En 1.519 Sevilla era una ciudad resplandeciente, moderna y rica. Su exclusivo Puerto de Indias, el único autorizado para el comercio con las Américas, hacía de la capital hispalense la Nueva York del siglo XVI. Por sus barrios se movía como pez en el agua Juan Bernal, uno de los sevillanos que mejor aprovechó la prosperidad de la ciudad. Era el boticario más activo del momento, conocido por sus preparados pero también por su actividad como prestamista y sus relaciones comerciales con el nuevo continente.
Aunque su nombre no aparece en los libros, dos farmacéuticos lo han rescatado a partir de un documento encontrado hace dos años en el Archivo de Indias. Bernal fue el responsable de la Relaçión de las mediçinas y conserbas y aguas y azeytes y laxativos y cordjales y simples y otras cosas que se compraron de Johan Bernal botycario en xxvj de Julljo de jY dxix. Es decir, del botiquín de la expedición que daría la primera vuelta al mundo hace ahora 500 años.
"Bernal tuvo botica o al menos morada en tres parroquias sevillanas en aquella época. San Andrés, Santa María y el Salvador. Ello prueba su ascenso económico y social que queda patente en su responsabilidad para abastecer la botica de Magallanes, una expedición real de gran importancia", explica el doctor en Farmacia Cecilio J. Venegas. Junto al también doctor Antonio Ramos, Venegas acaba de publicar La botica en la expedición de Magallanes y Elcano - editado por la Academia de Farmacia de Castilla y León y Taberna Libraria -. Es el primer libro y fácsimil del inventario de los fármacos que embarcaron en la histórica expedición.
Los 250 hombres que viajaron con destino Molucas (el objetivo de la expedición era abrir una ruta comercial con las islas de las especies) iban respaldados con 60 remedios, entre simples y compuestos, para protegerse durante la travesía. "Había por ejemplo mirabolanos, que son laxantes, alumbre, óxido plúmbico o atutía, óxido de zinc del que viene la expresión 'no hay tutía' porque era un remedio que se usaba para muchas cosas, especialmente afecciones oculares. Algunos remedios eran compuestos de varias sustancias de origen vegetal, mineral o animal, como el ungüento postolorum para las fístulas o la triaca, uno de los medicamentos estrella de la época que incluía opio y carne de víbora. Realmente su utilidad era casi nula", explica Ramos.
La escasa acción de los fármacos correspondía no en vano con el presupuesto a ello destinado. El coste de la botica era 40 veces menor que el montante dedicado al vino. "Como es una expedición real, el coste de cada elemento está registrado al detalle y nosotros hemos calculado el coste actual basándonos en el precio del oro", explica Venegas. Así, los autores de la obra cifran en 3,1 millones de euros el coste actual de la expedición, donde se dedicó el equivalente a 190.450 euros en vino y 4.600 al botiquín.
El presupuesto para medicinas también fue inferior al de los ornamentos religiosos y, como recuerda Ramos, "la concepción de las enfermedades tenía mucho que ver con la religión. Estaban ligadas al pecado y curarlas se planteaba en forma de quitar ese pecado. A través de sangrías, laxantes o purgantes para sacarlo fuera".
Las medicinas embarcaron en la Nao Trinidad, la que encabezaba la expedición de cinco naves de las que solo volvió la Victoria. De sus 250 hombres apenas volvería una quinta parte tras los tres años que duró la expedición. En alta mar, las enfermedades se llevaron a muchos de ellos. "Había caídas, ahogamientos, roturas, enfermedades digestivas derivadas de los productos en mal estado. Muy común también fue el escorbuto, que se llevaba a los marineros por falta de vitamina C y para la de vuelta de las islas, llevaban la solución sin saberlo", explica Ramos. Era la especia clavo, con más vitamina C que los cítricos, pero de la que desconocían su propiedad.
Esa especia, junto a otro gran listado, fue el tesoro traído por Elcano, ya que Magallanes murió en 1521 en la batalla de Mactán en Filipinas. La única nave que volvió, la Victoria, lo hizo con 600 quintales (60.000 kilos) de especias que supusieron la amortización total del viaje, que salió rentable a la corona.
Las propiedades de las especias eran conservantes, aromáticas pero también terapéuticas y vendrían a enriquecer la botica del siglo XVI. El azafrán con sus propiedades digestivas, la canela como antitrombótico, el clavo, el jengibre, la nuez moscada, la pimienta o el sándalo llegaron de las Molucas a través de la Nao Victoria.
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