron insomnio entre marzo y mayo de 2020. Desde la SEN inciden en las múltiples evidencias sobre que largas jornadas de trabajo, con frecuencia asociadas a un alto nivel de estrés físico y psicológico, junto con los efectos de la cronodisrupción que genera el trabajo por turnos provocan una privación de sueño aguda y crónica que repercute negativamente en la salud. Y que esa privación de sueño tiene efectos negativos tanto a nivel cognitivo como en el sistema cardiovascular, endocrino e inmunológico o como posible factor carcinogénico.
“Creemos además que estamos ante la punta de un iceberg. Porque cuando nos llaman, lo hacen ya en situaciones que consideramos graves. La medicina es una profesión con un alto nivel de autoexigencia y se vive como un fracaso tener que pedir ayuda psicológica, por eso creemos que llaman tan tarde, cuando lo que requieren es ya tratamiento contra la depresión”.
Los médicos están también, relata Rodríguez, cansados de ser quienes llaman la atención a la población. “La mayoría creemos que las Administraciones públicas no están haciendo lo suficiente para transmitir la situación a la población. Nadie quiere dar malas noticias, nadie quiere confinar… nadie quiere hablar de los muertos. Y tenemos que ser siempre nosotros los que salgamos en televisión a dar noticias, los mensajeros de la enfermedad y mensajeros de la muerte”, afirma.
Asegura que algunos compañeros le aseguran que “se sienten excluidos o menos aceptados” en los círculos sociales, incluso en los grupos de whatsapp al tener que ser siempre los que pongan límites. “Faltan ataúdes en televisión, faltan imágenes de gravedad para que la gente se conciencie y al final tenemos que ser nosotros. Y agota, tener que ser siempre nosotros…”, clama.
María, prejubilada con presión familiar
Es difícil encontrar a un médico que reconozca haber dejado la profesión por la pandemia y es entre otras razones por lo que María, enfermera sevillana, prefiere no dar su nombre. Y eso que llevaba 41 años trabajados en 2020 y que estaba en edad de prejubilarse. "Si no hubiera estado la pandemia, probablemente hubiera seguido hasta los 65. Pero empezó esto, mi familia me repetía 'qué necesidad tienes...' y lo dejé, sobre todo por la presión familiar".
María colgó su bata en junio después de cuatro décadas y aunque más tranquila, reconoce que desde fuera observa con impotencia. "Yo tenía muchos planes para cuando me retirara y ahora no puedo hacer nada. No salgo por respeto a los que están en primera línea y me siento impotente por no poder ayudar", reconoce.
En Andalucía, donde la primera ola fue más leve que estas segunda y tercera, ella vivió su trabajo con incertidumbre pero mejor que lo que sus compañeros sienten ahora . "Veo mucho más miedo en este momento. Entre marzo y junio, antes de jubilarme, no teníamos tanto miedo porque tampoco teníamos información... ¿Que si me alegro de haberme jubilado? No te creas... Miro a mis compañeros y desde mi casa me siento un poco inútil", concluye.
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