Desde el pasado sábado, las mascarillas han dejado de ser obligatorias al aire libre, siempre que se pueda respetar la distancia social de un metro y medio. Tras un año con media cara cubierta, la relajación de la medida no ha sentado igual a todos. Mucha gente, incluso la mayoría, continúa llevando la mascarilla en un ejercicio que se divide entre la prudencia, el pragmatismo y el miedo. "Yo diría que estamos viendo un fifty-fifty, hay desde razones muy obvias, porque hay gente que incluso no se ha enterado, pero también la desconfianza, el miedo a ser multado, al virus o incluso al propio costumbrismo", explica el psicólogo experto en emergencias Jesús Linares, profesor de la Universidad Europea de Madrid.
Del efecto de esa costumbre adquirida habla también Enric Soler, psicólogo y profesor de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC): "Los humanos somos animales de costumbres, si te costó ponértela probablemente ahora te cueste quitártela".
"Te sientes un poco inseguro", confesaba en El Independiente un viandante el primer día sin mascarillas, mientras que otro tildaba de "irresponsable" al que los que se la quitaban y otros manifestaban su preferencia por seguir llevándola "porque la pandemia no ha terminado".
"Hasta ahora los ciudadanos no teníamos que plantearnos nada porque el sistema imponía su eso. Ahora que tenemos que elegir, salen las distintas personalidades. Para unos es liberación mientras que para otros puede ser miedo", explica Soler, que cree que "para mucha gente retirar la mascarilla genera una sensación de desprotección que podrán compensar con el refuerzo de otras medidas, como la distancia o utilizar más gel hidroalcohólico, por ejemplo".
Es decir, que la sensación de estar desnudo sin mascarilla es más habitual de lo que parece. "Tras tanto tiempo con ellas es inevitable sentir cierto estado de tensión al quitarlas, pero es un período de adaptación necesario", explica Linares. Recuerda a cuando salimos por primera vez tras el confinamiento o incluso cuando al inicio de usar las mascarillas había una creencia de que no se respiraba bien con ellas. "Al principio creíamos que nos asfixiábamos con ellas, cambiar la norma requiere volver a flexibilizarnos. A pesar de que esta norma es algo a priori bueno, porque ya no es tan necesario usarlas, el cambio supone un estrés".
El profesor de la Universidad Europea de Madrid cree que este miedo tiene un origen también en la gestión de la pandemia y del que culpa a las normativas y su comunicación pública. "Desde el inicio hemos sufrido de informaciones cambiantes y confusas. Mascarilla en la calle, haciendo deporte sí o no, en la playa... La gente ha llegado un momento que no sabía bien qué tenía que hacer y puede que parte del miedo a quitarse la mascarilla se deba también al desconocimiento de la norma y, por tanto, al temor a ser multado".
"El miedo es normal, no hay que forzarse"
En lo que insisten ambos psicólogos es en que este miedo "es normal y lógico después de lo que hemos pasado. Lo que estamos viviendo tras esta pandemia es un auténtico estrés postraumático, más aún en las personas a las que les haya tocado más de cerca vivirlo", afirma Soler.
Tanto él como Linares coinciden en que "no hay que forzar nada. Si alguien se siente mejor llevándola que lo siga haciendo y respete sus propios ritmos. Hay gente que la lleva bajada por si necesita subirla rápidamente o simplemente porque le da sensación de seguridad. Y así ir relajándose poco a poco".
La importancia del respeto y de no juzgar
Ya el primer día sin mascarillas un hombre reconocía en las primeras reflexiones recogidas por este periódico su preocupación por las reacciones de los demás. "Espero que la gente no se empiece enfadar porque no la lleves puesta", confesaba.
El profesor de la Universidad Europea de Madrid cree que es posible que, al igual que en el confinamiento, esta nueva norma de lugar a "policías de la calle" que generen cierta "presión social". Pero considera que "cada uno debe sentirse libre de hacer lo que quiera dentro de las posibilidades y ni debemos ejercer ni darle a nadie el papel de juez de lo que hacemos. Las relaciones deben ser de absoluto respeto al otro, independientemente de lo que haga".
El período de adaptación, no obstante y si la epidemia no repunta de forma grave, "será breve y pronto nos acostumbremos a la nueva forma de llevarlas. Si en alguien persiste ese miedo mucho tiempo quizás sí deba consultarlo. Yo no hablaría de un trastorno pero sí de una posible dificultad que se pueda trabajar", concluye.
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